Vistiéndolo con el condón

Ju Fagundes / SIN SOSTÉN

Los placeres del cuerpo son enormes y diversos. Nos los debemos y los merecemos. En invierno o en verano, cuando el sol abraza o cuando el frío sobrecoge. Cierto es que según el clima y las circunstancias, las formas de aproximación al otro pueden ser diferentes, pero, parafraseando el dicho popular, todos los caminos pueden llevar a un momento de felicidad y placer, bien sea en la cama o en otro mueble relativamente confortable.

Dado el empoderamiento que en los últimos tiempos hemos logrado las mujeres, los mecanismos de atracción y seducción de los hombres han ido variando y, en condiciones normales, podemos encontrar alguno que no sea violento ni impertinente y tener con él uno o muchos encuentros de placer mutuo. Si bien perviven, en gran medida y por todos lados, los que cualquier sonrisa o guiño de ojos les parece una autorización para manosearnos e intentar satisfacerse rápidamente con nuestro cuerpo, poco a poco son más los que aceptan que las reglas del juego son otras, y que solo vamos a la cama con quien nos gusta y nos place, y no necesariamente para convertirnos en ama de casa o servidora perpetua, mucho menos para preservarle la descendencia.

A pesar de ello, aun continúa siendo cierto que, mientras las mujeres nos solazamos en las distintas partes del cuerpo del otro, y disfrutamos y excitamos en dar y recibir caricias de los pies a la cabeza, los hombres permanecen atrapados en su falomanía. Tampoco hay que decir que esa parte del cuerpo masculino no nos atrae y encanta, pero aunque ellos son muchas veces apenas falo, nosotras lo vemos y sentimos como parte de un todo erótico, como instrumento del final, cuando todo lo demás ha transcurrido plácida y acompasadamente.

Es por ello que el uso de preservativos es, además de importante y necesario, agradable y excitante, si se le coloca como parte del juego erótico y al final de las caricias, sin prisas, con cuidado. Como conclusión de un juego, e inicio de otro.

Las maniobras que uno y otra hagamos para colocarlo pueden resultar altamente estimulantes. Porque vestir el condón no tiene por qué ser una acción molesta o desagradable, apresurada, mucho menos vista como obligatoria. Es el momento en el que el deseo se hace racional, en el que dispuestos a esa entrega plena somos más que un cuerpo para saciar el apetito, constituimos el otro sujeto de un par necesario para sentir y producir placer, y que bajo ninguna circunstancias eso complicará nuestra salud ni nuestro futuro.

Y ponerlo es mucho más excitante que asistir como simple espectadora. Es el momento en que los preámbulos amatorios se completan, dando la certeza de que vendrá la entrega total y profunda, la unión ansiosa de disfrute mutuo, encontrando el ritmo adecuado para, juntos, sentir que todas las terminaciones sensitivas están concentradas en esas partes erectas y húmedas de nuestros cuerpos.

Porque nuestras manos son suaves y tersas, y pueden actuar con dulzura, estimulando aún más, en ambos, el deseo de la penetración. Colocarlo ofrece la oportunidad de las caricias directas, del beso provocador, del jugeteo insinuante y prometedor, haciendo del látex algo más que un simple aislante, para convertirlo en un elemento más del juego precoito. Permite palpar el objeto de deseo, manosearlo, provocando que aumente su tamaño y la intensidad del deseo de quien lo porta. Recubriéndolo con el cuidado que la entrega sexual merece, puede hacer de ella un momento memorable.

Usarlo y ponerlo resulta, así, un proceso de aceptación mutua de que la entrega es consciente, voluntaria, para el placer y por el placer de ambos. Que las caricias y los orgasmos son partes de un mismo proceso y relación humana, y que no hay dominada ni dominante, que se podrán encontrar posiciones distintas que hagan mucho más delicioso y memorable ese contacto, con la seguridad de que, alcanzados, podremos tomarnos de la mano y relajar los músculos y la mente, sin temores o dudas sobre las intensiones del otro.

Hacerlo con condón produce el mismo o más placer que sin él. Ponérselo a nuestra pareja, ocasional o permanente, nos hace activas hasta el último minuto, dueñas de nuestra satisfacción y nuestros deseos. Sujetos y no simples objetos reproductores. Ponérselo, es la manifestación racional de que deseamos el coito, así como la sensación de que uno y otro nos cuidamos y preservamos mutuamente.


Fotografía principal tomada de Zita.

Ju Fagundes

Estudiante universitaria, con carreras sin concluir. Aprendiz permanente. Viajera curiosa. Dueña de mi vida y mi cuerpo. Amante del sol, la playa, el cine y la poesía.

Sin sostén

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