Camilo García Giraldo | Literatura/cultura / REFLEXIONES
Heidegger sostuvo la urgencia, en los tiempos modernos, de comenzar a pensar de una nueva manera, diferente a la tradicional que está marcada por el predominio de la lógica y que se sustente en el lenguaje poético que tiene siempre el poder de abrir un sentido del ser, es decir, un pensar poético porque los poetas siempre tienen la capacidad de fundar el sentido del mundo. Pero los poetas, al abrir el sentido de ser o de algo en el mundo, lo que hacen es revelar ese sentido que estaba o existía oculto a la mirada de los hombres; un sentido realmente existente que, sin embargo, estaba ausente de su saber y su conciencia. La tarea primordial de todo poeta es, entonces, desocultar con las palabras del lenguaje que siempre están llenas de sentido, el sentido de algo esencial del mundo para todos los que demás seres humanos accedan a él, para que lo puedan ver y comprender.
En la extraordinaria obra poética de César Vallejo encontramos varias revelaciones esenciales que la tornan trascendente e inmortal. Una de las más importantes y significativas, a mi juicio, es la de mostrarnos el verdadero rostro o identidad de Dios que había permanecido oculto y desconocido para todos los creyentes cristianos durante más de 2000 años. Identidad que no está dada como siempre han creído en el amor, sino al contrario, en el odio, como lo dice en su famoso poema Los heraldos negros y que manifiesta en los constantes e innumerables golpes o castigos que les propina a sus hijos, a las creaturas supremas de su creación, los seres humanos; golpes que los hacen sufrir inmensamente, que les provocan un gran dolor en el alma.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios, como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!
Es, entonces, Dios atrapado en este sentimiento de odio hacia los hombres el que se convierte en el principal causante de los sufrimientos que acompañan sus existencias. Pero ¿por qué Dios es capaz de realizar estos actos en contra de sus hijos? ¿Cómo es posible que Él, como padre supremo, golpee y castigue sin descanso a los frutos más notables de su creación para que sufran, para que sean infelices?
Y es el propio Vallejo el que encuentra y nos da la respuesta a esta pregunta que él mismo plantea en sus poemas: Dios hace sufrir a los hombres no solo porque su ser y existencia se identifica con el odio, sino también porque nunca ha sufrido, porque nunca ha sentido ningún dolor en su ser; y, por lo tanto, no sabe lo que es el sufrimiento. Dios es un ser totalmente ajeno al sufrimiento, no sabe lo que es, porque él mismo nunca ha sufrido, tal como nos lo dice en su poema Los dados eternos:
Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado;
¡tú no tienes Marías que se van!
Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
Y el hombre sí te sufre, ¡el Dios es él!
Por eso son los hombres los que deberían ser el verdadero y auténtico Dios porque sufren, porque sienten dolor en el interior de su ser. Y este sufrimiento fundamental que Dios nunca ha vivido les da un valor y significado superior a Él. Son los hombres los que en justicia deberían ser Él. Pero es un deber ser que no pueden cumplir nunca porque está fuera del alcance de su poder; es una injusticia que reinará siempre mientras exista Dios. Pues Dios no solo hace sufrir a los hombres con los golpes que les da, sino que también instaura en el mundo una gran injusticia, la de ser lo que en el fondo no debe o no merece ser.
Por eso, para Vallejo, en los tiempos modernos, Dios no ha muerto como la afirma Nietzsche, sino que ha puesto de presente, hecho visible a él como poeta para que todos los que lo leemos lo veamos también, su verdadero rostro e identidad; y al hacerlo aparece como un ser incompleto y limitado que es incapaz de ser un verdadero Dios, como un ser que ha perdido el derecho de serlo.
Ahora bien, la existencia de los hombres no está irremediablemente consumida en sus sufrimientos. Siempre tienen la posibilidad de enfrentarlos con éxito, o por lo menos de aliviarlos, si se unen e integran entre sí compartiéndolos. Pues cuando llegue el día en que los hombres se unan afectiva y sensiblemente adquirirán la fuerza y el poder necesario para vencerlos, para hacerlos desaparecer de sus vidas, así sea por un tiempo, como lo expresa en su gran poema Los desgraciados:
Ya va a venir el día; da
cuerda a tu brazo, búscate debajo
del colchón, vuelve a pararte
en tu cabeza, para andar derecho.
Ya va a venir el día, ponte el saco.
Ya va a venir el día; ten
fuerte en la mano a tu intestino grande, reflexiona
antes de meditar, pues es horrible
cuando le cae a uno la desgracia
y se le cae a uno a fondo el diente.
Necesitas comer, pero, me digo,
no tengas pena, que no es de pobres
la pena, el sollozar junto a su tumba;
remiéndate, recuerda,
confía en tu hilo blanco, fuma, pasa lista
a tu cadena y guárdala detrás de tu retrato.
Ya va a venir el día, ponte el alma.
Ya va venir el día, pasan,
han abierto en el hotel un ojo,
azotándolo, dándole con espejo tuyo…
¿Tiemblas? Es el estado remoto de la frente
y la nación reciente del estómago.
Roncan aún… ¡Que el universo se lleve este ronquido!
¡Cómo tus poros, enjuiciándolo!
¡Con cuantos doses ¡ay! ¡Estás tan solo!
Ya va a venir el día, ponte el sueño.
Ya va venir el día, repito
por el órgano oral de tu silencio
y urge tomar la izquierda con el hambre
y tomar la derecha con la sed; de todos modos,
abstente de ser pobre con los ricos,
atiza
tu frío, porque en él se integra mi calor, amada víctima.
Ya va a venir el día, ponte el cuerpo.
Pero cuando los hombres se aman entre sí, no solo se dan el poder supremo de suprimir los sufrimientos que hacen parte de sus vidas, sino además adquieren el poder extraordinario y «sobrenatural» de revivir o resucitar a los que han muerto injustamente, a todos los que no ha merecido morir. El poder del amor es tal que permite a los hombres integrados a su alrededor darle de nueva vida, de resucitar, a los que han muerto injustamente para que contrariando la voluntad de Dios reine aquí en la tierra la justicia, para que instauren finalmente esa justicia que tanto merecen y anhelan, como lo dice en su poema Masa:
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
Este poder «sobrenatural» del amor que se dan entre sí los seres humanos es el que en definitiva les da el derecho supremo e incuestionable de ser Dios; pues son ellos los que en verdad pueden amarse entre sí, son ellos los que tienen esta gran capacidad de la que carece Dios al hacerlos sufrir contantemente manifestándoles su odio. Por eso cuando ejercen en la realidad de sus vidas esta capacidad de amar, le dan vida en su propia existencia a la verdadera imagen de lo divino, se convierten en el único y verdadero Dios.
Retrato de César Vallejo por Pablo Picasso (junio de 1938), tomado de elotriba.org
Camilo García Giraldo

Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Bogotá en Colombia. Fue profesor universitario en varias universidades de Bogotá. En Suecia ha trabajado en varios proyectos de investigación sobre cultura latinoamericana en la Universidad de Estocolmo. Además ha sido profesor de Literatura y Español en la Universidad Popular. Ha sido asesor del Instituto Sueco de Cooperación Internacional (SIDA) en asuntos colombianos. Es colaborador habitual de varias revistas culturales y académicas colombianas y españolas, y de las páginas culturales de varios periódicos colombianos. Ha escrito 7 libros de ensayos y reflexiones sobre temas filosóficos y culturales y sobre ética y religión. Es miembro de la Asociación de Escritores Suecos.
Un Commentario
Gracias a este artículo he visto más cosas en Vallejo que las que solía ver. En ‘Batalla tres’ resucita a Pedro Rojas pero esta vez es España la que estimula su resurrección. Comprender a Heidegger nos dota de un instrumento agudo para apreciar y auscultar mejor las cosas ocultas del lenguaje y el modo en que este nos lleva a oceános mucho más profundos de ideas, sentimientos y sensaciones. Seguiré leyendo al profesor García… y a Vallejo tambien. Saludo.
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