Mauricio José Chaulón Vélez | Política y sociedad / PENSAR CRÍTICO, SIEMPRE
El mundo sería un lugar muy distinto si hubiese vacunas contra todas las infecciones, pero esto no es así. Muchas enfermedades no son combatidas a través de estas sustancias que generan inmunidad, simplemente porque el sistema dominante mide costos y beneficios de ganancias, pero no el bien de la gente, o sea el bien común. En esa línea resulta que el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida) o el ébola son patologías contra las cuales no podemos inmunizarnos. Tampoco para la fiebre de Marburgo, el virus de Nipah, la fiebre de Crimea-Congo, la gripe aviar, el síndrome respiratorio de Oriente Medio y el síndrome respiratorio agudo severo. Aunque el grado de letalidad de estas enfermedades virales es alto (solo el ébola en la epidemia de 2014-2016 en África Occidental tuvo un porcentaje de muertes del 40 % y el sida ha matado a 11 millones de personas entre el 2010 y el 2020), no ha existido una carrera en la elaboración de vacunas como lo observamos ahora con elCOVID-19. ¿Por qué? La respuesta no se encuentra solo en las complejas mutaciones de estos seres que se hallan entre la materia viva y la materia inerte, a manera de partículas con códigos genéticos y bases proteicas capaces de acceder a las células hospederas, sino en los intereses de los grandes capitales.
Si el ébola es una enfermedad que ha afectado específicamente a África con dos crisis epidémicas, la de 1976 y la del 2014-2016, el resto del mundo la ha pasado por alto. En Occidente se convirtió solo en otra noticia y en el miedo respectivo a que no saliera de aquel continente empobrecido. En el caso del sida, las representaciones iniciales, y que duraron mucho tiempo, consistieron en mostrarla como algo que le pasa solo a hombres homosexuales, mujeres infieles y prostitutas, o las y los africanos. El estigma ha sido sumamente pesado y ni siquiera los altos porcentajes de lo letal que ha sido esta infección logran que se agilicen las investigaciones por la vacuna. El racismo, las relaciones centro-periferia y los prejuicios discriminatorios heteropatriarcales y sexistas han sido muy influyentes para que esto ocurra. De la misma manera, al no verse afectado directamente el sistema y al encontrar un mejor negocio en los tratamientos, la vacuna no es prioridad.
A diferencia de estas enfermedades mencionadas, en el caso de la pandemia de COVID-19 la competencia por la producción de una vacuna ha entrado a su fase de aceleración. Rusia ha anunciado, a través del mismísimo presidente Vladimir Putin, que ya tiene lista una fórmula para empezar a producirla dentro de poco tiempo, invitando al mundo a adquirirla. En América Latina, los rusos han hablado con Cuba y Nicaragua para organizar la producción que pueda abastecer a varios países de la región. Muchos han sido quienes ven este anuncio con desconfianza. Habría que analizar si lo hacen por la influencia histórica del anticomunismo que dejó la Guerra Fría o porque la nueva narrativa hegemónica de Occidente sigue representando a Rusia como tierra de bárbaros sin necesidad de recurrir a términos anticomunistas para descalificarla. En ese sentido, Estados Unidos y Europa occidental se mantienen en esas mentalidades como las únicas referencias del orden y la civilización. Por supuesto que la falta de acceso a la comprensión de la historia y de las relaciones internacionales actuales hacen que muchas de estas personas que desconfían más de Putin que de Trump y Johnson ignoren que la Unión Soviética fue cuna de grandes científicos y científicas, quienes lograron avances significativos en distintos campos del conocimiento, la academia y la tecnología, superando muchas veces a los mismos Estados Unidos. Incluso, estos intentaron siempre reclutar a grandes personalidades soviéticas en las áreas de la ciencia, las artes y el deporte, aprovechando cualquier oportunidad para hacerlo.
Inmediatamente después del anuncio de Putin, las empresas europeas y estadounidenses asociadas en esta búsqueda de la vacuna contra el SARS-CoV-2 salieron a decir a la opinión pública internacional que estaban ya en la última fase del trabajo. En este caso, fueron los presidentes de México y Argentina quienes anunciaron que sus respectivos países podrían producirla para América Latina. Nuestros pueblos se han convertido en el nuevo centro de la pandemia y además nos han condicionado a vender barata nuestra fuerza de trabajo. Por ello es que Latinoamérica es un campo importante para esta disputa en la producción y la urgencia en la distribución. Aunado a ello, Estados Unidos, el país más golpeado por la pandemia hasta ahora, pertenece a este continente y necesita rápidamente fabricar la vacuna lo más barato posible.
No cabe duda que estamos ante una batalla nueva: la vacuna contra el COVID-19. Los grandes capitales de las farmacéuticas occidentales que son los que dominan ese mercado a costa de la muerte y padecimientos de millones de personas en el mundo, salen ahora a tratar de descreditar y sembrar desconfianzas en la vacuna rusa. No podemos decir que Rusia no está en la contienda capitalista, pero sus métodos están basados en una visión distinta a la del colonialismo y el imperialismo. Se presenta como una alternativa frente a capitales transnacionales tradicionalmente dedicados al despojo y la manipulación. Ahora que el Gobierno ruso ha dicho que está listo para empezar a producir la vacuna, casualmente las otras empresas también lo han hecho.
No cabe duda que estamos en la franca competencia de capitales, pero necesitamos lecturas más finas para entenderlos. Y también es innegable que, venga de donde venga, necesitamos la vacuna, y el sistema dominante lo sabe. Por un lado, ha tratado de estirar la situación lo más que ha podido porque su obtención de beneficios durante la pandemia ha sido alta para muchos grandes capitalistas, pero saben que no podrá aguantarse tanto sin que las contradicciones empiecen a quebrar más al modo de producción. Por lo tanto, han apurado la vacuna como no lo han hecho con ninguna otra enfermedad que no les represente pérdidas. Y ahora más cuando Rusia, con un capitalismo alternativo, se presenta como un duro competidor. Si el sistema se ve en peligro, actúa. Cuando es solo la gente pero no el sistema, no lo hará. He ahí las diferencias con otras enfermedades.
Esto de la vacuna, indiscutiblemente, se ha convertido en un asunto de utilitarismo, esperanza, política y mercado. Pero, como sea, que venga ya y a precios de accesibilidad justos. Inclusive, debiese ser gratuita.
Mauricio José Chaulón Vélez

Historiador, antropólogo social, pensador crítico, comunista de pura cepa y caminante en la cultura popular.
Un Commentario
Muy interesante, vale la pena leerlo y analizar.
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