-Virgilio Álvarez Aragón / PUPITRE ROTO–
La corrupción es común en las sociedades en las que la democracia es un decir, pero que no se ha traducido en un ejercicio ciudadano efectivo. Se desarrolla donde el patrimonialismo y clientelismo son parte inherente al ejercicio del poder, donde las oligarquías sobreviven, en muchos casos con aires de bondadosos patriarcas.
Hay que dejar claro que corrupción y capitalismo no van de la mano, como con sus proclamas la izquierda blanca, la supuestamente impoluta, quiere hacer creer. Todo lo contrario. Las revoluciones burguesas se produjeron porque esta clase, naciente, no soportaba más el patrimonialismo del feudalismo y, en nuestra América, el del colonialismo español. La corrupción atrofia el desarrollo del capitalismo y en economías como la nuestra, durante más de un siglo ha sido el mecanismo de constitución de las élites, pero la causa de nuestro escaso desarrollo económico.
La corrupción se enquista donde los contratos, sea para servicios personales y no personales, no se dan por mérito y calidad sino por compadrazgo, a cambio de beneficios personales inmediatos y futuros para los que ejercen el poder. El corrupto no es solo aquel que se apropia de los bienes públicos, lo es también el que le otorga un sueldo a amigos, parientes y correlegionarios solo por el hecho de serlo, y no porque clara y públicamente haya demostrado que es el más adecuado para desempeñar la función.
La izquierda supuestamente no contaminada quiere creer que el combate a la corrupción es un problema entre oligarquías, cuando lo que tenemos es un replanteamiento de la disputa entre oligarquías y burguesías. Las primeras necesitan del uso abusivo y personalista del poder público para mantener y ampliar su enriquecimiento. Las segundas necesitan reglas claras y funcionarios profesionales para desarrollarse. Las primeras hacen del trabajador su servil aliado, las segundas tienen que aceptarlo como clase antagónica.
En Guatemala, como en Honduras, México, España y los países africanos, donde la corrupción es una lacra evidente, combatirla es una urgente necesidad, no solo de las burguesías, sino, y sobre todo, de las clases trabajadoras. Son los trabajadores, tanto los del sector público como privado, los que pagan más directamente las consecuencias de la corrupción, pues si unos son usados como moneda de cambio a cada período de Gobierno, los otros no logran ver satisfechas sus más mínimas necesidades, pues el producto de su trabajo se evapora con la apropiación ilícita que gobernantes corruptos y sus secuaces hacen de los bienes públicos.
El corrupto pervierte toda las estructuras del Estado, algunas veces en nombre de la paz, otras en nombre de la misma democracia y hasta, a veces, bajo el manto de un supuesta revolución y un falso socialismo. Los regímenes dictatoriales del siglo veinte tuvieron como eje el enriquecimiento ilícito de los esbirros, de Augusto Pinochet a Jorge Ubico. Los perpetradores de crímenes contra la humanidad, de la tortura a la desaparición forzada, tuvieron como una de sus motivaciones principales mantener el control del Estado para ilegal, e ilegítimamente, enriquecerse.
Negarse a denunciar y combatir la corrupción es caer en el juego de los depredadores de los recursos públicos que son de todos. Es, sin más, convertirse en aliado de ellos. Querer ver en el combate a la corrupción la mano autoritaria del imperio es confundir los actores y los procesos. En todo proceso por una sociedad justa es necesario establecer alianzas con sectores diferentes, mismos que por sus propias características tendrán sus propios intereses. Si en España la Unión Europea se hace de la vista gorda con la corrupción galopante del partido en el poder, pero apoya las luchas anticorrupción en Honduras y Guatemala, ¡bienvenida sea esa colaboración! Si los yanquis se alían y apoyan a los corruptos hondureños, pero cuestionan a los de acá, aprovechemos sus contradicciones.
Negarse a combatir la corrupción es estimular la impunidad, querer que se solo se aplique a algunos es corromper de entrada la ejecución de la justicia. Tan corrupto es el que se apropia de millones, como el que hace que le compren lentes exclusivos con recursos públicos, u otorgar facturas por servicios informáticos no efectuados, como es el caso ya denunciado de la esposa del actual presidente.
Virgilio Álvarez Aragón

Sociólogo, interesado en los problemas de la educación y la juventud. Apasionado por las obras de Mangoré y Villa-Lobos. Enemigo acérrimo de las fronteras y los prejuicios. Amante del silencio y la paz.
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