Tres tristes trumpetazos

-Leonardo Rossiello Ramírez / LA NUEVA MAR EN COCHE

Cuánta razón tuvo el 21 de diciembre pasado la musa Nikki Haley, nueva Euterpe y embajadora de los Estados Unidos ante las Naciones Unidas. Fue cuando declaró que la votación de la Asamblea General de la ONU sobre el estatus de Jerusalén como capital de Israel sería recordada. ¡Buen trabajo! Cierta prensa dijo que lo había seguido de «amenazas», pero solo fue una advertencia acerca de lo que podría ocurrir a quienes votaran en contra.

Ese vibrante anuncio había sido precedido por otro, del POTUS [1] en persona. Ese no diré representante de la plutocracia, pero sí modesto magnate (su peculio es de solo tres mil quinientos millones de dólares) había mencionado como respaldo una ley de 1995 y resuelto que la capital del Estado judío es Jerusalén. Ir en contra de resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas no puede ser sino una hábil jugada diplomática. ¡Excelente!

Cuando el POTUS se pronunció en torno a ese detalle, nimio, como todos los detalles, fue como el llamado de un clarín o, mejor, de una trompeta. Algo de convocador tenía el anuncio; algo de vibrante, algo de alegre llamado matinal.

Pero la palabra trompeta puede traer asociaciones de ideas indeseadas, como «trompada», o «trompa», en lunfardo: «patrón», al vesre. Dado que trompeta en inglés es trumpet, hablaré de «trumpetazos».

Claro, el trumpetazo ese olvidó o por lo menos evitó mencionar que la ley invocada también establece (puestas a establecer, las leyes son del establishment y establecen lo que se les dé la gana, incluso aciertos) que Jerusalén es una ciudad indivisible. El caso terminó, como es sabido, en la votación de las Naciones Unidas.

¿Y cuál es el problema?, se preguntará el lector curioso. Permítaseme formularlo. El problema es que la mayoría de la prensa internacional presentó el resultado de la votación como muy desfavorable, incluso como extremadamente desprestigiante, a la política exterior de los Estados Unidos. Pero las cosas no son tan sencillas. De hecho, fue todo un éxito diplomático. Es cierto que 33 países se abstuvieron, y que 128 votaron en contra, pero muchísimos países (¡y qué países!) apoyaron la idea potusiana de que el Estado judío tenga a la ciudad de Jerusalén como su capital. Además se debe considerar no solo la cantidad, sino también los aspectos cualitativos de los aliados. No son estos adláteres –para usar un nuevo trumpetazo– ningunos «países de mierda» (el POTUS dixit).

Veamos cuáles y cuántos. Por razones fáciles de entender no me detendré en examinar a Israel, principal beneficiario de la iniciativa, ni a los propios Estados Unidos, el país trumpetero. En cambio, voy a comentar los restantes.

Nuestra América, compuesta por una veintena larga de países e innumerables territorios y naciones, se destacó . Si dijéramos que con los Estados Unidos votó México, el más poblado de los países hispanoablantes, o pongamos por caso Brasil, habrían pasado inadvertidos. Pero estamos hablando de Guatemala, que en un rapto de independencia de inmediato anunció que mudaría su embajada a la ciudad tres veces sagrada, y nada menos que de Honduras, país también gobernado por un reconocido demócrata , defensor de los derechos humanos y ganador indiscutido en las recientes elecciones.

Pero no termina ahí la lista de países seguidores de la sutil y por cierto eficaz diplomacia del país del norte. Debe de haber habido un error, quizá una confusión entre los representantes europeos ante la ONU. Es curioso: ninguno votó a favor del trumpetazo yanqui. Pero, aunque no estoy examinando las abstenciones, hay que resaltar que Europa registró cinco. Se trata de países cuyos gobiernos han hecho caso omiso a las amenazas de la antidemocrática Unión Europea de retirarle el apoyo por supuestas violaciones de la democracia.

Contra viento y marea, sus gobiernos han venido acendrando sus rasgos democráticos, levantando muros contra las hordas de inmigrantes (todos potenciales terroristas) que, sin razones, siguen invadiendo las costas de Europa. Es cierto que Rumania expulsa con gusto a centenares de miles de los llamados gitanos, que van a mendigar y a ganarse la vida robando en otros países antidemocráticos del continente, pero, quizá por eso, supo abstenerse. Y estoy refiriéndome también al muy creado a bombazos y grandísimo Bosnia-Herzegovina, a Croacia, cuna de héroes germanófilos, a Polonia, bastión último de la verdadera religión, y a Hungría, de honorable actuación durante la Segunda Guerra Mundial. Con sus abstenciones, estos cuatro países de la cincuentena de Europa, salvaron la dignidad continental. El resto, cobardemente, votó en contra.

Pero hay otras regiones del mundo que supieron levantar las banderas del pundonor. El continente africano, constituido por 54 países, también se destacó en su apoyo a la iniciativa del POTUS: nada menos que el mundialmente famoso, enorme Togo lo apoyó. ¡Arriba Togo, que no ni no!

Asia, con sus 48 países, brilló en la votación. Porque dígase lo que se diga, hubo… un momento, permítaseme consultar… bueno, ejem… qué raro: parece que igual que Europa, ningún país asiático votó por…

En fin, sigamos con el más importante de los continentes: Oceanía. Es que el país trumpetero ha logrado agenciarse de aliados poderosos, dato no menor, en todos los continentes. Y Oceanía, la siempre fiel, la grandiosa Oceanía, supo hacer su inolvidable aporte en la votación. La lista impresiona.

Empezaré con un país esencial, actor implacable en el juego diplomático internacional y pieza clave de la democracia: Palau. Es un país archipiélago y está habitado por la nada despreciable cifra de 21 mil palauanos, de los cuales vota una parte significativa.

Después tenemos, entre los compinches, a los potentes Micronesia y, nada menos, ¡las Islas Marshall! Uno de los más jóvenes países del mundo, es, y generoso anfitrión de las pruebas nucleares en la atmósfera realizadas por… da daaa: los Estados Unidos. Uno dice Islas Marshall y enseguida asocia con «atolón», «bomba» y «Bikini». En agradecimiento por aquellos aportes estadounidenses a la paz y al medio ambiente isleño y oceánico, la moneda es el dólar americano. Para finalizar, mencionaré a un gran país de Oceanía. Tanto, que debo escribir su nombre con letras versales: NAURU. Es la república independiente más pequeña del mundo, tanto por su superficie (una isla de 21 kilómetros cuadrados) como por su población, compuesta por unos diez mil nauruanos. Chapó, Nauru.

El memorable trumpetazo inicial y el segundo, inolvidable, tuvieron entonces como consecuencia que ocho (8) países de todo el mundo, incluidos Israel y Nauru, apoyaron la iniciativa. El clamor del concierto de naciones pidiendo, qué digo, exigiendo que Jersusalén sea la capital de Israel se escuchó en los planetas vecinos, trascendió el sistema solar y fue a conmover a las galaxias más lejanas. Casi podríamos hablar de unanimidad en el apoyo al liderazgo de ese conjunto (51, so long) de Estados que forman los Estados Unidos de América. Es que fue, hay que reconocerlo, una jugada diplomática maestra de quien hace poco reveló ante el mundo lo que siempre sospechábamos: que es un genio. Y agregó a modo de pincelada genial este adjetivo: estable. Bastante estable.

El tercer gran y reciente trumpetazo fue emitido por el mismo sujeto con un espíritu ecuménico, diplomático y, sobre todo, de fina cortesía. Lo hizo ante senadores y representantes, y consistió en denominar a los países del Tercer Mundo, «países de mierda”. ¡Bravo! Algunos eran de esa África que en su momento aportó desinteresada, generosamente, mano de obra (gente esclavizada, se dirá, pero fueron solo unos pocos millones) a la economía estadounidense. El trumpetazo también esa vez resonó claro y nítido y una vez más concitó la aprobación y el apoyo internacionales. ¿No fue acaso también inolvidable? En todo caso, no cabe duda de que dio la nota.


POTUS: President of the United States.

Imagen inserta, Mammon, óleo de George Frederic Watts, tomada de Wikipedia.

Leonardo Rossiello Ramírez

Nací en Uruguay en 1953 y resido en Suecia desde 1978. Tengo tres hijos, soy escritor y profesor en la Universidad de Uppsala.

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