Un adiós a la Biblioteca de El Porvenir de los Obreros

-Margarita Hernández de Polaczyk | PUERTAS ABIERTAS

Desde el extranjero, me enteré por medio de las redes sociales del cierre de la Biblioteca de El Porvenir de los Obreros, ubicada en la 2.ª avenida entre 9.ª y 10.ª calle de la zona 1 capitalina. Tras bambalinas, se dice que regalaron sus fondos —grandes tesoros de la palabra escrita— a todo aquel que por el boca a boca de la noticia (o de post en post) se asomó a sus puertas. Seguramente hemos perdido para siempre obras de distintas ramas del saber que tuvieron el testigo del deseo de los socios fundadores de El Porvenir de los Obreros de educar al obrero y artesano guatemalteco, en su tiempo de descanso de la ardua faena.

La Sociedad de Artesanos El Porvenir de los Obreros se fundó en 1892. Anhelaba la cohesión, el progreso y engrandecimiento de la clase obrera enmarcados en un hondo sentimiento patrio. Sus objetivos fundamentales eran la difusión de la fraternidad, la instrucción y el ahorro (15). Convencida de los frutos de la instrucción, la Sociedad instauró clases nocturnas. El establecimiento de su biblioteca y sala de lectura era una respuesta a lo que sus socios veían como un impulso civilizador que traería consigo el desarrollo de las artes (7), la ciencia y la cultura en general.

Tras la fundación de la Sociedad, los fondos de la biblioteca iniciaron con una donación que Lorenzo Montúfar hiciera de «algunas de las más notables obras que había publicado» (52). Y es con estos volúmenes, más las donaciones de otros socios y personas particulares que inició la andadura de la biblioteca, hasta que fuera formalmente inaugurada junto con su sala de lectura en 1896. La Sociedad solicitó donaciones a casas editoras, manufactureras y periodísticas de un ejemplar de sus publicaciones (53). En su momento contó con subvenciones de algunas dependencias y secretarías gubernamentales, además de donaciones de las legaciones de Bélgica, Estados Unidos —por mencionar algunas— y de universidades extranjeras.

Tengo entre mis manos el libro publicado por la Sociedad El Porvenir de los Obreros, titulado Medio siglo de vida: 12 de octubre de 1892 – 12 de octubre de 1942, que salió a la luz en 1942 para celebrar cincuenta años de fundación de la Sociedad. Este libro es una lectura obligada para conocer un capítulo fundamental del movimiento obrero en Guatemala, y del cual he extraído los datos utilizados supra. Me entra un dejo de nostalgia al echarle un vistazo al listado de personas que donaron libros o publicaciones entre 1892 y 1942; personas todas que enriquecieron los fondos ahora ya perdidos, en muchos casos donaciones de los propios autores. Además, la biblioteca contó con un importante acervo de revistas, folletos y periódicos nacionales e internacionales.

Mi dedo índice avanza y va topándose con nombres de donantes célebres que figuran en los anales de la historia cultural, política, científica, literaria, educativa, social y de la imprenta guatemalteca. Nombres como Lorenzo Montúfar, Enrique Martínez Sobral, Antonio Partegás, Rafael Montúfar, Juan Orantes, licenciado Manuel Cabral, Natalia Górriz de Morales, Ramón A. Salazar, José Joaquín Palma, José Joaquín Palma, h., Luis de la Riva, Gonzalo R. Arceyuz, Victoria R. Castillejo, Pedro Ocampo, Señores Sánchez & de Guise, Dolores H. de Novella, Salvador Falla, doctor Juan J. Ortega, Rafael Arévalo Martínez, Felipe Yurrita, licenciado Roberto Matos, doctor Carlos Federico Mora, señores de la Riva Hermanos, César Brañas, Virgilio Rodríguez Beteta, José del Valle y Flavio Herrera.

No puedo dejar de imaginar la emoción de leer las primeras ediciones de los autores donantes. Pero, ante todo, esos libros donados fueron semilla de cultura e instrucción para varias generaciones de obreros y del público en general. La Sociedad buscó la instalación de la biblioteca como solaz para los obreros y demás personas interesadas.

Entre los asiduos visitantes de la sala de lectura se encontraba mi abuelo, un industrial con estudios técnicos en panificación en el extranjero, dueño fundador de la extinta fábrica de fideos La Suprema, y también autodidacta. Su conocimiento empírico lo obtuvo gracias a la lectura de libros de mecánica automotriz, de medicina casera y tradicional, y de inventos caseros, parte de los fondos de la biblioteca. Mi padre, en su infancia, lo acompañaba a prestar libros religiosamente cada quince días. Entre sus recuerdos se quedaron grabadas las imágenes de una amplia sala de lectura con mesas de maderas finas, lámparas de mesa individuales, estanterías con vidrios para una mejor conservación de los libros. Y un reloj de péndulo que marcaba el inicio y final del tiempo de lectura de padre e hijo.

Juan B. Arce escribió —en la publicación conmemorativa que ya he mencionado— que la Sociedad El Porvenir de los Obreros buscó el perfeccionamiento intelectual de la clase trabajadora y poner al alcance de sus socios la oportunidad de instruirse. Metafóricamente se refiere al libro como «embrión de la cultura», «el origen del progreso», «el mejor amigo y consejero» porque —precisa Arce— el libro educa, instruye y moraliza, depura, distrae, ama la virtud y aborrece el vicio. Concluye que «si el taller es el templo del trabajo, las bibliotecas son el templo de la instrucción del obrero» (50). Esto es una visión importante, especialmente ahora, en un momento en que hemos desbancado la centralidad del libro —ya en formato de papel, ya en formato digital— y arrinconado o borrado los espacios para la lectura y el progreso en todos sus sentidos.

El cierre de la Biblioteca El Porvenir de los Obreros ha pasado desapercibido, pues no ha sido noticia en la prensa nacional: un signo del precario estado de la cultura y de la educación en el país.

Vuelvo a Arce para cerrar este texto, haciendo alusión a sus siguientes palabras:

La biblioteca no es un lujo, sino una necesidad de la vida; no es una construcción de piedra que no vive, que se desmorona y que cada momento exige compostura; se parece a un árbol espiritual: hélo aquí, dando su fruto año por año y siglo por siglo (50).

Digo adiós a una biblioteca que cierra sus puertas. No hemos talado únicamente un árbol, sino que todo un bosque.


Referencia
Sociedad El Porvenir de los Obreros. Medio siglo de vida: 12 de octubre de 1892 – 12 de octubre de 1942. Guatemala, C.A.: Tipografía Nacional, 1942. Impreso.

Fotografía principal por Roberto Cifuentes

.

Margarita Hernández de Polaczyk

Es doctora en Literatura Latinoamericana con especialización en Lingüística Aplicada por la Universidad de Tennessee, Knoxville. Lexicógrafa formada en la Escuela de Lexicografía Hispánica de la Real Academia Española (RAE) y Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE). Reside en Knoxville, donde se dedica a la investigación de la literatura hispanoamericana del siglo XIX y a la enseñanza del español como lengua extranjera en la Universidad de Tennessee.

Puertas abiertas

9 Commentarios

Marco 19/05/2021

Recuerdo muy bien nací en el 51
Recuerdo que en los 60s hacían parrandas y los obreros iban para mi símbolo de superación como sociedad
Extraño

Elder Exvedi Morales Mérida 17/05/2021

En Santa Ana Huista, Huehuetenango, prefirieron una taquería y arrinconaron la biblioteca en el salón municipal

Esteban Mendoza 17/05/2021

“El libro es fuerza, es valor, es fuerza, es alimento; antorcha del pensamiento y manantial del amor”.
Rubén Darío.

Jorge Gomez 17/05/2021

¡Precioso artículo! Que lastima todos los libros perdidos…

Ernesto Sitamul 16/05/2021

Que tristeza me da esa noticia. Conocí la biblioteca, templo de instrucción popular, cuando viví en la casa de enfrente, la 9-58 sobre la segunda avenida de la zona 1 capitalina. Es una lástima lo que ha pasado. Y, lo peor es que ha perdido el gran legado de los socios fundadores de El Porvenir de los Obreros, así como de los escritores que menciona el artículo, quienes donaron sus obras, para enriquecer la cultura de la clase obrera.

Dennis Orlando Escobar Galicia 16/05/2021

¡Qué lástima! Si me hubiese enterado habría amanecido haciendo cola y hubiese cargado en mis hombros costales conteniendo algunos de esos valiosos libros. ¿Que pasó con las dizque grandes bibliotecas del país?

Luz Mendoza De Castellanos 16/05/2021

Conmovedor enterarnos que un patrimonio histórico y cultural cuya razón de ser fue enriquecer el conocimiento de varias generaciones se haya desvanecido hasta convertirse en un desierto, donde deambulan muchos lectores sometidos a la ignorancia por falta de oportunidades para leer y aprender.
Excelente artículo, felicitaciones a la autora.

Rosa Mendoza 16/05/2021

Qué lástima que no se haya pensado en trasladar los fondos a la Biblioteca Nacional, para preservar el ideal de la Sociedad de llevar cultura al pueblo.

Aura García 16/05/2021

Que triste que se pierdan estos espacios y la riqueza cultural que encierran. Sobre todo de una forma tan despercibida.

Dejar un comentario