Una mirada al modelo keynesiano

Fernando Zúñiga Umaña | Política y sociedad / EN EL BLANCO

Deben buscarse formas de salir de este laberinto neoliberal en que nos encontramos. He recordado el enfrentamiento de Keynes [1] al pensamiento ortodoxo vigente en los años treinta del siglo pasado, años de depresión económica y en los que prevalecía el pensamiento liberal de que eran exclusivamente las fuerzas del mercado las que se encargarían de solucionar los problemas económicos y «acomodar las cosas». El problema de la sobreproducción y la incapacidad de que se cumpliera ese principio sagrado de que la oferta generaba su propia demanda, en esa época estaba poniendo en juego los enfoques teóricos de Smith y David Ricardo, al igual que todos los tratados matemáticos de importantes economistas matemáticos como Walras y Marshall, que demostraban la tendencia al equilibrio en el mercado. Y no es que Keynes rompiera con esos principios liberales, por el contrario, en su principal obra advierte que su modelo económico es para una economía en crisis, que una vez superada la crisis debe dejarse que el libre mercado resuelva los problemas económicos. Pero, si es capaz de revolver las propuestas y volver los ojos al Estado como parte principal en la solución de la crisis.

Su sistema de ecuaciones, como él mismo lo señaló, eran «instantáneas fotográficas del sistema económico, tomadas en el supuesto de una producción determinada de antemano». Para hacerlo más entendible, imaginemos una economía saturada de producción, que no puede venderse porque hay desempleo masivo y las familias no tienen ingresos. Los precios bajan, pero eso no es suficiente, el mecanismo de precios se vuelve totalmente inútil. La solución es generar empleo, pero si las empresas están repletas de inventarios, para qué van a querer contratar trabajadores. Eran años difíciles, muchos, ante la incapacidad de resolver sus problemas, optaban por el suicidio.

Dentro de su sistema de ecuaciones, Keynes se refiere a la varita mágica, la llama «propensión marginal a consumir». Mide el incremento en el consumo ante incrementos unitarios en el ingreso de las personas, de tal manera que lo obvio era un mayor volumen de ingresos, y quien podía lograr tal milagro era el Estado. Poner a los ciudadanos a trabajar en lo que fuera, aumentando la planilla del Gobierno (hacer huecos y taparlos, como se decía irónicamente). Ese aumento en los ingresos implica un incremento en el consumo, por ende se resuelven problemas de inventarios y la economía crece.

Bajo un juego de multiplicadores, demuestra Keynes lo que de manera un tanto simplista se puede resumir en los cambios que cada una de las variables macroeconómicas generan en el ingreso nacional. Demuestra primero que el gasto público incrementa el ingreso nacional, como también lo hace la inversión, las transferencias y las exportaciones. Todo en diferentes proporciones. Igual demuestra su modelo que los impuestos y las importaciones contraen el ingreso nacional.

Keynes no revolucionó el sistema económico, lo que hizo fue ajustarlo. Eso le valió el reconocimiento de grandes pensadores de la época, como Alfred Marshall, Pigou, Edgeworth, la escuela austriaca, entre muchos otros. Fue una propuesta de un modelo estático, que demolió el pensamiento ortodoxo. Como lo señalé anteriormente, Keynes no dejó de creer en el sistema de mercado, una vez que se superara la crisis este era la mejor opción. Pero su planteamiento retoma la participación del Estado como alternativa, y posteriormente, muchos economistas se valieron de estos argumentos para justificar al Estado como actor económico. El pensamiento de la CEPAL, encabezado por el economista Raúl Prebisch y en nuestro país, Rodrigo Facio, que dio sustento a la nacionalización de la banca privada a finales de la década de los cuarenta del siglo pasado, también fue un inyector para que nuestro país fuera vanguardia en un modelo estatista que, hasta la fecha, aunque totalmente devastado, mantiene algunos resabios.

No es la pretensión volver a Keynes, pero echemos una mirada, de ahí podemos deducir muchas cosas, como la necesidad de planteamientos que difieran de la rutina neoliberal con que se maneja este planeta, donde hoy todo se vale. Hoy, además de dejar hacer y dejar pasar, se ha dejado de pensar y de cuestionar. También podemos valorar el tesón de un pensador que, en un periodo de guerra y de entreguerras, supo estudiar a profundidad las relaciones políticas y económicas de la época y visualizar a un Estado participativo resolviendo problemas. Bajo la premisa de que en el largo plazo todos estamos muertos, se concentró en una propuesta de mediano plazo para resolver problemas económicos y sociales que prevalecían en ese momento.

Las propuestas de nuestros gobiernos son simples recetas que provienen de los sectores financieros internacionales, de los gobiernos de los países opresores, y son maquilladas por las oligarquías, reforzadas por economistas neoliberales que encubren el discurso con tecnicismos. Nos falta mucho pensamiento, las universidades no lo están haciendo como debe ser, ahí no se está pensando, solo se está aplicando conocimiento. Debemos pensar, ofrecer opciones para construir el modelo de país, basándonos en la superación de los esquemas ortodoxos que la derecha ha convertido en mandamientos.

La relación entre democracia y liberalismo, que ha penetrado en la mente de las personas, es el escudo para hacer creer que cualquier protección de parte del Estado es lo contrario a la democracia. Proteger a los emprendedores, buscar el crecimiento de empresas semipúblicas, o semiprivadas, va contra los principios que se han establecido en acuerdos internacionales, donde los países más poderosos imponen condiciones. Saltarse esas condiciones va contra el statu quo, y merece castigos, desde las altas esferas del planeta. Tampoco se permite que a alguien se le ocurra implantar un modelo alternativo, que de manera combinada aplique leyes del mercado y planificación estratégica desde el Gobierno, con la posibilidad que entes públicos entren dentro del sistema económico. Eso lo llamarían «distorsiones» del libre mercado, por lo tanto queda prohibido, y los endebles gobernantes en estas latitudes no se atreverán a distorsionar, son ejecutores dispuestos a seguir las normas establecidas, sin atreverse a oponerse. Seguirán bailando al son que les toquen.


[1] John Maynard Keynes. 1883-1946.

Imagen por Fernando Zúñiga Umaña.

Fernando Zúñiga Umaña

Costarricense, estudioso de la realidad económico social y política nacional e internacional. Economista de formación básica, realizó estudios en la Universidad de Costa Rica y en la Flacso México. Durante más de 30 años laboró en la Universidad Nacional de Costa Rica. Actualmente es director del Doctorado en Ciencias de la Administración de la Universidad Estatal a Distancia de Costa Rica. Consultor privado en el campo de la investigación de mercados, estudios socio económicos.

En el blanco

2 Commentarios

Felipe A. Juárez 23/08/2018

Estimado Fernando: estudió psicología y estoy poco familiarizado con algunos contenidos de las ciencias económicas. Sin embargo, me parecen inquietantes y en ese sentido agradezco su artículo. Qué materiales me recomienda para conocer las propuestas neoliberales actuales provenientes de sectores financieros internacionales

cynthia rojas 21/08/2018

Muy atinado el comentario que muchas Universidades no están haciendo la labor de generar espacios para pensar y cuestionar, A esto se le debe sumar la moda de las redes sociales donde las personas pierden demasiado tiempo esperando ser tomadas en cuenta, un pensamiento narcicista que mata poco a poco la capacidad de analizar más allá de la inmediatez personal y social de donde se encuentra. Porque resulta más importante ser gustado y aceptado socilamente que trabajar en función de otros y lo que es peor este mismo estilo de pensamiento se ve reflejado en los gobiernos, donde no se toman las deciciones que se deben de tomar porque va en contra de lo algunos sectores quieren. Lo que da como resultado caer en despeñadero mientras nos vemos en el espejo y nos creemos nuestras propias mentiras.

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