Una de coros

-Leonardo Rossiello Ramírez / LA NUEVA MAR EN COCHE

Cuando ya parecía que la farándula de la Casa Blanca, ese remedo de Hollywood, había agotado su caja de sorpresas, el candidato a jefe de la comisión antidrogas, Tom Marino, ha debido renunciar a su puesto. A very, very good guy, pero se ha descubierto que estaba ”vinculado” a la industria de opioides.

Esta noticia empalidece, sin embargo, ante esta otra: el auténtico Hollywood está gobernado por sátiros. Demos gracias a la valentía de sus víctimas, que los han denunciado. Pero no hay que alarmarse. Así comenzó, dicen, el teatro: un solista se separó del coro y ambos empezaron a dialogar. El asunto tiene fuertes rasgos de teatralidad, lo cual no debe extrañar, proveniente como lo es del mundo del espectáculo.

Parece una verdadera tragedia, y si una tragedia es verdadera, tiene que tener elementos altamente ritualizados. Máscaras, personajes de las clases altas del Olimpo, semidioses, humanos pero solo de la nobleza, coturnos y, sobre todo, un coro. Y ahora, caja de resonancia mediante, tenemos un megacoro. Es el papel que está cumpliendo de maravillas el blog Me too. Los corifeos y las corifeas, feas o bellas, que eso no importa en un coro, ya son centenares de miles.

Según parece, el megacoro ha denegado la entrada a la señorita Lewinsky, quien está considerando la posibilidad de entablarle un juicio por discriminación, y a la Spears, acusada de acoso sexual por su guardaespaldas. No olvidemos que todo, salvo el reverso mismo, tiene su reverso. Al menos, como enseñó el preclaro Protágoras, tiene otro aspecto. Ya se sabe: la botella semivacía o semillena.

La otra cara de la moneda, y no lo digo por el lado económico del asunto, es el aspecto humano de la tragedia. El sátiro mayor ha pedido ayuda al mundo empresarial vinculado a la industria cinematográfica. El productor nos ha tranquilizado: ha reconocido que tiene problemas. Además agregó, con serena elegancia, que tal vez él debería pedir ayuda profesional.

Claro está, aunque lo hayan explulsado de la Asociación de Productores Cinematográficos, no carece de recursos. Como pudiente que es, imagino que va a costearse los gastos del tratamiento él mismo. Pero si el dinero no le alcanzara, siempre habrá millones de contribuyentes que, con parte de sus impuestos, contribuirán a que el Estado, es decir, que la mayor deuda multibillonaria o trillonaria del planeta, actúe en el sentido del fortalecimiento de la salud psíquica del exproductor. Y nada de castración química, que eso, ya se comprobó, no sirve.

Hay que admitir que no es un problema de envergadura. El semicabro (no diré «cabrón»), quizá termine poniendo cuernos y pezuñas en manos de un psiquiatra. Callarán las zampoñas y ya no se oirán sus (a)saltitos por las florestas californianas; acaso alguna ninfa lo eche de menos. En suma, por ese lado tampoco hay motivos de alarma. Si no los hubo con el sonado caso del actor Cosby, mucho menos los habrá con el del señor Harvey Weinstein, y aún menos con el de su hermano, también acusado de lo mismo. Además, y para mayor tranquilidad, como el caso del zar antidrogas, el productor de películas ha renunciado a sus cargos en la empresa. O lo han hecho renunciar; para el caso, es lo mismo.

Me parece bien que haya renunciado. Es apropiado ahogar en la cuna el menor atisbo de corrupción. Ya con que renuncie, está cumplido. No se le podría pedir que presida una comisión gubernamental antisátiros. Si un sátiro fuera el encargado de perseguir a otros colegas podrían suceder dos cosas.

Una es que esa nueva Inquisición terminara por erradicar a todos salvo a su presidente. En tal eventualidad no solo él no se daría abasto para atender a sus potenciales víctimas, sino que se formarían colas de víctimas potenciales para tener el privilegio de ser objeto de abusos por el único sátiro del país. Quedarían ellas en manos de la Fama, ese otro espejismo del sistema, y como no faltan abogados especializados en abusos, podrían recibir compensaciones millonarias, dar entrevistas pagas y escribir libros. Se formaría una nueva camada o casta de castas abusadas y enriquecidas.

La otra sería lo opuesto: que el mandamás de la comisión se encargara de que ningún abusador fuera a terminar sus días empobrecido por las demandas de compensación, vilipendiado por las redes sociales, denostado por manifestaciones, humillado ante sus amigos y familiares o en la cárcel.

En verdad, ninguno de esos escenarios sería adecuado ni decoroso. Es mejor que, como en el caso del pícaro Tom, el impetuoso Harvey haya renunciado a ser directivo de su empresa y las aguas vuelvan a su cauce.

De ese modo quedará claro que de ahora en más, el abuso sexual no está relacionado con el poder ni con la esencial inseguridad de la personalidad. Es cierto, en su momento llamó la atención que un candidato a ser el segundo hombre más importante del planeta (después de Xi Jingpin, claro), hubiera declarado que si uno tiene poder, puede hacer con las mujeres lo que uno quiere. Por ejemplo, oh sorpresa, agarrarlas de la pussy. Pero no pasó nada. Entonces hay que concluir que solo se trató de una mera ”charla de vestuario”. Lo raro es que al emitir el aserto no estaba en un vestuario sino en un autobús, y no hablaba con sus corifeos sino con un periodista. Da igual: aunque se entendió lo que no dijo, más claro resultó lo que quiso decir. O sea que tampoco en ese sentido hay que alarmarse.

Hay gente que dice cualquier cosa y no pasa nada. Hay gente que llega a asegurar que el abuso y el hostigamiento sexual tienen que ver con la inseguridad y con el poder, y que es por ahí donde le entra el agua al coco. Como dicen mis sobrinos, hay gente para todo.

Leonardo Rossiello Ramírez

Nací en Uruguay en 1953 y resido en Suecia desde 1978. Tengo tres hijos, soy escritor y profesor en la Universidad de Uppsala.

La nueva mar en coche

0 Commentarios

Dejar un comentario