Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL
Es el 15 de enero de 2020. Ese día, si es que finalmente pudo llegar a esa fecha al frente del cargo, el presidente Jimmy Morales estará entregando, con mucha pena y ninguna gloria, la Presidencia de la República que ganó sin merecerla, como resultado de una de esas bromas macabras que de tarde en tarde nos juega el destino.
En cualquier caso, ya sea que esa fecha lo sorprenda en la Casa Presidencial o en la brigada militar Mariscal Zavala, para él significará un gran alivio. Para nosotros los ciudadanos, en cambio, será el inicio de un nuevo víacrucis, porque será entonces cuando empecemos a descubrir que se nos va a entregar un país en mucho peores condiciones del que habría heredado Pérez Molina.
Será un despertar de pesadilla, pero es que así lo quisimos. Nos dejamos adormecer por el maravilloso cántico que durante cuatro años nos hizo creer que lo ideal era centrar todos los esfuerzos en un solo problema –el de la corrupción– y que al corregir este, todos los demás serían resueltos por añadidura.
Ese artificioso mantra, creado por los medios de comunicación que cínicamente se autodenominan “independientes”, recaló profundamente en la ciudadanía, la cual se creyó que al elegir a Morales también estaban escogiendo a alguien capaz de entender que su compromiso indeclinable era con la lucha anticorrupción. ¡Vaya ilusiones!
Y no es que la corrupción no sea un asunto terrible y que merece atacarse a fondo. Serán para menos todos los recursos que jamás llegan a los más necesitados porque se desvían en el camino, a causa de los compromisos de los gobernantes con las mafias del crimen organizado o las del crimen empresarial. O ambas. Fue erróneo aferrarse a esa idea y olvidarse de los otros, de los verdaderos y graves problemas estructurales, y que se han hecho incontenibles mientras dormíamos.
Cuando despertemos, ojalá en enero del 2020 y no una década después, sin duda veremos con mayúscula sorpresa que el dinosaurío todavía está allí. Que los iguanodontes de la ignorancia extrema, del círculo intergeneracional de pobreza, del desempleo galopante, del pandillerismo juvenil desbocado o el de la migración forzada no solo crecieron en estos cuatro años, sino que se hicieron mucho más fuertes y temibles.
Lo más grave –y no soy el primero en señalarlo– es que todo este período de gobierno, estos terribles cuatro años, apuntan a que será un cuatrienio total y absolutamente perdido, partiendo del hecho que el inquilino de la Guayaba ni siquiera se ha terminado de enterar que fue designado para ejercer funciones de presidente.
Porque el descuido en todas las áreas de la acción pública es una evidencia incontrovertible. Una realidad palpable. Con atrasos en el tema ambiental, en seguridad, en desnutrición, en el alza de la canasta básica. Sin mencionar, por supuesto, las conocidas atrocidades cometidas en materia de política exterior o en fortalecimiento innecesario del Ejército y que nos han retratado como país infradesarrollado.
La lista puede ser todo lo extenso que uno quiera, y uno puede posar la vista donde se le antoje, que al final la realidad de lo que es este gobierno, de manera despiadada, le (nos) sacudirá el rostro.
Y es que hace unos días apenas, fue puesto en relieve otro de los imperdonables pecados de la administración de Morales: la cobertura educativa, en todos los niveles, sigue en picada y es mucho más dramática de lo que se creía hasta el año pasado. Y no es apreciación personal. Fue revelado por el CIEN, uno de los tanques de pensamiento afines a la élite empresarial.
En una nota de Prensa Libre se informa acerca de dicha investigación y se señala que “Al menos 1.5 millones de niños y jóvenes se encuentran fuera del sistema educativo, por diversas causas” Y agrega que los hallazgos fueron reportados por el CIEN al evaluar “datos del Mineduc comprendidos entre el 2012 y el 2016”.
En otras palabras, mientras el presidente presume de que en sus dos años de gobierno se ha cumplido con la meta –dudosa como el que más– de 180 días de asistencia escolar anual, ello no ha servido para que más alumnos puedan asistir y permanecer en la escuela y, mucho menos, para atender la otra gran asignatura pendiente en materia educativa: una mejor calidad académica.
Y no puede ser de otra forma, si consideramos que el reporte afirma que: “Guatemala es el país con la inversión en educación más baja de Latinoamérica… destina menos del 3 % del Producto Interno Bruto (PIB) a Educación, mientras que los demás países de la región asignan 5.3 %, en promedio”. Y habría que agregar que la oligarquía apenas tributa una pequeña parte del 10 % de ese PIB, lo cual constituye otro gran pecado… tan grande o más que el de la corrupción.
Cuando despertemos, el dinosaurio todavía estará allí…
Imagen tomada de Una buena idea.
Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.
0 Commentarios
Dejar un comentario