Yuscarán

-María José Schaeffer / ETERNA PRIMAVERA ECONÓMICA

Cerca de las tres de la tarde llegamos a Yuscarán, municipio que pertenece a El Paraíso, Honduras, conocido por su arquitectura colonial y enorme riqueza natural en diferentes matices de verde que lo rodea. Sin embargo, la postal actual es la de un pueblo olvidado, con un pasado de explotación minera que dejó a todos en pausa, donde la principal y a la vez escasa fuente de trabajo es una fábrica de aguardiente de caña que lleva el nombre del municipio. Empezamos nuestro recorrido en la plaza central, como buen sábado por la tarde, personas viejas y jóvenes se reúnen en el parque, los niños bordean la fuente observando a unas cuantas tortugas nadar, y el coro de la iglesia se escucha desde las cuatro esquinas.

Por las calles angostas y empedradas llegamos al Museo Casa Fortín esperando profundizar en la historia del Yuscarán de ayer y de hoy, pero las puertas están cerradas. Una vendedora ambulante de dulces artesanales se detiene, nos saluda y comenta que por lo general el museo está abierto hasta las cinco, pero que por falta de visitantes a veces lo cierran temprano. Un tanto desilusionados seguimos avanzando y en la siguiente esquina encontramos un puesto de “mototaxis”, pintados de verde como sello original del municipio y mejor conocidos como “cotorritas”. Preguntamos si nos pueden dar un paseo por el pueblo, los jóvenes pilotos nos miran asustados, pero uno de ellos responde con rapidez y nos ofrece llevarnos a los rincones más importantes por 200 lempiras, lo que equivale a alrededor de 60 quetzales.

Vamos a toda velocidad, salimos del casco central y el camino se convierte en cuestas irregulares de terracería, ¡pequeño detalle en el que no pensamos cuando aceptamos el trato! El joven piloto saluda con un bip, bip a todas las personas que encuentra a su paso, y en ocasiones se detiene y pide a los vecinos que busquen a don Oscar, y que por favor le digan que llegaron turistas que quieren conocer el museo. Es como estar en otra época, la comunicación aún se da de persona a persona, la tecnología no ha llegado para romper con las formas más tradicionales y de alto valor social con que las personas se relacionan.

La primera parada es en las faldas de un cerro, el cual forma parte de la extensa reserva biológica del municipio. Subimos sin prisa, pero sin pausa. Al llegar a la cima se observa el pueblo en la distancia, nos rodean pinos y otras especies forestales, el viento sopla fresco anunciando que la tarde está por caer. Continuamos el recorrido hacia la escuela, la cancha de fútbol, la antigua prisión, el mercado, la fábrica de aguardiente, las fachadas de grandes casas emblemáticas -por supuesto, propiedad de pocas familias hondureñas-, la municipalidad y hasta la casa del alcalde -que dicho sea de paso, presume de lujos no acordes al entorno-. A todas estas, en cada parada, y sin perder oportunidad, el joven piloto continúa interactuando con los vecinos.

Durante la visita no puedo evitar pensar como Yuscarán es representativo de la realidad de muchos países del continente, principalmente de los centroamericanos, en donde la riqueza ha estado concentrada históricamente en manos de pocos, los recursos naturales han sido explotados y saqueados sin regulación alguna, las instituciones parecen decorativas, la inversión en bienes públicos ha estado ausente desde siempre y la migración es una constate ante la falta de oportunidades productivas y de empleo. No obstante, las personas siguen siendo cálidas, sonrientes y guardan en sus miradas la esperanza de un mejor mañana. Tremenda responsabilidad que recae en todos los sectores para articularse y diseñar e implementar políticas que promuevan crecimiento y desarrollo con equidad.

El paseo en cotorrita está por terminar, preguntamos si hay algún lugar donde tomar un café antes de partir. El joven piloto voltea y nos sonríe, luego de una pausa nos indica que en Yuscarán no hay restaurantes, solo dos comedores que luego del medio día ya no atienden. Pero nos tiene una buena noticia, el museo ya está abierto y nos están esperando.


Fotografía: Yuscarán, El Paraíso, Honduras por María José Schaeffer.

María José Schaeffer

Economista por pasión. Comprometida con el desarrollo y la equidad desde frentes fiscales y rurales. Disfruta galopar con el viento sobre el infinito espacio rural del continente amado. Cree en la capacidad transformadora de las letras, el conocimiento y el diálogo. Rechaza cualquier forma de injusticia y no pierde la esperanza en un mundo mejor para todas y todos. Se describe curiosa, aprendiz incansable y constructora de libertades. Hija y nieta de mujeres transgresoras. Dicen por ahí que su lucha por la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres le cambió el alma. En la distancia, mantiene vivo el recuerdo del olor a tierra mojada de la Guatemala que la vio crecer, las tardes de domingo en familia y la cocina de la casa grande.

Eterna primavera económica

3 Commentarios

Dagoberto Fortijn 02/07/2018

muy buena descripción de la ciudad que,es soñolienta,antigua y sin sueños de grandeza a pesar que su entorno natural demuestre lo contrario,el tiempo se detuvo y no tiene ninguna prisa en continuar,lástima grande por una ciudad digna de mejor suerte.

Hania Cabrera Solano 26/09/2017

Me has hecho recordar a aquél canario amarillo, que tiene el ojo tan negro..! Que tu pluma nos siga transmitiendo lo que miras, con ese ojo certero, de esta América nuestra, tan dolida, tan amada!

Karen Cabrera 17/09/2017

Maravilloso trabajo el que realizas Maria José. Ojalá que tu esfuerzo y dedicación dejen semilla y florezcan en cada tierra que visitas!!

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