Mariajosé Rosales Solano | Arcoíris / ÍNDIGO EN LA VIDA
Uno de mis placeres es sistematizar la lesbianidad, las experiencias, intereses y pensamientos que intercambiamos en espacios físicos y cibernéticos.
Para esta sección decidí realizar una serie de artículos para profundizar sobre la violencia entre nosotras y cuáles son los debates contemporáneos en Abya Yala. Como mencioné en la primera parte, existen muchas expresiones o tipos de violencia, pues no estamos fuera de la imbricación de opresiones, así que la reproducimos y mantenemos en una estructura jerárquica de privilegios y carencias.
Otro aspecto que me interesa profundizar en esta serie son las formas o prácticas que usamos para resolver –si lo hacemos– las situaciones de violencia que vivimos. Una de las primeras confrontaciones que tuve dentro de los movimientos fue cuando intentamos enfrentar esas situaciones. Supongo que –espero no caer en generalidades– muy pocas veces hemos transformado las relaciones a partir de ese confrontamiento. La mayoría ha sido un parteaguas en los espacios políticos, una ruptura intensa.
Quise sondear con amigas qué pensaban en estos momentos sobre esta discusión y abrí un debate en Facebook, la mayoría (muchas de ellas personas no-lesbianas) se enfocaron hacia la violencia entre parejas y cómo afecta los espacios políticos.
Allí quisiera ubicarme en este artículo.
Una de las reflexiones inquietantes es pensar en la pareja como la única forma de organizarnos en la vida, pues es el primer paso para conformar la familia, es el lugar de la reproducción, el cuidado y se conforma como un núcleo de producción. Las lesbianas, sin cuestionar esta hegemonía, deseamos y organizarnos nuestro placer, amor, acompañamiento por medio de parejas y conformamos familias [1], con sus particularidades pero con el mismo fin.
Esta hegemonía de la pareja esta basada en la idea del amor romántico burgués, y quisiera entrelazar la construcción de la ladinidad en un contexto del Estado-nación Guatemala con este brote de corazones rojos. Una vinculación importante para mantener el sistema de parentesco y la reproducción, es decir, junto a la idea de la maternidad, el amor y la pareja, es el régimen heterosexual, el cual se constituye y conforma los núcleos organizativos funcionales para la acumulación del capital/riqueza/territorios/cuerpos. Ese «amor» es pensado desde allí.
Este debate sobre el amor, sexo, parejas y el poliamor tiene fuerza dentro del movimiento lésbico-feminista, hemos intentado otras formas de amarnos, tener sexo, cuidarnos y organizarnos. Algunas hemos experimentado «la comunidad» o la «burbuja» lésbica con el objetivo de construir una propuesta de vivir colectivamente. Otras hemos diversificado las colectividades según los intereses y necesidades. Hemos cometido muchos errores pero también hemos intentado ser lo más justas posibles en las relaciones y posicionarnos, aún así las rupturas se hacen presentes.
La violencia en las relaciones amorosas entre lesbianas es una problemática presente y es necesario evidenciar cuáles son sus expresiones más comunes –golpes, encierro, insultos, aislamiento, violencia sexual, manipulación, celos–, además de pensar procesos de justicia y resarcimiento (si es lo que necesitamos) encaminados a construir relaciones más equilibradas. Al experimentar en lo amoroso, el cuidado, organización, cotidianidad y lo comunitario es posible construir nuevas relaciones sociales/comunitarias.
Sin embargo, no olvidemos que existen denuncias fuertes sobre violencia entre lesbianas: una abogada sigue impune después de encerrar y golpear a otra lesbiana por terminar la relación; todavía queda en impunidad la denuncia de violencia sexual que una compañera colocó dentro del movimiento pues la agresora es una activista, quien demandó fue acusada como mentirosa y aislada; otra agresora sigue violentando física y psicológicamente a sus «parejas» sin sentirse aludida por las múltiples denuncias… Así habrá miles de historias y hechos violentos entre lesbianas.
Es por eso que seguimos promocionando que podemos vivir sin violencias.
Fotografía proporcionada por Mariajosé Rosales Solano.
[1] Familia: me refiero a las relaciones basadas en el vínculo consanguíneo con sus jerarquías, obligatoriedades, poder de dominio y una imposición de la única organización de cuidado según la Constitución de la República. No obstante, en la realidad, en referencia a la organización del cuidado existen múltiples formas: el comunitario, la solitud y las amistades, las redes de cuidado transfronterizas. Sin embargo, coloco la familia como «única» forma de organización, pues así está presente en relatos, en las expectativas de vida y es parte fundamental para la hegemonía.
Mariajosé Rosales Solano

Lesbiana, feminista, antiracista. Fotógrafa, hierbera y lectora. Amante de la música y el cine. Urbana de casi cuarenta vueltas al sol.
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