Un cuerpo en la modernidad: una revisión del camino de Edmund Parker y el kenpõ americano

Marcos Gutierrez | Arte/cultura / LA VITALIDAD DE LO INÚTIL

Cuando tenía tres años, por las razones que hayan sido, mi madre me llevó a una escuela de karate en la Antigua Guatemala. Después de varios años, dejé de practicar el karate por dedicarme a otros deportes, entre ellos el ajedrez. Sin embargo, las aptitudes físicas que aprendí durante mi primera etapa de formación me han acompañado toda la vida. Algo que nunca dejé detrás fue el concepto de arte marcial y ese pequeño aroma antiguo que se preserva en los ritos automáticos dentro del dojo, en todos los pasos descalzos sobre un tatami que pesa a incontables kilómetros recorridos.

Cuando empezaba a finalizar mi adolescencia, volví a contactar a mi maestro: Edvin Carrillo. El dojo se había mudado, el número de alumnos había disminuido y yo, con ojos más abiertos y vividos, empecé a indagar en mi maestro la historia del kenpõ americano en Guatemala. Esta historia no es el eje central de esta columna. Pero es necesario mencionar que esta historia, como cualquiera otra, se alimenta de la historia guatemalteca y se llega a corromper igual. Mi maestro es tercera generación de practicantes del kenpõ americano en Guatemala. Esto me convierte a mí y a todos los que hemos sido sus alumnos en la cuarta generación. Este regreso a la primera disciplina de mi vida lo enfrenté con una visión distinta: con una mayor madurez, con ojos cultivados y con un insaciable deseo de entender por qué me encontraba a través de mis pies sobre el tatami, trabajando las formas, las técnicas y combatiendo.

El kenpõ americano comienza con Edmund Parker, en Hawái. Él comienza en las escuelas de kenpõ tradicional de los hermanos Mitose y en las peleas callejeras. Los hermanos Mitose empiezan con su padre, que traía la tradición del karate desde su infancia en Japón. Así, siguiendo la genealogía de este arte, podemos llegar a Okinawa, con el nacimiento del Okinawa-te y las escuelas que lo formaron. Más atrás, llegamos hasta el kenpõ chino, fundando por el monje hindú Dodhidharma. Si se busca el mito que le da sentido a los caminos, llegamos al momento cuando Buda le da a la humanidad el conocimiento del Qi.

El concepto del Qi y las artes marciales están estrechamente relacionados. Tristemente, se ha utilizado la idea del Qi para construir ficciones alrededor de escuelas de artes marciales que dicen poder vencer a cualquier con el poder del Qi. Pero el Qi tiene un significado parecido a la «energía que está en todos lados». Partiendo de esta idea, utilizo las artes marciales como un indicador de la pérdida integral del concepto de cuerpo. Como bien enuncia David Le Breton a lo largo de toda su obra (principalmente en Antropología del cuerpo y modernidad), la conceptualización platónica de la medicina occidental nos disminuye a la individualidad. Si vemos la historia del individuo en Occidente, los humanos éramos seres integrales, un ente orgánico de células interconectadas. Las pinturas y las esculturas solo eran dignas de aquellas células excepcionales, que lograron darle un cambio a los estados casi estáticos de la existencia. Con la llegada del Renacimiento, que empieza a introducir al individuo a la par de los dioses, los retratos de particulares y las firmas de los artistas se vuelven algo imprescindible: algo que reconociera a un solo ser, bajo un nombre y un rostro. Frente a ese primer retrato, nació el primer rostro significativo.

Hago el paralelismo con las artes marciales porque, a pesar de tener una funcionalidad militar en su tiempo, siempre se mantuvo apegado a un concepto de unidad integral. El Qi otorgado por Buda fue el concepto que le dio origen a las artes marciales. Esto sucede porque da un sentido de lucha: convertir algunas células en armas para defender lo que todos llamamos nuestro. Este concepto se mantiene aún hoy en día, donde se arrastra la idea de que un arte marcial es el proceso de convertir a un miembro de la comunidad en una herramienta ofensiva y defensiva (en el mundo deportivo de las artes marciales ya no es así). La interacción armónica que debía tener el todo con el cuerpo era algo intuitivo: la escritura como una proyección del pensamiento a través de la mano, construir armas que fueran armónicas con el cuerpo y tener un constante intercambio para el equilibrio.

Cuando las artes marciales empezaron a perder relevancia militar por la aparición de la tecnificación militar, estas pasaron a ser como una herramienta secundaria con una función más formativa y de acondicionamiento físico. En paralelo, la cultura occidental fue tomando fuerza: el cristianismo se expandió y con ello se extendió la percepción platónica del ser: un dualismo cuerpo-espíritu que concibe al cuerpo no como un ente imprescindible para el ser y como un elemento del todo, sino como una herramienta comunicadora. Esto también se acompañó por la conversión deportiva de las artes marciales. Pasaron de ser técnicas de combate a una disciplina de formación para terminar en un deporte. Esto degeneró las técnicas que se adecuaron a estándares deportivos y la tradición militar de estas se ha ido diluyendo con el tiempo.

Las artes marciales se introducen al continente americano en el siglo XX, el siglo que terminó por definir la individualidad y la llevó a un colapso. Las revoluciones sexuales de los setentas, el repunte de ideas arcaicas como la astrología y, en este contexto, el combate a través del control del Qi, son las consecuencias de seres que no nacieron para ser individuos. Estos fenómenos, que no armonizan con las hermosas verdades que hemos llegado a alcanzar, suceden porque los humanos actuales buscan redefinirse y encontrar, de alguna forma, un nexo con ese todo arrebatado por las percepciones platónicas del ser.

Edmund Parker buscó con el kenpõ americano construir una estructura técnica para el combate y la defensa personal. Parker, junto con las artes marciales «modernas» que surgen en el siglo XX como mezclas de estilos más tradicionales son concebidas desde la individualidad. Yo, por ejemplo, tuve una formación base en karate con una extensión al boxeo occidental.

El credo del kenpõ americano dice así: Vengo solo con karate, manos vacías, no tengo armas, pero si me veo forzado a defenderme, a defender mis principios o mi honor, a enfrentar algo de vida o muerte, de correcto o incorrecto; entonces aquí están mis armas, karate, mis manos vacías. Este texto fue escrito por Edmund Parker en 1957.

Los primeros estilos de karate nacen en la isla de Okinawa debido a los constantes conflictos bélicos entre China y Japón. Como los nativos de Okinawa no tenían acceso a armas, surgen los estilos de karate como métodos para defenderse. El nacimiento del karate viene de un fervor colectivo, al igual que los otros estilos de artes marciales en otras partes del mundo. Sin embargo, en el credo de Edmund Parker vemos un sentimiento que cada individuo debe interiorizar. Soy yo con mis manos frente a otros, pero no se habla de un todo defendiéndose a sí mismo. Parker delegó el devenir del kenpõ americano a la individualidad: nunca delegó un sucesor y le permitió enseñar a sus alumnos de la forma que desearan. Esto, para mí, terminó por deteriorar el arte y llevó a difuminar, aún más, las líneas entre estilos.

El cuerpo moderno ha sido expropiado de su naturaleza. La historia nos llevó por un camino tumultuoso. Se pasó de esculpir a los héroes, a pintar a cualquiera que pudiese pagarlo, para luego llenar el mundo de rostros a través de selfies. Le Breton plantea que en la modernidad los humanos retomaríamos los caminos de la unidad. Buscaríamos reconquistar nuestros cuerpos y convertirlos en una parte del todo que este mundo y su vida que lo rebalsa. Las tendencias populares de la astrología, la diversidad sexual y su autoconocimiento, el cuerpo femenino como espacio de conquista para el invencible feminismo, sean o no ideas correctas, son nuestros clamores por reencontrarnos con el todo que siempre hemos sido.

Las artes marciales eran la actividad física por excelencia, por ser un elemento estético que conectaba, aún más, al cuerpo con el todo. El cuerpo no es una herramienta del espíritu, es el espíritu mismo, es el ente comunicador de todo lo que somos. Peleamos, bailamos, amamos y sufrimos con el cuerpo y toda su complejidad. Por eso que llamamos alma, eso que piensa y siente, eso que empuña las manos y pelea. Todo eso, todo el amor y todo el odio, no son más que las bellas e inconmensurables riquezas de esto que llamamos cuerpo o espíritu.


Marcos Gutierrez

(Chimaltenango, 1997). Ha publicado en distintos medios de España y Latinoamérica. Ha publicado los libros Autorretrato (edición de autor, 2012) y Poemas a la nada (Tujaal ediciones, Guatemala, 2017).Desde el 2017 es columnista en la Revista Literaria Monolito (México). En el 2018 recibió una mención honorífica en XV Concurso Literario Gonzalo Rojas Pizarro (Lebu, Chile) en la categoría de cuento y fue finalista en el certamen de poesía Ipso Facto 2018 (Editorial Equizzero, El Salvador). Es uno de los organizadores del Festival Pulso Volcánico.

La vitalidad de lo inútil

Correo: gutierrezmarcos01997@gmail.com

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