Vista y deseada

Ju Fagundes | Para no extinguirnos / SIN SOSTÉN

Muchas de nosotras somos tímidas, reservadas, guardamos nuestra hermosura y nuestra belleza para nosotras mismas. Educación, temor a las agresiones, creencias religiosas, pueden ser algunas de las causas. Pero habemos otras más desinhibidas, quienes, con mayor conciencia de nuestra hermosura y sensualidad, nos mostramos, unas más, otras menos.

Todas, dependiendo de nuestras capacidades, criterios y gustos nos engalanamos. No nos gusta aparecer descuidadas, mucho menos vernos ante el espejo sin una que otra ayuda cosmética. Hemos aprendido a rodear nuestros ojos de algún color que los resalte, y cuidamos las manos con delicadeza y primor. Vestimos y calzamos para sentirnos bien, para gustarnos a nosotras mismas.

Pero si a todas nos entusiasma ser vistas, habemos otras que con alegría disfrutamos de las miradas cargadas de deseo, de esos ojos que nos persiguen en la calle, que nos penetran hambrientos en los bares y salones. Sentimos hervir la sangre cuando ojos decididos se encantan, a la distancia, con la línea suave de nuestros pies. Y el juego consciente del cruce de piernas lo hacemos con la parsimonia necesaria para que, en esa fracción de segundos, esos ojos inquisitivos comprueben la hermosura de nuestros muslos y, si estamos en condiciones de más atrevimiento, que descubran el color y tejido de nuestras bragas.

Son segundos de libertad, de provocación, en los que mostramos lo que deseamos que sea visto, con la sensación de haber recibido el premio de la mirada, que los ojos invitados guardarán por mucho tiempo, imaginando que nos robaron esa información que les hará hervir también la sangre y modificar su posición si también se encuentran sentados.

Fotografía tomada de Blogspot.

Con poco o mucho seno, estamos las que esconden su redondez y excitante coloración, pero también estamos las que disfrutamos que, a la distancia, ojos cargados de deseo las valoren, aprecien e imaginen entre sus manos y, para los intrépidos, hasta rozándolos con los labios.

Somos las que andamos con pasos rápidos, disfrutando el jugueteo de nuestros glúteos al andar, sean carnosos o escasos. Las que con dedicación y alegría cuidamos del color de nuestros labios, insinuantes y provocadores, con los que dibujamos sonrisas burlonas o satíricas, coquetas o despreciativas.

Pero tanto las tímidas como las atrevidas, las contenidas y las liberadas, aceptamos y jugamos con las miradas. Esa extensión sensible pero inmaterial del otro. Si bien de una manera u otra escogemos el par de ojos al que permitimos deleitarse y hasta soñar con nuestro cuerpo, la autorización no va más allá. Permitimos las miradas, no así las palabras y mucho menos el roce o toqueteo.

Vistas y deseadas, son el principio y el fin cuando nos mostramos sensuales y provocadoras. No es posible más, porque eso rompe el encanto, elimina la gracia. Somos de nosotras y para nosotras mismas, y las miradas son el saludo perfecto, la caricia esperada y permitida. Si ser ignoradas puede ser una enorme ofensa, usar algo más que los ojos para decirnos que somos bellas puede romper todo hechizo y resultar en abierta ofensa.

Fotografía principal proporcionada por Ju Fagundes.

Ju Fagundes

Estudiante universitaria, con carreras sin concluir. Aprendiz permanente. Viajera curiosa. Dueña de mi vida y mi cuerpo. Amante del sol, la playa, el cine y la poesía.

Sin sostén

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