Jorge Mario Salazar M. | Política y sociedad / PALIMPSESTO
Guatemala es un barril sin fondo de complejidades perversas. No se cómo podemos soportar semejante indignidad de tener que depender de una clase política que ya no tiene ningún resquicio de legitimidad y de pudor. Una pandilla de sinvergüenzas desfila ante nuestros ojos ejerciendo autoridad investida por medio de un proceso cada vez más cuestionado e inútil como el electoral. Requerimos únicamente que 25 % de la ciudadanía apruebe una propuesta para que esta se convierta en rectora de nuestra vida ciudadana. La legislación requiere de, cuando más, 105 votos para favorecer leyes espurias y normas que van en contra de todos y todas las ciudadanas de este rincón del mundo.
Es decir que la democracia basada en un sistema electoral tan imperfecto como el que tenemos es más bien una dictadura perfecta, ya que no existen mecanismos que permitan su perfeccionamiento. Dependemos de los mismos actores corruptos y corporativizados para poder modificar las reglas de participación y legitimación política. Un círculo vicioso nos deja parados nuevamente frente a los mismos problemas cada cuatro años y en cada proceso electoral por melifuo que sea, como la mentada consulta popular de la semana pasada, se adolece del carácter fundamental de un proceso tal como es la legitimación social.
La oposición no existe en este sistema electoral. Es borrada, sometida, colonizada por un conjunto de normas en las que el que gana, gana todo y el que pierde lo pierde todo. Quienes no votan deliberadamente son obviados. Los votos nulos o en contra o quienes llegan a las urnas y no manifiestan prefencia son ignorados como si no existieran. El sistema electoral no garantiza la representación de minorías, ni equilibrio del poder ni la escogencia de la mejor opción. Este sistema de representaciones, clientelar y corporativo en donde gana el que tiene más dinero o más financistas es el mejor camino al despeñadero moral de la sociedad y el camino más fácil para las salidas violentas y desesperadas.
Entramos ya al tramo preelectoral con vistas a las elecciones generales del 2019. Dentro de un año, exactamente, se hará el llamado a elecciones. Los y las precandidatas que ya trabajan de bajo perfil son más de lo peor que ha tenido Guatemala. Son las mismas caras y las mismas mañas aprovechándose del prestigio que lograron sus antecesores a base de corromper la sociedad hasta los límites que hoy nos escandalizan en cada día de Cicig o del Ministerio Público. Las mismas personas que fomentan la política como medio de enriquecerse sin importar que ese enriquecimiento personal signifique dejar los hospitales sin medicina, las escuelas sin edificios y sin avíos para la educación, y en el plano moral, pretenden retroceder en la lucha anticorrupción.
En estos días también se han cumplido ya tres años que se derrumbaron las estructuras corruptas del Gobierno patriota y sus principales dirigentes fueron a parar a las cárceles VIP. Tres años, ciento cincuenta semanas de jueves de Cicig, 602 presos por corrupción, anunciaba Prensa Libre en diciembre del 2017. El mismo diario publicó en julio del año pasado acerca de 100 prófugos por la misma causa; hay otros cientos que aún esperan ser llevados a tribunales. Estos números más o menos exactos nos deberían de llevar a la convicción de la urgencia de los cambios en el sistema de representación y legitimación política.
Sin embargo, la admiración no cesa ante nuestros ojos. Cada día nuevas evidencias sobre el estado de putrefacción de todas las élites dirigenciales. Ya empiezan a causar insensibilidad y excesivo sarcasmo en la comunicación social, lo que significa cansancio y desconfianza que alcanza a las mismas instituciones de investigación y de justicia. Las maras dirigidas, armadas y protegidas por militares no es algo que desconociéramos como todas las relaciones de oficiales en cada una de las ramas del crimen organizado. Y ahí siguen ejerciendo poder desde las diferentes instituciones del sector público y el privado también.
Estamos resignados a vivir de rodillas frente a la criminalidad porque las mismas autoridades son criminales o tienen una relación estrecha entre sí. Estamos en una transición que no tiene fin. En la medida que se elimina una ola de criminales y ya otra viene a ocupar sus espacios de manera más eficiente que la misma política. Y al parecer la sociedad civil ya no tiene más fuerzas para seguir impulsando las luchas en los diferentes frentes que se han abierto en la lucha contra la impunidad. Probablemente el nuevo proceso electoral pueda significar la suspensión temporal de todas esas luchas y coaliciones.
En el escenario menos deseable pero el más probable, las candidaturas de personajes oscuros como Zury Ríos y Manuel Conde, entre otros viejos conocidos, emerjan como adalides de las mafias y participarán electoralmente porque no se les puede comprobar delitos, con fuertes financiamientos se colocarán en las listas de preferencia y, por lo menos, lograrán meter sus alfiles al Congreso. Así pasaremos otros cuatro años aprendiendo a sonreír cada vez que la nueva Cicig y el nuevo Ministerio Público nos presenten nuevos casos de corrupción que terminen de minar nuestra confianza en el sistema, en la patria y en cualquier valor cívico, y así, normalicemos estos males que nos rodean.
Tomado de Poesías Oscuras.
Jorge Mario Salazar M.

Analista político con estudios en Psicología, Ciencias Políticas y Comunicación. Teatrista popular. Experiencia de campo de 20 años en proyectos de desarrollo. Temas preferidos análisis político, ciudadanía y derechos sociales, conflictividad social. Busco compartir un espacio de expresión de mis ideas con gente afín.
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