Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL
He llegado a la conclusión que el acuerdo mediante el cual el presidente Jimmy Morales autorizó el traslado de la embajada de Guatemala en Israel, de Tel Aviv a Jerusalén, es lo más equiparable que uno se pueda imaginar, al acto mediante el cual un analfabeta suscribe un documento con su huella digital.
Y es que, aunque al final nuestro ignaro mandatario se salió con la suya, jamás se dio cuenta que su capricho significaba –entre otros disparates– no un aval a la patraña sionista de ser el «pueblo elegido de Dios», sino al dolor, a la sangre derramada, al despojo territorial, a décadas de limpieza social y genocidio perpetrado en contra del pueblo palestino. (Israel no es Israel, explicaba meses atrás, en un artículo publicado aquí en gAZeta).
Y al avalar semejantes atrocidades dignas de condena universal, Morales se ha hecho cómplice –y con él, Guatemala– del anacronismo colonial que ha ejercido Israel y cuyo objetivo final significa: el pueblo palestino debe desaparecer. Esa y no otra, es la lógica que impulsó la creación del Estado de Israel en el territorio de la Palestina histórica, en 1948. (Idea suscrita por la temible Golda Meir cuando declaró: «no existe tal cosa como un Estado palestino»).
Es obvio que el presidente desconoce (como desconoce casi cualquier cosa) que la Carta de las Naciones Unidas establece: «todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación; en virtud de este derecho, determinan libremente su condición política y persiguen libremente su desarrollo económico, social y cultural…» y que «…todo intento encaminado a quebrantar total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas».
Por supuesto, Israel ha quebrantado el reconocimiento explícito de este derecho del pueblo palestino, pese a aceptarlo al suscribir los acuerdos israelo-palestinos de Oslo (1995); principio reafirmado por la Asamblea General de la ONU en diciembre de 2009 y que para el caso palestino estableció en concreto: «la necesidad de preservar su unidad y la continuidad y la integridad de su territorio, incluido Jerusalén Este».
Y apenas el 21 de diciembre de 2017 la Asamblea General de la ONU aprobó por 128 votos a favor, 35 abstenciones y 9 en contra, la Resolución A/ES-10/L.2297, en la que se reitera que todas las decisiones y los actos que pretendan modificar el carácter, el estatuto o la composición demográfica de Jerusalén no tienen efecto jurídico alguno y, a la vez, exhorta a todos los Estados a abstenerse de establecer misiones diplomáticas en la Ciudad Santa de Jerusalén.
Todo lo anterior, más otros antecedentes documentales y diplomáticos, le fueron expuestos pero de nada sirvió. Tampoco fueron útiles las recomendaciones, las advertencias, las apelaciones al sentido común y las voces de excancilleres que sí conocen de relaciones internacionales. Al supuesto mandatario nada le importó exponer el país que dirige, al oprobio global.
De sobra se han comentado sus posibles motivaciones. Vienen siendo una mezcla de vocación de yugo, manifestado de manera ignominiosa doblando el testuz ante Donald Trump. También puede ser el deplorable fanatismo religioso que le impide diferenciar entre sus creencias y la vida del Estado. Tampoco se puede descartar que sus razones obedezcan a la desesperación que le causa una inminente persecución penal soplándole en la nuca, debido a su posible relación con el ocultamiento de la financiación electoral que grandes empresarios canalizaron hacia el partido que lo llevó al poder.
Por todo ello, produce repugnancia el aspaviento oficial en la inauguración de la susodicha embajada (coincidente con la apertura de la embajada gringa). Además, causa grima la torpeza manifestada por nuestra Cancillería al prestarse servil e irresponsablemente a un acto que le devuelve a nuestro país la condición de paria mundial, oprobiosamente conquistada en la década de los 80. Y es que, sin exageración alguna, el traslado de la embajada constituye un insulto a la humanidad y un revés a los legítimos derechos del pueblo palestino.
¿Y qué problema hay con el traslado hacia Jerusalén? ¿Acaso no es un hecho que cada país puede elegir la capital que mejor le parece? Este es uno de los insostenibles argumentos con que se autocomplacen ciertos chapines con complejo de sionistas, abundantes por estas latitudes. Incluso, mediante una perversa adulteración de la historia, lamentan que los israelíes hubiesen cometido, en 1980, el error de trasladar su capital a Tel Aviv.
Pero el asunto de la capital no es tan simple, como tampoco lo es todo el problema palestino-israelí. (Invito a leer una estupenda síntesis publicada por Bobby Recinos en Plaza Pública).
La realidad es que Jerusalén tiene el rango de ciudad sagrada para judíos, cristianos e islamistas. Se supone que en ella coincidieron varias de las figuras egregias de dichas religiones: el Rey David (quien construyera el templo); Jesús, que ahí predicó y fue crucificado, y Mahoma, porque esta ciudad fue la plataforma para su ascenso al cielo.
De manera que no es nada más que los gringos y su lavachuchos vengan a decir: Israel, esta es tu capital.
De lo contrario, no hubiesen ocurrido las manifestaciones de protesta en el límite entre la Franja de Gaza e Israel, que fueron reprimidas salvajemente por el Ejército israelí, causando más de 60 muertos y alrededor de mil heridos. ¡Palestinos reprimidos en su propia tierra! Eso, nada menos, es parte de lo que fue a respaldar Morales.
Y por supuesto, con el demencial traslado de la embajada chapina, no van a venir las abundantes bendiciones preconizadas por los fanáticos religiosos. Esa mentira de ser el «pueblo elegido» ha llegado a niveles intolerables. Estaría canijo –como dicen los mexicanos– que santos varones como Moisés, Abraham o Ismael, resultaran antepasados de sanguinarios como Ariel Sharon, Ehud Barak o Benjamín Netanyahu.
La única bendición posible para Guatemala sería que Morales abandone pronto el poder. Y que con ello termine esta aventura. Aventura que se convirtió en pesadilla, y de pesadilla derivó en diabólica maldición.
Imagen principal tomada de Facebook.
Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.
3 Commentarios
Interesante comentario; pregunto: Jerusalem es una Ciudad compartida?……… tengo entendido que no la controlan solo los judíos sino también los musulmanes y los cristianos.
Bobby, es un grato deber reconocer la excelencia en el trabajo de otros. Claro que seguimos adelante!
Muy bien, Edgar. Gracias por la referencia, hay que seguir edificando. Abrazos.
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