Luis Felipe Arce | Política y sociedad / EL CASO DE HABLAR
Hoy los gimnasios están llenos de gente y las librerías vacías.
Tenemos mucha gente con cuerpos perfectos pero sin nada que decir.
Alétheia (del griego, «verdad») es un concepto filosófico que se refiere a la sinceridad de los hechos y la realidad. Literalmente, la palabra significa aquello que no está oculto… aquello que es evidente, lo que «es verdadero». En otras palabras: una certeza manifiesta que resulta innegable y de la que no se puede dudar.
Para la filosofía es una evidencia, un tipo de reconocimiento que aparece de manera intuitiva de tal forma que permite afirmar la validez de su contenido como verdadero.
Diego Arranz afirmaba de que: «somos la generación que se destruye a sí misma y que persigue su declive».
Con doctoral razonamiento prosigue:
He llegado a la conclusión de que este mundo está loco, de verdad que sí. No entiendo a la mayoría de personas, del porqué prefieren la estabilidad, la comodidad y no se atreven a salir de sus barreras de confort. Que se enfoquen mejor a conocerse a sí mismos y dimensionar de qué son capaces. No entiendo por qué siempre siguen la corriente como peces muertos y que se dejan arrastrar por pensamientos de otras personas.
Y razón no le sobra… quizás por eso es que el fecundo escritor uruguayo Eduardo Galeano le puso su huella -con nombre y apellido- a uno de los pensamientos que más predominan en la actualidad:
Tanto envase tenemos, que lo superfluo nos parece suficiente, hemos vaciado nuestra parte racional de nuestra caja de pensamiento para llenarla de migajas de información y de prejuicios, los cuales solo pretenden implantarnos ideas de consumo y egocentrismo para seguir alimentando la premisa de fijarnos por encima y no a profundidad, desechando el fondo de las cosas… lo verdaderamente importante y esencial.
Galeano se hace la pregunta: ¿la persona vale por su mascarón y marca? Y se va con todo y a la espinilla para finalizar diciendo: «Estamos en la plena cultura del envase donde el contrato de matrimonio importa más que el amor. El funeral más que el muerto. La ropa más que el cuerpo. El físico más que el intelecto y la misa más que Dios… La cultura del envase desprecia los contenidos».
Tal parece que la cultura del envase es para quienes siguen a las masas en plena era de la posmodernidad pues… ir en contra de la corriente está pasado de moda. Pero, como bien lo señalaba G. K. Cesterton «A cada época la salva un pequeño puñado de hombres que tienen el coraje de ser inactuales».
Cada día, en cada momento, en cada período de nuestra existencia en el mundo, nos acercamos irremediablemente hacia un gigantesco agujero negro que ensombrece la existencia de los seres humanos y del resto de los seres vivos en la tierra.
Vemos ya síntomas alarmantes y evidentes de una realidad que se quiere ocultar ante los ojos de una sociedad que camina al abismo, sin brújula… sin rumbo y sin dirección.
«Conócete a ti mismo» fue una máxima filosófica que ya estaba escrita en el templo de Pitonisa en Delfos y que aparece hasta en el psicoanálisis moderno. Se entendía que era para conocerse como seres humanos, es decir, para saber que no eran solo animales… pero tampoco dioses. Que eran humanos sometidos a la desdicha y a la muerte… la muerte del que sabe que va a morir. Es conocerse uno tras sus máscaras, esas que nos recubren.
C. S. Lewis escribió: «Mientras no tengamos rostro, las máscaras a las que alude son las de los múltiples papeles que representamos, aún cuando estemos solos». Tristemente, somos una sociedad sobreexpuesta a resolverlo todo haciendo uso de la violencia y a pensar sin el menor esfuerzo… así de sencillo.
Sin exagerar; con el aborto las madres aprenden a matar a los hijos. Con la eutanasia, los hijos aprenden a matar a sus padres. Con la eugenesia, el Gobierno aprende a matar a sus futuros ciudadanos. Con los millonarios préstamos sin fiscalización, los políticos aprenden a hipotecar, por futuras generaciones, a los sumisos pueblos. Con los divorcios, aprendemos a evitar compromisos. Con las redes sociales, aprendemos a estar solos. Con la tecnología, aprenderemos a ser inútiles, y así… ¡de aquí, a la eternidad!.
Don Nicolás de Maquiavelo tenía sobrada razón cuando dicen que dijo: «Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos». Y es que nos hemos convertido en una sociedad en la que han sido tergiversados, muy a propósito, ciertos valores fundamentales y a la que le han cambiado, dramáticamente, las escalas. Vivimos en un mundo de apariencias, en un mundo donde se valoran más otras cosas que las formas de ser y de pensar.
Es por eso de que nuestra sociedad, hoy, carece de líderes… de hombres y mujeres que vivan con integridad, de hombres y mujeres auténticos que demuestren con su carisma cierta «fuerza y honestidad». Hemos tolerado que el «materialismo» vaya destruyendo nuestras comunidades. Hemos tolerado todo tipo de arbitrariedades, al grado de que, en la mayoría de las veces, no sabemos distinguir entre el bien y el mal.
En la vorágine del querer y el tener a toda costa, la ambición es un caudaloso río que nunca se detiene. Entre todos hemos contribuido estimulando la cultura del rebaño que forma seres egoístas, individualistas y llenos de prejuicios… más insolidarios y egocéntricos.
¿Cuándo se perdió el contenido y cómo?
Merced a grandes esfuerzos continuados, en el fondo, uno debe ser el mismo… auténtico. El fruto de años de lucha y de paciencia… de constancia a toda prueba. La perseverancia siempre rinde buenas cosechas. Al final, no es fácil… nunca ha sido fácil, al éxito no se llega de la noche a la mañana, sino poco a poco, con paciencia, venciendo tentaciones, fomentando hábitos. ¡Las tentaciones nunca faltan en la vida!
Los valores éticos y los principios morales, penosamente, se han ido por la libre. La gran mayoría se va por el camino equivocado y luego (mucho más temprano que tarde) agarra el peor de los caminos: la política.
Al poco tiempo principian a mandar videos donde aparecen tirados como cualquier desdichado indigente en las playas de Miami o en cruceros por el Caribe, con cuentas desorbitantes de dineros mal habidos depositados en los paraísos fiscales. El resultado: el retrato hablado de un drama predecible, sin pies ni cabeza.
Ante tan aplastante realidad, no podemos enterrar la cabeza en las arenas movedizas de la indiferencia, ignorando la evidencia. Nadie (ni víctima, ni cómplice, ni victimario) puede olvidar su papel, en ningún momento, en ninguna parte… en ninguna circunstancia.
Eduardo Galeano pedía de que cada quien asumiera las consecuencias del riesgo provocado por su ceguera inconsecuente «A las catástrofes las llaman naturales; como si la naturaleza fuera el verdugo y no la víctima».
Así las cosas… valga una pregunta final de Galeano: ¿y tú, eres un anticuado con contenido o… un envase vacío?
Fotografía principal, Eduardo Galeano, tomada de Flickr.
Luis Felipe Arce

Guatemalteco. Ingeniero civil, por varios años gerente de Producción para Centroamérica de una importante corporación mundial dedicada a la fabricación de materiales refractarios y aislantes. Actualmente, consultor independiente.
Correo: luisarcef@yahoo.com
4 Commentarios
Gracias por compartir tus profundas reflexiones. Seguimos siendo «De los de Siempre». Un fraterno abrazo desde la distancia. Tu cuate «Cebolla»
Un saludo hasta Ontario estimado Carlos.
Gracias estimado Arturo,
Lo ideal sería salir fortificados de esta pandemia y que las lecciones aprendidas nos enseñen a pesar por nosotros mismos.
El padre de la geometría analítica y de la filosofía moderna René Descartes hizo famoso el célebre principio Cogito ergo sum (pienso, luego existo)
Acertadisisísimo mi querido Guichìn, casi como siempre, muchas gracias.
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