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Esta obra, ganadora del premio de novela corta Luis de Lión en 2005, no tiene trama ni personajes, excepto el autor de un soliloquio. Tampoco crea un microcosmos novelístico. Consiste de una serie «despegues» a partir de la lectura de 28 libros. Dice la autora: «… se traza un paralelismo… entre el intento por volver a escribir los inicios de algunas historias muy reconocidas… y el intento por volver a examinarlas sin obedecer a ningún canon interpretativo… dando paso [a]… un soliloquio condicionado por los diálogos comenzados y pendientes; que da cuenta… de la desorbitación y la desorientación cosechadas al situarse frente a sí mismo en el consabido territorio envuelto entre la lectura y la escritura».
En la primera parte transmite el perfume de inspiración que detectó en cada obra, en la tercera discurre acerca del efecto que cada lectura le provocó y en la parte central da un testimonio de la estadía del autor del soliloquio en París. La autora resume su intención con una referencia a Los cuentos de Canterbury. «Éste es otro libro como aquél que inspira a este intento, un texto hecho de muchos otros cuentos cosidos en uno mayor que los comprende a todos…». Para meter al lector en su jugada literaria se apoya en Baudelaire: «… muerte y oscuridad es la suma de todos nuestros afanes y esfuerzos; ¿no es cierto que todo esto te anega, te sofoca y te asusta, hipócrita lector? Mi semejante, mi hermano».
Ejemplos de algunas imágenes y metáforas: «La indolencia y el desgano del humo del tabaco competía con la indolencia y el desgano del fumador, sin embargo el aroma que perduraba y dominaba el estudio elegante no era el del tabaco, sino más bien aquel olor proveniente de los caprichos del verano». Un perfume cortazariano, a pesar de que todas las referencias, con la excepción de Pedro Páramo, son de la primera mitad del siglo XX para atrás. El autor del soliloquio está en París, separado de su país natal en el espacio, pero también dislocado en el tiempo: «… dicho sea a propósito y en acuerdo al inicio de mi declaración, parece factible suponer que mi incomodidad con el tiempo corra paralela a la orientación de mis aficiones. … hubiese preferido ser alguien de otra época, vivir en algún mundo postergado».
El apego al pasado parece tener su origen en una sensación de inocencia y pérdida, quizá relacionada con la muerte accidental y absurda de un primo, «incluso hoy, en París, después de tanto tiempo, reitero la búsqueda por la indefinible porción de vida que, en aquella ocasión, se perdió para siempre» y diciendo que «… contar historias para el cortísimo período de inocencia por el que transita la infancia de algunas niñas –no todas– es infinitamente más [significativo]». Para la niñez, las pérdidas son inadmisibles; aceptarlas lo convierte a uno en adulto.
La obra tiene un discurso anticientífico, aunque de una forma contradictoria, que se manifiesta en otras instancias. «Allá, del lugar donde vengo, la ciencia y su pretendido contenido: la verdad, han sido algo prescindible; en todo caso, el interés allá se encauza hacia aquella parte del saber que ofrece algún lucro práctico, visible y medible». También exhibe cierta timidez que raya en el escapismo: «Mi ambición no ha sido fijar un orden o establecer la forma de una estructura, ni siquiera podría afirmar que he deseado desmontar o criticar órdenes preestablecidos, estos ejercicios requieren de una suficiencia y autoconfianza que nunca han sido mías». El sueño, dice el autor del soliloquio, «… ha sido un oasis de evasión, a donde siempre mi incomodidad diurna ha deseado mudarse; todo el selvático decorado de mis días se ha visto atenuado por la aterciopelada superficie del sueño».
Karla Weiss escribió su metalibro con pasión y anhelo. La segunda de forros dice que ella está «… alejada de la estridencia y los afanes de la inmortalidad», aunque lo haya mandado al concurso Luis de Lión. En una apología a la tradición oral, dice que «su escritura fue su voz, su luz fue pronunciar la palabra y no escribirla». La autora anhela mitos que trasciendan por medio de la tradición oral, pero le toca conformarse con escribir metalibros llenos de nostalgia, entrega y empeño.
En la tercera parte, saca de sus lecturas algunas observaciones perspicaces y brillantes. «Corrió de la virtud al pecado por vía de la insatisfacción provocada por la imposibilidad de encontrar la palabra capaz de nombrar, palabra ausente frente a misterio presente se traducen a congoja, a suspiro, a lágrima». «La única forma de evitar las pompas y las burbujas del éxito es desear lo imposible, fijarse una meta inalcanzable». David Lynch dice que «La única posible salvación es el fracaso».
Haciendo referencia a El retrato de Dorian Gray, reflexiona: «… personaje que siendo irreal e improbable puede hablar de lo único cierto: el deseo». En cuanto al Quijote, «estrella magnética creadora de órbitas … la más propia y cercana residencia de todos, incluso más que los [libros] escritos por uno mismo». Por último, «Pensar un mundo en el que muera la racional orientación de la política, para que en su lugar nazca, crezca y florezca la dulce desorientación de la poesía es lo único que ahora puede ser un desafío».
¿De dónde viene este idealismo? «La mejor manera de enterarse de que la Medicina no sirve de mucho, sin duda, es ser médico; la mejor manera de convertirse en un escéptico, seguramente, es haber sido un creyente». Quizá de una formación religiosa acosada por los desencantos y que en vez de salir huyendo se transmutó en metalibros. Rescata de En busca del tiempo perdido «La lectura es lenta y profunda por cosas, por hábitos, por paisajes, por personas; aunque siempre por palabras que poco a poco van fijando un estilo capaz de dar cuenta de la desorientación de lo inconcluso, a través de deslumbrantes hallazgos poéticos, psicológicos, y en fin profundamente enterrados bajo el peso de lo que significa algo tan trivial como vivir la vida». La niña y la adulta se dan la mano con mutuo recelo.
Por Eduardo Villagrán
Este libro fue publicado en Guatemala, por Magna Terra en 2006.
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