Mauricio José Chaulón Vélez | Política y sociedad / PENSAR CRÍTICO, SIEMPRE
Las corrientes positivistas en el abordaje de la historia como ciencia social, acuden a la periodización lineal para situar los hechos y los acontecimientos. No es que carezca de importancia, al contrario, pero lo fundamental para contextualizar lo que ha sucedido es el tipo de relaciones que le constituyen, o sea, que le dan contenido. Y estas pueden permanecer un tiempo largo, aunque en apariencia el evento ya terminó. El caso de la guerra en Guatemala puede ser un magnífico ejemplo a lo que expongo, tanto en sus inicios como en su no finalización.
En la temporalidad lineal, este hecho histórico se circunscribe entre el 13 de noviembre de 1960 y el 29 de diciembre de 1996. El levantamiento armado de oficiales jóvenes del Ejército de Guatemala contra la corrupción del Gobierno de Miguel Ydígoras Fuentes, sería el acontecimiento que marca el inicio; mientras que la firma de los Acuerdos de Paz entre el Estado y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) marcaría el final.
Sin embargo, una guerra se instala cuando un grupo invade a otro, con el objetivo de someterlo, siendo la búsqueda de recursos materiales e inmateriales el motivo de todas las guerras. En el territorio que hoy ocupa Guatemala, hubo una invasión en 1524. Las huestes de conquistadores (porque así se hacían llamar) españoles lideradas por Pedro de Alvarado, lugarteniente de Hernán Cortés en la invasión y sometimiento de las tierras y pueblos mexicas, llegaron al istmo centroamericano y sometieron también a las distintas sociedades que lo habitaban. Instalaron un sistema colonial basado en la esclavitud, el despojo, la cristiandad, la blanquitud, el racismo y la fuerza militar. Las primeras fases fueron enfrentamientos armados, con la ventaja que los europeos traían en su tecnología castrense, pero también en sus ambiciones feudales y mercantilistas. La mentalidad de despojar, porque era su única oportunidad de poseer lo que en España no tendrían nunca, pesaba mucho en ellos.
Todas las relaciones sociales que se construyeron a partir de las estructuras coloniales, establecieron una guerra continua entre quienes manejaban el poder dominante y quienes fueron colocados en un nivel de subalternidad.
Los distintos contextos han ido complejizando el despojo y la represión. El proceso de independencia política de España, el republicanismo conservador y liberal, y la modernidad capitalista, no han detenido la guerra contra la organización comunitaria. Por ello es que el primer enemigo para los poderes establecidos es el sujeto al que se le denominó «indio» y luego «indígena», representándolo con todas las características negativas que justificaban –y siguen justificando– atacarle.
Luego, contra cualquiera que cuestione y critique el establishment. Se le llama «comunista» a partir de que el socialismo y el comunismo son condenados como «malignos» y «enemigos de las buenas costumbres» por la Iglesia católica y los regímenes estatales del último tercio del siglo XIX. Pero la razón no es solo ideológica, sino principalmente económica.
Lo comunitario ha puesto los pelos de punta a los distintos modos de producción en los que la propiedad privada es la piedra donde descansan las estructuras, desde el esclavismo. Por ello es que las organizaciones obreras que reflexionan de manera colectiva sobre sus condiciones en el capitalismo que va creciendo en el siglo XIX, llaman a sus ideas «comunismo», porque lo comunal es comprendido como el antagonismo frente a la avanzada de acumulación individual. Recordemos la Comuna de París, como una acción de gobierno socialista autogestionable, liderado por los trabajadores parisinos entre marzo y mayo de 1871.
Sin denominarse con ninguna de estas categorías occidentales, los pueblos originarios de distintos lugares del mundo, y que han sufrido la colonización, han luchado por siglos desde sus organizaciones comunitarias. Lo común, y por ende la comunidad, son enemigos de cualquier sistema privativo. Porque lo comunal no considera el despojo, ni tampoco la acumulación de medios de producción.
En la modernidad capitalista, en todas sus fases, lo «comunista» es representado desde el poder como lo malo, y para hacer efectiva dicha representación se recurre al miedo, haciendo que las personas crean en que sus pocas posesiones van a ser confiscadas para un «uso común». Se desvirtúa, así, lo común.
De la misma forma, a la vida comunitaria se le representa como atrasada, romántica, folclórica o salvaje. Económicamente, lo comunitario no sirve para acumular en la propiedad privada de los medios de producción (tierra, comercio, industria, bancos) y por eso resulta inadecuado para el sistema dominante. Entonces, se le hace la guerra. Concretamente, el poder va a eliminar las relaciones comunitarias a través del consumo y la división de intereses, pero también por medio de la invisibilización del sujeto comunitario. Y si es necesario matarlo, lo hará.
Estamos, por consiguiente, ante una guerra que no se acaba, en la cual los asesinatos selectivos contra las personas organizadas para defender la vida desde lo común seguirán ocurriendo en tanto no establezcamos estructuras más fuertes que enfrenten la acumulación, que, en el caso de esta pobrería llamada Guatemala, sigue siendo oligarca al servicio de los capitales burgueses de los centros extractivos.
¡Juana Raymundo Rivera, presente en la lucha!
Mauricio José Chaulón Vélez

Historiador, antropólogo social, pensador crítico, comunista de pura cepa y caminante en la cultura popular.
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