-Luis Méndez Salinas | PUERTAS ABIERTAS–
La primera vez que el nombre de Edelberto Torres Rivas llegó a mis manos fue a través del libro Guatemala: causas y orígenes del enfrentamiento armado interno (F&G Editores, 2006), primer capítulo de la Memoria del Silencio elaborada por la Comisión para el Esclarecimiento Histórico. Cursaba los primeros semestres de la Licenciatura en Arqueología en la USAC, luego de estudiar más de 10 años en uno de esos colegios en donde los estudios sociales se ocupan de todo menos de explicar los procesos caracterizan a la sociedad en que vivimos. Algún catedrático nos puso a leer el prólogo de dicho libro, donde Edelberto elabora su metáfora de una sociedad violentada y violenta que se castiga a sí misma.
Desgraciadamente, ese primer encuentro con su obra fue algo aislado, ya que el enfoque con que se impartía la carrera –basado en una concepción de la arqueología como una serie de procesos técnicos que estudian restos materiales y no comunidades humanas– derribó puentes de contacto con el pensamiento sociológico e histórico. No fue sino años después que me acerqué a ese libro imprescindible que es Revoluciones sin cambios revolucionarios (F&G Editores, 2013): uno de los esfuerzos intelectuales más serios para entender el descalabro social de una región fundada en la violencia, la desigualdad y la impunidad, entre otras desgracias; un libro que invita a pensar, a atar cabos por cuenta propia; un testimonio de lo que un pensador responsable y comprometido puede hacer en medio de la intemperie institucional de nuestros países.
En junio de 2016, pocas semanas antes de que le fuera dedicada la Feria Internacional del Libro en Guatemala, lo visité en su oficina para hacerle una entrevista que sería publicada por Nómada [1]. Durante un par de horas hablamos de su vida, de lo que significa el «regreso», de la historia reciente de este país que compartimos. Además de su lucidez, su rigor y su coherencia, me sorprendió la alegría que se abría paso a través de una historia –personal y social– convulsa, para iluminar cada una de sus palabras. Hablamos también de la coyuntura, de lo que había dejado el 2015 y de su perspectiva respecto al porvenir. Por momentos, nos invadía un tanto la tristeza, la nostalgia, la incertidumbre. Pero luego su voz ronca y su risa nos permitían avanzar.
A partir de esa plática, tuve que agregar una dimensión fundamental al reconocimiento que ya profesaba por las ideas que nutren los libros de Edelberto. El individuo que tenía enfrente no era solo uno de los grandes creadores del pensamiento social en América Latina, de esos que desde los años 70 pensaban la región y generaban las ideas clave para entender lo que vendría. Edelberto era un tipo sencillo, comprometido, sensible, feliz. Tenía claro que el conocimiento acumulado sirve de poco si no se pone al servicio de una causa transformadora.
En personas como Edelberto se concreta Centroamérica, esa región esquiva. Y se concreta no únicamente en el hecho de sus orígenes nicaragüenses, de su voluntad de ser guatemalteco y de su experiencia de vida y trabajo en Costa Rica. Se concreta, sobre todo, en el hecho creativo de pensar, de generar ideas que nos ayudan a sentir y entender los problemas que asfixian a nuestros países.
Pocos meses después de esa primera entrevista, Carmen Lucía Alvarado y yo lo visitamos en su casa. Ahí conocimos a Ana María Moreno y, de alguna manera, nos sentimos parte de ese espacio afectivo que juntos construyeron. Esa tarde, pusimos varios libros de Catafixia en sus manos –no solo los de pensamiento político sino, sobre todo, los de poesía– y le propusimos que publicara algo con nosotros.
Desde el primer momento, don Edel –como siempre le dijimos– se apropió de esa propuesta y la concretó en sus propios términos. Con ayuda de Gustavo Arriola, uno de sus amigos más cercanos, se gestó la idea de Guatemala: un edificio de cinco pisos (Catafixia Editorial, 2017), libro que reúne buena parte de sus columnas periodísticas, así como ese ensayo clásico donde se despliega su tesis-metáfora de la estratificación social en Guatemala. Gustavo compiló los textos, nosotros afinamos la selección, Álvaro Sánchez se encargó del diseño y el mismo Edelberto contactó a Arturo Taracena para elaborar la presentación. A lo largo de 119 textos se desarrollan sus preocupaciones de toda la vida. Es la radiografía de un pensador comprometido, su memoria de corto plazo, su crónica del presente; textos que arrojan luz incluso ahora, años y coyunturas después de haber sido escritos, publicados y debatidos –entre 2003 y 2016–.
Durante alguna reunión de trabajo que sostuvimos en su apartamento, llevé un ejemplar de la tercera edición de Interpretación del desarrollo social centroamericano (Educa, 1973). Se sorprendió al verlo. Le conté que lo había comprado en Xela, en una librería de usados. Me pidió que, si veía otro, se lo comprara, pues no tenía ejemplares de ese libro en sus libreras. Eso está «en la cola de un venado», pensé –usando las palabras de mi madre, también nicaragüense–. Pero resulta que la siguiente vez que visité la misma librería quetzalteca, encontré otro ejemplar del libro. Lo compré y lo puse en sus manos poco tiempo después. Brindamos por el hallazgo.
La publicación de Guatemala: un edificio de cinco pisos fue motivo de enorme alegría para todos. Luego de presentarlo en Sophos –con palabras memorables de Otto Argueta y Marielos Monzón–, lo llevamos a la Escuela de Ciencia Política de la USAC, donde los estudiantes le rindieron homenaje. ¿Cuántos de esos jóvenes han puesto las páginas de Edelberto frente a sus ojos? Seguramente muchos, y eso hace que la publicación cumpla plenamente su sentido.
La última vez que lo visitamos en su apartamento fue en noviembre de 2017. Arnoldo Gálvez Suárez, Carmen y yo estábamos haciendo un trabajo juntos y le pedimos una entrevista. Como siempre, accedió. Nos recibió con agua de aloe y platicamos largamente. Y nos volvimos a reír. Además de los puntos que debíamos tocar, hablamos del arte impulsado por el CSUCA en los años 70, de los premios de pintura, de las publicaciones. Luego, nos saludamos en la Filgua 2018, sin saber que esa sería nuestra despedida.
Ahora que lo pienso, yo no voy a recordar a Edelberto. No sería justo. Recordarlo sería dar por sentado que, con su partida, don Edel se quedó en el pasado. Y eso es absolutamente falso. Él está aquí, en el presente, a través de las ideas que dejó dispuestas para ayudarnos a encarar las encrucijadas que vendrán. Leer a Edelberto siempre será ver hacia el porvenir. Yo voy a leerlo para escuchar otra vez sus palabras y para confirmar que hay gente que vino para quedarse.
A veces tengo la impresión de que no aprovechamos del todo el privilegio de su compañía. Que no platicamos, que no reímos lo suficiente. Esa misma sensación que lo acompaña a uno cuando alguien muere demasiado pronto, cuando alguien muere joven. Y es que eso sucedió. Edelberto tenía más de 80 años, pero la curiosidad (intelectual y vital), el entusiasmo y la alegría lo mantuvieron siempre joven.
Estábamos en Quetzaltenango cuando nos enteramos de su muerte, y lamentamos profundamente no poder venir a acompañar a Ana María y a los amigos en común. Pero los abrazamos a la distancia. Y brindamos –y brindaremos siempre– en nombre de don Edel con un buen vino tinto, como debe ser.
Fotografía por Vivian Guzmán Quiroa.
Luis Méndez Salinas

(Ciudad de Guatemala, 1986). Poeta y editor, con estudios de licenciatura en Arqueología por la Universidad de San Carlos de Guatemala. Fundador y director del proyecto Catafixia Editorial, dedicado principalmente a la publicación de poesía iberoamericana contemporánea.
2 Commentarios
que buen recuerdo, de una luminaria que se queda.
Lindo homenaje. Leyéndolo, me dan aún más ganas de haberlo conocido. Gracias por compartir.
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