-Claudia Navas Dangel / ORDINARIA LOCURA–
Hay quienes dicen que no hay. Que las cosas son como son y que no es posible cambiar. Y resulta que no. Lo digo convencida porque mis ojos, mis oídos, mi corazón y la voz de otras personas me lo indican. Y no, no estoy hablando de política, que por eso, por las malas personas que conducen los «poderes» del Estado es que la gente cree que no hay esperanza, que los malos son otros, hay tanta estigmatización, tanto prejuicio, que el que mal empieza mal acaba y que los actos son reflejos de los genes «malignos» que viven dentro de muchos jóvenes a quienes hemos marginado porque sí, porque en este país de un lado unos del otro los demás. Porque los privilegiados no vemos la paja en nuestros ojos, nada más las paredes, las rejas y las talanqueras que nos separan del mundo de perdición, ese en el que los «marginales», como algunos los llaman, viven fraguando cómo quitarnos nuestros sueños, nuestras posesiones, nuestro futuro, y resulta que el vecino, el del carrazo del año, que el tipo aquel de miradas esquivas que se sienta en el mismo café que nosotros y se esconde tras el diario, que el don y el señor y además el santo, son quienes, en silencio se llevan todo. Nos besan como Judas dicen que hizo y nosotros les abrimos nuestros brazos y nuestras puertas. Mientras allá, en donde el piso no existe y las penas brotan como hormigas antes de la lluvia, hay personas luchando contra el hambre, la lluvia, las enfermedades y encima contra el destino. Sí, ese que les dice que el que nació para maceta no pasa del corredor a menos que arrebate.
Esas son cosas que no vemos. Y es que resulta que no solo unos pocos son buenos y sucede que no solo los jóvenes delinquen, y ocurre que no es cierto que vivir en una zona determinada o adornar el cuerpo con tinta es sinónimo de terror.
Mis ojos, mis oídos, mi corazón no se engañan cuando escuchan a una jovencita soñar y desear un trabajo digno, y cuando digo digno es eso, no un ansioso puesto de diputado, magistrado y otros que en estos días han sido tan comentados. Hablo de un trabajo decente, quizá con el sueldo mínimo -o sea un salario de hambre, dado el costo de la canasta básica, por decir algo-, para ayudar a sus hermanos y evitar que sucumban a las pandillas o poder así costear los medicamentos de su mamá, esos que el Estado no brinda, porque la salud pública no es tal.
Cuando un muchacho de 19 años con apariencia de 14 -y no porque haya encontrado la fuente de la juventud, sino porque su desarrollo está condicionado a su situación económica- dice con orgullo que dejó atrás una pandilla y que sueña con un país en donde esta opción no exista y me mira de frente, yo le creo. Le dieron vuelta a la hoja, a las expectativas de vida que otros les auguraron, son el hálito de luz que me hace no hundirme en la desolación a la que los políticos nos envían.
Claudia Navas Dangel

Periodista, mamá, catedrática de periodismo y literatura. Lectora y redactora nocturna de algo parecido a los cuentos, gestora cultural, comunicadora y gatera.
Un Commentario
Me llega su comentario, solo se trata de ver para adelante ó para arriba, el pasado solo debe ser experiencia y sabiduría y por eso, creo también que ¡¡¡SI ES POSIBLE!!!!!. Gracias.
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