-Edgar Ruano Najarro / LA RAZÓN DE LA HISTORIA–
Cuando trascendió internacionalmente la decisión del señor Jimmy Morales de expulsar de Guatemala al comisionado Iván Velázquez, principal perseguidor de la corrupción en los altos círculos gubernamentales de este gobierno y sus antecesores nada menos que Francis Fukuyama escribió en su cuenta de twitter “Un país podrido: presidente guatemalteco intenta expulsar a jefe de la ONU contra la corrupción.”
El politólogo estadounidense pareció definir con meridiana claridad el fenómeno en que se ha convertido el régimen político guatemalteco, pues más allá de la inaudita torpeza, de contenido y de forma, de semejante intención de Morales, lo que está saliendo a luz, para seguir con la metáfora, es precisamente la podredumbre, el pus, en el que se ha hundido hasta el cuello el Estado junto con sus relaciones con la sociedad, sus formas de dominio político y sus operadores, los gobiernos y la clase política.
La corrupción, por supuesto, no es nueva en el régimen político guatemalteco. Precisamente, el fundador del Estado moderno en Guatemala, el general y cafetalero Justo Rufino Barrios, puede contarse entre los presidentes más corruptos de la historia nacional, cuya voracidad lo llevó a acaparar docenas de fincas cafetaleras y ganaderas, casas, propiedades de todo tipo, acciones en empresas bancarias, del ferrocarril, rentas que correspondían al Estado como la Administración de Licores, participación en infinidad de negocios que no pagaban impuestos, hasta las multas llamadas “conmutas” que pagaban los reos para obtener su libertad, en fin, una fortuna amasada que al día de su muerte se estimaba en veintisiete millones de dólares.
Sus sucesores, especialmente Don Manuel y Don Jorge, vivieron durante sus largos periodos presidenciales del erario nacional, pero no solamente por sus sueldos, sino particularmente por el aprovechamiento de los recursos nacionales para su beneficio personal y de algunos de sus amigos y correligionarios más íntimos. No se pueden olvidar, por ejemplo, los miles de dólares en documentos encontrados en 1920 en La Palma, casa de habitación de Estrada Cabrera, que en realidad provenían de la ayuda internacional que había llegado para aliviar los padecimientos y destrucciones provocados por los terremotos de diciembre de 1917 y enero de 1918.
Tampoco puede dejarse en el olvido el decreto legislativo de abril de 1933 que declara que el presidente Ubico “merece bien de la patria” y por tanto le concede una pensión vitalicia equivalente al sueldo que gana un presidente (quince mil dólares de la época), la donación de doscientos mil dólares que el Congreso de la República aprobó para entregárselos al general Ubico por el saneamiento fiscal que había logrado; ni la decena de las mejores fincas que habían sido expropiadas por el Estado a ciudadanos alemanes durante la guerra, las cuales compró a precios irrisorios en sociedad con el ciudadano estadounidense Demby (¡que había sido chofer de Estrada Cabrera¡). Ahora roba en inglés dijeron en voz baja muchos guatemaltecos de aquellos días.
Los tres mandatarios mencionados, no obstante, tienen algo en común que va más allá de su desmedido afán de enriquecimiento. La obra de Barrios, Estrada Cabrera y Ubico es la modelación y ejercicio del Estado oligárquico pleno que reinó en Guatemala durante ese período. Conjuntamente con la oligarquía terrateniente, los tres fueron el resultado y creadores a la vez de un “anillo de hierro”, que bien puede denominarse el poder militar civil terrateniente que ejerció un dominio autoritario de fuertes rasgos patrimoniales con las fuerzas armadas como base y columna vertebral a la vez del Estado.
La ecuación surgida de ese tipo de dominio fue ejército-poder político con una forma de construcción fraudulenta e ilegítima de dicho poder, más oligarquía-alta tasa de ganancia por bajos salarios y defraudación del Estado. La revolución de octubre de 1944 dio un golpe mortal a ese Estado, pero no liquidó completamente sus fuentes y circuitos, especialmente porque fue derrocado el régimen revolucionario en 1954 y las persistencias oligárquicas se mantuvieron y reprodujeron más sólidas que nunca.
Pese a todo, aquel “anillo de hierro” tuvo una coherencia ideológica a partir de 1954: el anticomunismo de la Guerra Fría. Acabado ese conflicto, las fuerzas armadas quedaron sin enemigo y acusaron una falta de identidad de la que aún no se reponen. Los partidos políticos se desideologizaron, mientras que la oligarquía inauguró un nuevo patrón de acumulación que es la defraudación tributaria más la obtención de recursos y capitales por la vía de la corrupción con los gobernantes en cualquiera de los poderes del Estado. Nació un nuevo “anillo de hierro”: políticos y gobernantes corruptos, altos mandos militares corruptos sostenedores del régimen, empresarios corruptos. No cabe duda, es al revés, todo está podrido en Dinamarca.
Edgar Ruano Najarro

Guatemalteco sociólogo e historiador. Se ha desempeñado en la docencia universitaria. Ha publicado diversos títulos cuya temática ha estado relacionada con la historia política de Guatemala del siglo XX.
2 Commentarios
Es doloroso el comentario de Fukuyama pero no podemos escapar de la realidad. Hay tantos motivos que le dan la razón a esta aseveración que escribiríamos un libro para enumerarlos y explicarlos, pero sea como sea redundo: que doloroso. Gracias Ricardo por su dato que amplía el análisis de Edgar.
Estimado Edgar: cabe agregar un hecho crucial, que muy poco se trae a cuenta. La Constitución de 1945 que tanto veneramos, por presiones de los jefes del Ejército, creó la autonomía funcional del Ejército, instalando un Estado dentro del Estado, mediante la creación de la Jefatura de las Fuerzas Armadas, recompensando insanamente al Ejército, por el cuartelazo del 20 de octubre de 1944, en la Guardia de Honor. Muchos de nuestros males recientes devienen de ese craso error histórico. Hay que leer el esclarecedor trabajo histórico de Manuel María Avila Ayala, denominado: Francisco Javier Arana murió de muerte natural.
Dejar un comentario