Edgar Florencio Montúfar Noriega | Política y sociedad / IDEAS AL AGUA
Seguimos en la línea de que en Guatemala existen diferentes grupos sociales, cuyas condiciones deben ser tomadas en cuenta previamente para poder diseñar procesos de intervención educativa. En el texto anterior, se propuso que imagináramos a tres niños de 7 años cada uno. Los tres iniciaron primero primaria el presente año. Uno de los niños es de una familia en extrema pobreza, el segundo es de una familia en pobreza no extrema y el tercero es un niño de una familia no pobre.
En el caso del niño que viene de una familia en extrema pobreza, y que es el caso de 23 % de la población guatemalteca, ha tenido una alimentación deficiente. Muy probablemente también la madre, durante el embarazo. La probabilidad de estar sufriendo desnutrición es muy alta en este grupo de estudiantes, como también las implicaciones de que una mala alimentación desde el nacimiento pueden tener para la salud y el desarrollo cognitivo de la persona. Una familia pobre requerirá del trabajo que pueden aportar sus miembros, por lo que será muy probable que este niño haya tenido que trabajar o esté trabajando para aportar en algo a la economía familiar. Finalmente, este niño carece de servicios en su casa: no hay agua, no hay electricidad, no hay drenajes, etcétera. En estas condiciones, disponer de 180 días al año, por 9 años consecutivos, y obtener los resultados mínimos esperados en lectura y matemática, resulta casi imposible si no se cuenta con programas sociales que atiendan mínimamente las necesidades de las familias.
Los niños que se encuentran en pobreza extrema, usualmente no llegan a asistir a una escuela de primaria, o, si lo hacen, son los primeros en dejar de asistir. Este supuesto se plantea ya que el porcentaje de pobres extremos casi coincide con el porcentaje personas entre 7 y 12 años que no asisten a la escuela primaria, basándose en la tasa de cobertura de ese nivel, que ronda 77 % para el 2016. Y se refuerza con el hecho de que la educación en Guatemala se ha diseñado pensando en los estudiantes no pobres, especialmente en los estudiantes de clases medias y altas.
La llegada a la escuela de un estudiante que viene de una familia en extrema pobreza, debe constituirse en la oportunidad de romper el círculo de la pobreza. Esta ruptura se dará con mayor facilidad si ese estudiante ha logrado tener una buena alimentación y acceso al sistema de salud durante toda su vida, y que la madre haya tenido los cuidados mínimos durante el embarazo y el período de lactancia. Pero, ante la incapacidad del Gobierno de brindar estas condiciones a las familias en pobreza extrema, las personas responsables del regir la educación podrían desarrollar programas que permitieran que los niños de familias en extrema pobreza tuvieran la oportunidad de entrar en un proceso formativo que desarrolle al máximo sus capacidades, en lugar de enviarlos a un proceso de escolarización donde están prácticamente condenados a ser quienes pierden y «abandonan» la escuela.
Ahora, imaginemos qué pasa con los estudiantes que vienen de las familias pobres no extremas, donde sí tienen para una alimentación mínima, pero carecen de recursos para los servicios básicos…
Continuará.
Edgar Florencio Montúfar Noriega

Hijo, padre, esposo, hermano, sociólogo y pecador creyente que vuelve a pecar
Un Commentario
Me pareció este tema, por allí se debe empezar para ir paulatinamente superando ciertos niveles y condiciones de vida de los mas desafortunados; y principiaría por extinguir todos los sindicatos y exigir (so pena de muerte) a todos los padres de familia que se concentren en la salud y educación de sus hijos; con unas dos generaciones que se proyecten siquiera a los 15 años, la mentalidad cambiará notablemente y quizás hasta podamos superar ese lastre del racismo (de unos y de otros) para poder pensar en inducir un proyecto educativo acorde a nuestra realidad y necesidades.
Felicitaciones.
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