Una esposa en el Día de la Madre

Rodrigo Pérez Nieves | Política y sociedad / PIEDRA DE TROPIEZO

No somos criaturas/ que subsisten con suspiros/
Ya no sonriamos/ya no más falsas vírgenes.
Ana María Rodas

Una mujer de unos treinta y cinco está sentada en una silla de madera con la cabeza baja. Lleva el pelo corto y viste un traje sastre. Al fondo se ve ropa blanca tendida de una cuerda. Comienza a sonar muy bajito música de boleros y el sonido va aumentando progresivamente hasta producir una sensación de agobio y tristeza. Cesa de pronto la música, la mujer levanta la cabeza y comienza a hablar muy despacio:

Luego pasó, todo pasa. Los días mágicos se vuelven recuerdos. O sueños. Las madres reinventamos tantas cosas. Maquillamos un poco los recuerdos, sobre todo los que tienen que ver con nuestros hijos. Al menos eso nos está permitido. A mí me daba miedo el silencio, la ausencia de sonido. Ni una tos. ¡Dios! Tanta tensión…

También me siento un poco extraña cuando pido estar a solas para resolver mis dudas. La decisión tan importante que debo tomar, no porque otros me lo exijan, sino porque yo misma me lo he impuesto, me ha provocado innumerables noches de vigilia. Hace tiempo ya que estoy insatisfecha, incompleta, hay una parte de mí –y he descubierto que es quizás la más importante– que me pide a gritos vivir de otra forma. Todos me presionan y me dicen que no debo hacerlo, debo pensar en mis hijos, en mi marido, en mis padres. Mi madre me dice: –El milagro de poder concebir una vida… nos hace ser divinas… el tener la oportunidad de llevar en nuestro vientre una vida es el más grande de los milagros y una de las grandes bendiciones que Dios nos da. Madre es más que traer un ser al mundo… madre es reír, llorar, sufrir, gozar, amar y perdonarles con una sonrisa; es callar por no herir al esposo, es ser abnegada con los reclamos y rencores, es tener paciencia ante la rebeldía, ante la insolencia, la ceguera y la ingratitud. Es tener resistencia ante la adversidad… aun cuando prefieras llorar; deberás apoyar y callar porque sabes que ellos son quienes nos mantienen…debes callar.

Pero, ¿en mí?, ¿quién piensa? Porque no es cuestión de sexo. Mi marido cree que es un gran amante, siempre procurándome placeres novedosos y compartidos. Pero… es después, cuando estamos uno junto al otro y él se da la vuelta y queda dormido, que me sobreviene el hastío, esa sombra que me ronda sin dejarme en paz, y es como una voz interna que me exige terminar con esta situación de una vez y para siempre. Recuerdo unos versos: Yo tengo y tú también hermana / dos pechos y dos piernas y una vulva/ No somos criaturas que subsisten con suspiros/ Ya no sonriamos, ya no más falsas vírgenes/ Ni mártires que esperan en la cama el salivazo ocasional del macho./ Como ya recorriste la vía más ancha/ no tienes interés en sus peces ni en sus pechos.

Hace tiempo que él ya no es el compañero de mi vida. La mayoría de veces he asumido las responsabilidades de la casa, de los niños, esas pequeñeces cotidianas que nos dispersan y envenenan el alma. Él, a pesar de ser algunos años mayor que yo, poco a poco delegó en mí esos molestos detalles antes compartidos y pasó a ser, de pronto, casi mi hijo mayor. De nuevo quedé sola como antes de conocerlo. La gente no entiende que ya me cansé de esto, que tengo treinta y cinco años y necesito sentirme protegida, amada, segura. Quiero ser compañera, amiga, amante, no solo madre. Y con él esta es ya la única opción. Ser madre.

Este día que se «celebra nuestro día», probablemente él le diga a mis hijos que me den un abrazo, un beso y me digan «feliz día mami»; pero no, no quiero eso, tengo el derecho de elegir lo que deseo. Quedarme sola o encontrar a otra persona, pero no seguir así hasta que la muerte nos separe. Ahora no lo sé. Pero mientras esta situación continúe, me siento atrozmente infeliz. Quizá me equivoque y no actúe como cualquier mujer acostumbrada a no romper compromisos. Y aunque ahora todos por igual me critiquen, me juzguen y hasta me calumnien, estoy decidida a cambiar el rumbo de mi vida a pesar de él, a pesar de mis hijos. Porque ya no lo amo, pero todavía lo quiero. No soy romántica y no extraño ni las flores que alguna vez me dio, ni los paseos de la mano a la luz de la luna como solíamos dar al principio. Sé que algo más profundo e irreparable se ha roto entre nosotros. Hoy soy como una torre derruida cuyos escombros dispersos me impiden avanzar, pero dispuesta a sobrevivir, a luchar por encontrar la llama de su fuego perdido.

Lo leí, lo oí, no lo recuerdo, solo sé que es un llamado de auxilio de tantas mujeres de nuestra hipócrita sociedad.

¡¡Te recuerdo madre!!


Fotografía proporcionada por Rodrigo Pérez Nieves.

Rodrigo Pérez Nieves

Ingeniero graduado en Alemania, columnista durante 12 años en el periódico El Quetzalteco, con la columna Piedra de tropiezo. Colaborador con los grupos culturales de Quetzaltenango y Coatepeque. Catedrático en la URL en la carrera de Ingeniería Industrial, sede Quetzaltenango. Libros escritos: Pathos entrópico (poesía y prosa), Cantinas, nostalgias de un pasado y el libro de texto universitario Procesos de Manufactura.

Piedra de tropiezo

Un Commentario

Arturo Ponce 11/05/2018

para estractarle unpoema…..

Dejar un comentario