-Gabriela Carrera / FÍJESE USTED–
Ciudad de Guatemala es un caos. Desde donde sea, desde donde se viva. He escuchado como, en los últimos años, las leyendas de terror sobre el tráfico se multiplican. Pensaba que era un poco exagerado, que definitivamente pasar dos horas en el tráfico era una cuestión excepcional o bien de mala suerte. Pero había quien me aseguraba que salía a las 4:30 a. m. para atajar el tráfico, y prefería ir al gimnasio y luego directo al trabajo. O bien, pensaba que esa gente que se quedaba durmiendo en el carro era más por darle rienda suelta a un placer tan rico como el sueño, cinco minutitos más.
Crecí en la zona 5. Al entrar a la universidad, me quedaba muy cerca en zona 16, me hacía no más de 20 minutos, y eso por un semáforo completamente desproporcional en la distribución del tiempo. Llegaba tarde pero porque para entrar a las 7:00, salir a las 6:45 no ayudaba. A los años, aún en la universidad que también se convirtió en mi lugar de trabajo, me mudé a la zona 16 y me hacía 6 minutos (a velocidad media).
Vi metamorfosearse el lugar: de un bosque a un exagerado centro comercial con complejo de mediterráneo, de pocas casas a una serie de edificios de apartamentos, colegios, más centros comerciales, pasos a desnivel, restaurantes de comida rápida. Y de pronto, a la imagen y semejanza de la zona 5, pasé de escuchar los conciertos del campo marte a los de una explanada cercana, desde la comodidad de mi casa. También las dinámicas de las comunidades que llevaban años instaladas en el lugar cambiaban. Las calles de Santa Rosita, San Gaspar y Concepción las Lomas estaban congestionadas, las mujeres jóvenes iban a trabajar a las casas cercanas, la desigualdad la hace de vecina.
Esta semana salí de mi casa media hora antes de que iniciara la clase. Salí optimistamente a las 6:30 de la mañana para llegar a tiempo. «Seis por 3, igual 18, por cinco, 30», pensé que preveer 5 veces más de tiempo que el que me hago normalmente bastaría para llegar, hasta con ganancia.
Fíjese que no. A mi cita llegué a las 7:40, después de ver como los carros apostaban por un atajo, como se metían mientras el que no avanzó seguramente estaba preguntándole a Amílcar Montejo si todo estaba bien, vi gritos, pitos (esos solo los escuché), hasta un señor que se bajó a tocarle el capó a una señora que leía tranquilamente el periódico estacionada en una estrecha calle de doble vía. Vi hacerse el loco a uno que otro conductor imprudente, y desesperarse a más de una mujer en el camino. Incluida yo.
Pienso en el alcalde Arzú y me vuelvo a enojar: un funcionario que no ha podido en 5 periodos ordenar la ciudad, que no ha podido controlar el tráfico. Y poco le importa porque agarra la moto y ya. Que ha dejado la ciudad al desorden, y con el desorden al peligro y al caos. Y ahí vamos a defenderlo y a votarlo. A decir que qué bonito el jardín y que pasos y pedales es lo máximo. No se nos olvida la cena de navidad y la pista de hielo en contexto tropical. Vaya si no es exótico. Ahí estamos caminando por la sexta, sintiendo un poquito de libertad prefabricada. Y hacemos subibajas bajo el nombre de Rafael Ubico.
Malaya tuviéramos un transporte público, me decía alguien en una red social, cuando la impotencia me hizo escribir menos de 140 caracteres. Me propusieron una bici, pero no me veo subiendo la cuesta de una de las colonias de la zona, ni regresando a las 9 pm por el mismo lugar después de un día de trabajo. Es cierto, como me decía alguien que #UrgeTeleférico y yo agregaría que también un cambio de jefe edil.
Gabriela Carrera

Creo firmemente que la política y el poder son realidades diarias de todos y todas. Por eso escogí la Ciencia Política para acercarme a entender el mundo. Intento no desesperanzarme, por lo que echo mano de otros recursos de observación como los libros y las salas de cine. Me emocionan los proyectos colectivos que dejan ver lo mejor de las personas y donde el interés es construir mundos más humanos.
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