¿Vamos hacia la Tercera Guerra Mundial?

Marcelo Colussi | Política y sociedad / ALGUNAS PREGUNTAS…

Se habla insistentemente sobre la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial. Es de esperarse que no ocurra porque, como dijo Albert Einstein, «de darse, la cuarta será a garrotazos».

El poderío de armas nucleares desplegado en el mundo es francamente colosal. Sin que existan datos exactos, todos las estimaciones permiten calcular no menos de 15 000 bombas atómicas, cada una de ellas con un poder 20 veces mayor que las dos arrojadas por Estados Unidos sobre Japón en el final de la Segunda Guerra Mundial (Hiroshima y Nagasaki). Muy pocos son los países que detentan ese poderío, siendo Estados Unidos quien cuenta con la mayor cantidad. También hacen parte de ese exclusivo club nuclear Rusia, China, Gran Bretaña, Francia, India, Pakistán, Israel y Norcorea. De activarse todo ese arsenal, se produciría una explosión de tal magnitud que la onda expansiva dañaría seriamente a Marte, llegando hasta la órbita de Plutón. Y nuestro planeta colapsaría, seguramente fragmentándose.

Estamos, sin dudas, ante una proeza técnica con la capacidad destructiva alcanzada, pero eso no logra terminar con males históricos de la humanidad, que el capitalismo no puede solucionar: hambre, ignorancia, prejuicios, racismo, patriarcado.

Es de esperarse que no se llegue a una nueva guerra mundial con armamento nuclear, pero nada está asegurado. Lamentablemente, si eso ocurriera, no quedaría ser vivo sobre el planeta. Por tanto, hablar de estos temas es de capital importancia, porque está en juego la sobrevivencia de la especie humana… ¡y de toda forma de vida!

El capitalismo, como sistema global, no tiene salida. Nunca la tuvo, pero conoció períodos de mayor expansión, de cierta bonanza para las grandes mayorías de trabajadores. Aunque, en sentido estricto, el bienestar de unos pocos (no más de un 15 % a nivel mundial) se asienta en la inmisericorde explotación del otro 85 %, que vive en situación de pobreza, y cuando no, de la más absoluta miseria. Y se asienta también en la sistemática destrucción del planeta dados los modelos de producción y consumo dominantes, haciendo de nuestra casa común, la Tierra, solo un inagotable proveedor de materia prima y no parte de una unidad indivisible con todo el ecosistema.

Como sistema, el capitalismo no solo no quiere, sino que, fundamentalmente, no puede resolver esos problemas acuciantes. No puede, porque en su esencia misma está la contradicción básica que le impide distribuir equitativamente la riqueza que produce. La diferencia insalvable de clases está establecida desde su arranque, y por más que hoy día se hable de «resolución consensuada de conflictos» y que al trabajador se le quiera hacer pasar como un «colaborador» de la empresa, esas contradicciones no pueden desaparecer.

En períodos críticos como el actual, con una crisis que se viene prolongando ya desde 2008, las contradicciones se hacen más evidentes. El monumental problema de las migraciones que el sistema no puede resolver (enormes cantidades de gente desesperada que huye de Latinoamérica hacia Estados Unidos y desde el África hacia Europa), es hoy uno de sus síntomas más evidentes.

Pero el sistema vive haciendo crisis. La continuidad interminable de guerras a lo largo y ancho del mundo, con más víctimas que las registradas en la Segunda Guerra Mundial, es también una demostración de esa crisis estructural. La única manera en que el sistema trabado puede seguir funcionando, es apelando a la guerra. En otros términos: destruir para luego reconstruir, y así poner en marcha de nuevo el ciclo productivo.

¡Se llega así al tremendo disparate –éticamente inaceptable– de pensar que la guerra es una salida! Jamás, en modo alguno, la destrucción, y menos aún el asesinato de seres humanos, puede ser salida de nada. Si alguien así lo piensa, ello evidencia de modo patético la inviabilidad del capitalismo.

Hablábamos de la posibilidad de un nuevo gran conflicto internacional. De hecho, el mundo vive en guerras, innumerables, salvajes. Pero no un gran enfrentamiento entre potencias. Esa podría ser una opción en la mente enfermiza de algún ideólogo del capitalismo. Existe una estrategia de posibles guerras nucleares limitadas. ¡Imposible! Si se usa energía atómica, las consecuencias son impredecibles y la radiación se expandiría a nivel global con resultados catastróficos. Sería, en todos los términos, una absoluta locura.

Quizá toda la verborragia actual, básicamente de Estados Unidos, no pasa de demostraciones de fuerza, de bravuconería, con lo cual se justifica la necesidad de mantener activo al gran complejo militar-industrial, que alimenta buena parte de su economía. En tal sentido, la guerra –o la amenaza de guerra– es un buen negocio para esas grandes empresas que lucran con las armas. No hay que olvidar que el sector más dinámico de toda la economía estadounidense está dado, justamente, por esa multimillonaria industria bélica.

De todos modos, jugar con fuego siempre es peligroso. Es por eso que debemos estar muy atentos a estos acontecimientos y trabajar denodadamente por detener cualquier guerra. No en nombre de un pacifismo vacío, casi romántico, sino en nombre de la sobrevivencia de la especie, pensando siempre que podemos ir más allá de esta monstruosidad que es el capitalismo.

Fotografía tomada de Sopitas.com

Marcelo Colussi

Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.

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