Jorge Mario Salazar M. | Política y sociedad / PALIMPSESTO
El tiempo es mi obsesión. Cada hora que paso en el cansado autobús hacia mi destino dudoso, debido a la incertidumbre generalizada en el país, se abona al conteo perenne de los minutos de avance y de retraso que se tiene para llegar al destino deseado a la hora indicada. En mi país, en las carreteras se rebasa por la derecha, el izquierdo es un carril utilizado por los vehículos más lentos, me parece una analogía de la política.
Cada día con su noche que pasa sin que se produzca la magia de una nueva situación en la vernácula política nacional, arrasada por pillos cobardes envalentonados por su posición impune y por la pistola que llevan en el cinto, agrega fermento al estado de cansancio y descontento de mis cercanos, de mi prójimo, cuyos valores se licúan entre la conveniencia, el oportunismo y el miedo.
Me obsesiona seguir el calendario de cuadros y números grandes, arrancando cada hoja del mes que termina. El reporte de las citas cumplidas e incumplidas con la felicidad y la medicina, con los débitos y los créditos, con las ausencias que se prolongan y las fatalidades que se desconocen.
Vivo abrumado por los aniversarios de cada día, de agradables sonrisas y derrotas callejeras en pos de una equidad que no se manifiesta ni en la justicia, ni en la economía, ni en la sociedad. Esa desigualdad que abruma a la sociedad en forma de cultura, internalizada en los pliegues más primitivos de la corteza cerebral y que cada año agrega otra capa de cebolla a las ya existentes, que lleva a los ciudadanos a una autocorrección cada vez más conservadora y cómplice con el crimen organizado.
Heme aquí, reiterando esta afición por contar los ciclos que nos legó occidente junto a otros mitos, tradiciones y costumbres, como el año viejo y el año nuevo, las pascuas hebreas, el santoral católico y los cierres fiscales. Y recién pasadas dichas fechas, casi a punto de ser olvidadas por otros ciclos urgentes, aún recuerdo el momento de esa transición de un año al otro, como la transición de la dictadura militar de los fraudes electorales a la dictadura militar de las elecciones entre civiles. Ahora, en retroceso con la destrucción de la utilería para las farsas electorales. Pasamos esta transición con los ojos cerrados y bien apretados como cuando se está a punto de estrellarse contra un muro de cemento. Las manos en posición defensiva. El cuerpo entero preparado para lo peor. Pero no pasa nada. Esa nada que es también un ciclo que se reitera y que nos nombra como país. Como nación. Como sociedad. Como proyecto. Nada.
Se completa un ciclo de 21 años de la firma de la paz y nos parece que la guerra se ha quedado viviendo escondida entre los folios de la burocracia y la contabilidad de los poderosos, como un activo, quizás el más estratégico.
El Estado ha incumplido la mayoría de los compromisos adquiridos en el acuerdo para una paz firme y duradera. Los pocos que sí cumplió lo hizo con desprecio, regateando los «costos sociales», condicionando hasta la exageración el compromiso asumido con la sociedad. En ese aniversario 21 se vuelven a escuchar, más que otras veces, los pretextos cargados de ideología dominante de los «papá Estado no debe hacerse cargo de resolver la vida de los haraganes», obviando que la oligarquía nacional es la principal beneficiaria de los recursos estatales. El Cacif, metido en más de medio centenar de instituciones, exige que otros no intervengan en la definición de políticas públicas.
Se cumplen 33 años de vida en una democracia de mentiras, en la que la participación política de las mayorías ha sido condicionada por las reglas del mercado. El dinero y el clientelismo sustituyeron a los programas y pensamientos políticos. La mentira y el autoengaño sustituyeron a la militancia. Próximos a reciclar personajes de alta y baja denominación en la más profunda degradación de la democracia, el nuevo ciclo electoral no presenta nada nuevo. Quizás se extrañe la suciedad ambiental de las pintadas, los afiches y las vallas. Los anuncios cansones en la radio y la televisión, y las cancioncitas bobas de la comercialización de políticos. Tal vez extrañaremos los foros inducidos patrocinados por las buenas personas para librarnos del socialismo, el comunismo, el chavismo, el orteguismo, la Cicig, Iván Velásquez, los chinos, los rusos, los LGBTIQ, el aborto, la reforma agraria, la defensa del territorio, el derecho de los pueblos, el robo de energía eléctrica, el libre comercio, la equidad y la justicia selectiva.
Será un ciclo electoral en donde el territorio ya está cooptado por el partido político más extendido y orgánico del Pacto de Corruptos, las iglesias evangélicas neopentecostales y otras yerbas de la teología de la prosperidad. Ellos definirán las tendencias entre unos 20 binomios presidenciales para llevar a otro aún peor que el actual presidente.
Los ciclos en el tiempo son como espejos en los que la misma imagen se refleja infinitamente hasta donde alcanza la vista. Así, uno ve el todo de la política nacional como círculos concéntricos tan parecidos, cual fractales, que se alejan en la memoria, formando los mismos resultados y generando los mismos sentimientos de frustración y esperanza de un milagro como única salida.
Fotografía por Jorge Mario Salazar.
Jorge Mario Salazar M.

Analista político con estudios en Psicología, Ciencias Políticas y Comunicación. Teatrista popular. Experiencia de campo de 20 años en proyectos de desarrollo. Temas preferidos análisis político, ciudadanía y derechos sociales, conflictividad social. Busco compartir un espacio de expresión de mis ideas con gente afín.
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