Utopía y autoritarismo cien años después

-Alejandro Urízar / LA FRONTERA DE VIENTO

Soy hijo de un comunista. Marco Urizar era militante del Partido Guatemalteco del Trabajo y fue asesinado por la dictadura en abril de 1980 debido a sus ideas. Paradójicamente, el poeta salvadoreño Roque Dalton también fue asesinado por sus ideas en mayo de 1975, pero por sus “camaradas” del Ejército Revolucionario del Pueblo. No siento vergüenza por la militancia de mi padre, sino orgullo por la huella que imprimió en mi forma de comprender el mundo; lo cual no significa que carezca de pensamiento crítico, sino todo lo contrario. El centenario de la Revolución rusa es el momento idóneo para reflexionar críticamente sobre la paradoja que explica el asesinato del vate y mi orgullo. La Revolución bolchevique ha tenido un impacto extenso sobre la humanidad, lo que justifica la reflexión, así seamos sus partidarios o detractores. El breve recuento de hechos y opiniones a continuación son solo una semilla para el debate.

Lenin, el líder bolchevique, regresó del exilio en abril de 1917 a una Rusia caótica. Europa estaba en medio de la Guerra Mundial y la economía rusa en ruinas. El zar había abdicado. El Ejercito había sido disuelto y los soldados sin comando y con armas estaban esparcidos por todo el país. Los citadinos manifestaban en las calles, y en el campo, los campesinos que habían vivido en la precariedad se vengaban sangrientamente de los terratenientes. El Gobierno Provisional carecía de representación y legitimidad. Entre innumerables grupos políticos, los bolcheviques eran una facción más, liderada por intelectuales con vínculos débiles con las masas. El vacío de poder era inconmensurable. Lenin estaba consciente del caos y de ahí su frase antes de volver: regreso y sé que en seis meses estaré colgado o seré ministro.

De acuerdo con el historiador alemán Jorg Baberowski, Lenin comprendió lo que había que hacer: eran necesarios logros concretos y no preocuparse por la legitimidad hasta después de haber alcanzado los objetivos; la fuente del poder no era la ideología y las convicciones, sino la organización y la violencia. Esa conclusión leninista fue la base del desarrollo de ideas y prácticas como el centralismo democrático, el partido único, la dictadura del proletariado; o más concretamente, de la Cheka (policía secreta bolchevique), los campos de concentración siberianos y los tribunales revolucionarios.

La conclusión leninista es el origen de la paradoja que explica el asesinato del poeta salvadoreño y el orgullo por mi padre. Los bolcheviques utilizaron la violencia como instrumento político para poner fin al caos y alcanzar sus objetivos: una sociedad sin clases, equitativa y paz entre los pueblos. Los primeros decretos soviéticos establecieron el repliegue de la guerra, la división de la tierra entre los campesinos, el salario mínimo y la jornada laboral de ocho horas, las comisiones estatales de cultura, la abolición de los rangos civiles, la socialización de la producción y otras medidas similares.

La violencia y la organización centralizada fueron los medios y las transformaciones sus fines. De esa forma surgió y se proyectó en el tiempo una falsa paradoja entre las transformaciones y la instrumentalización política de la violencia y los modelos autoritarios. Falsa porque los medios son contextuales, mientras que los fines son estructurales. Los primeros deben cambiar respondiendo al momento histórico y los segundos solo se agotan cuando las estructuras se transforman. Los medios empleados por los bolcheviques quizá fueron necesarios en aquel momento de caos, pero de ninguna forma podrían ser eficaces en contextos históricos diferentes.

La falsa paradoja bifurcó a las izquierdas en dos grupos: quienes convirtieron los medios bolcheviques en una doctrina ortodoxa (nada más alejado del marxismo) y quienes se enfocaron en las transformaciones y adaptaron los medios al entorno. La ortodoxia del primer grupo explica fenómenos tan distintos como los excesos del estalinismo y el asesinato del poeta, las medidas autoritarias de las autodenominadas Revolución bolivariana o sandinista y hasta el uso de descalificativos como “revisionista” o “rosado”. El enfoque en las transformaciones del segundo grupo representa la vigencia de las izquierdas, la vitalidad de las demandas ciudadanas y el orgullo por la militancia de mi padre; pero sobre todo la necesidad de soñar en una sociedad distinta, equitativa e inclusiva y luchar por construirla, comenzado esta vez por nuestra mente, nuestro hogar y nuestra comunidad.

Alejandro Urízar

Guatemalteco. Poeta. Sociólogo. Mi trabajo con movimientos sociales, organizaciones de sociedad civil y en organismos internacionales me ha dado la oportunidad de vivir en ciudades tan distintas como La Habana y Washington D.C. Actualmente trabajo en Transparencia Internacional y vivo en Berlín, Alemania.

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