Marcelo Colussi | Política y sociedad / ALGUNAS PREGUNTAS…
Venezuela está en guerra. Hace largo tiempo que lo está, pero en estos últimos tiempos todo indica que la misma entró en una fase nueva, con el secretario general de la OEA pidiendo abiertamente una intervención militar. Para quienes la provocan, pareciera que apuestan a que este sea el momento final de ese enfrentamiento. Es decir: una guerra que tiene que tener un desenlace; y como en toda guerra, uno de los bandos en pugna debe alzarse vencedor, pero para el caso –según lo que se desprende de los actuales acontecimientos–, aplastando al derrotado, no negociando sino neutralizándolo totalmente, no dejando espacio para la reacción.
De hecho, todo indica que se está incubando una guerra de invasión. De momento las acciones son mediático-psicológicas, combinadas con la destrucción total de la economía doméstica, preparando así condiciones para –probablemente– una posterior intervención armada. ¿Por qué esta guerra? Ella no se puede entender solo por causas endógenas, específicas del país: debe verse en el marco de lo que significa Venezuela y el papel jugado globalmente por la principal potencia capitalista mundial: Estados Unidos. Lo que mueve todo esto es la afanosa, imperiosa necesidad de la gran potencia por el petróleo.
Las reservas de oro negro que tiene Venezuela aseguran un aprovisionamiento para la economía estadounidense para todo lo que resta del presente siglo, considerando aún el aumento geométrico de la demanda. Eso es vital para el funcionamiento de la primera economía capitalista (el petróleo mueve el mundo), y vital para las grandes multinacionales petroleras que lucran con ese negocio, estadounidenses, principalmente, y también europeas.
Así como los gobiernos de los Estados Unidos [y otras potencias capitalistas] necesitan las empresas petroleras para garantizar el combustible necesario para su capacidad de guerra global, las compañías petroleras necesitan de sus gobiernos y su poder militar para asegurar el control de yacimientos de petróleo en todo el mundo y las rutas de transporte (James Paul, Global Policy Forum).
Dicho más claramente aún: la guerra que se libra en Venezuela es la guerra de unos grandes pulpos comerciales que no quieren perder un hiper rentable negocio que les asegurará miles de millones de dólares por muchas décadas, quizá 100 años más al ritmo actual de consumo. Esos pulpos tienen nombre y apellido: Chevron-Texaco, Exxon Mobil, Royal Dutch Shell, British Petroleum, Amoco, Bush Oil Company, Total, Repsol, Pérez Compac. Guerra que busca, además del oro negro, otros productos no menos importantes y rentables, como el gas (el país caribeño tiene la tercera reserva a nivel mundial), hierro, minerales estratégicos (como la bauxita y el coltán, de los que la nación venezolana tiene enormes reservas), agua dulce y biodiversidad de la selva tropical del Amazonas, vital para la ingeniería genética, la industria farmacológica y la de los alimentos transgénicos. Guerra, por último, que se articula con una derecha nacional que fue siempre la burocracia administradora y testaferra de las grandes compañías petroleras extranjeras, y que ahora, con la Revolución bolivariana en curso, se encuentra desplazada.
Como se ha dicho en reiteradas ocasiones, contrariando la versión «oficial» que da la prensa comercial: en Venezuela no hay una «dictadura castro-comunista»; en Venezuela no hay una «narco-dictadura». En Venezuela hay mucho petróleo… y las multinacionales van por él. Así de simple… ¡O de patético!
Hasta ahora, todas las maniobras desplegadas (por el Gobierno de Estados Unidos, por la derecha vernácula, por el coro conservador que acompaña esas iniciativas a lo largo del mundo) fracasaron. Pero todo indica que lo que se viene puede ser mortal para la Revolución bolivariana. Van por la cabeza de Maduro, van por terminar de una buena vez con todo ese proceso popular… pero en realidad, y fundamentalmente, van por las inconmensurables reservas de petróleo bituminoso de la franja del río Orinoco. Lo que comenzó ahora es una brutal guerra psicológico-mediática, seguida de operaciones terroristas que completan el cuadro, donde el desastre económico inducido busca la desesperación de la población, con total desabastecimiento y mercado negro. El resultado de todo ello posibilita presentar la visión del país como un caos invivible, con falta absoluta de los productos básicos («¡Los venezolanos pasan hambre!», grita ese coro mediático), con violencia desatada, con una población que está al borde del colapso.
En el documento Plan para intervenir a Venezuela del Comando Sur de Estados Unidos: Operación Venezuela Freedom-2, de inicios del 2016 –guión de la novela ya escrita– puede leerse algunas de las acciones a seguir: «(…) c) Aislamiento internacional y descalificación como sistema democrático, ya que no respeta la autonomía y la separación de poderes.) Generación de un clima propicio para la aplicación de la Carta Democrática de la OEA».
¿Qué sigue ahora en la Revolución bolivariana de Venezuela? Todos los indicios muestran que el plan de la Casa Blanca repite los patrones de lo hecho ya en Irak o en Libia, donde se «inventaron» guerras civiles que permitieron derrocar a los «dictadores» correspondientes: Saddam Hussein y Mohamed Khadafi. La guerra psicológica prepara el escenario para, luego, derrocar al gobernante de turno utilizando la fuerza bruta. Por ello denunciemos categóricamente esta campaña de desinformación. Una vez más: no hay dictadura. ¡Hay petróleo!
Marcelo Colussi

Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.
Un Commentario
Excelente artículo.
No tengo dudas que el arma mas poderosa que tiene la revolucion bolivariana en marcha que sus constrapie y limitaciones, es la solidadaridad. Los pronunciamientos, por pequeña que fueren, son un enrome aporte a la soberanía de los pueblos que han elegido como sistema de vida algo diferente al capitalismo, tan groseramente violenta en todos los ambitos de vida e los pueblos y de sus medidos de comunicacion.
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