Tres décadas dormidos. ¿Cuándo despertaremos?

Luis Zurita Tablada | Política y sociedad / SUMAR, SIEMPRE SUMAR

La izquierda –escribió Jean-Paul Sartre– no es una
“idea generosa” de los intelectuales. Una sociedad de
explotación puede encarnizarse en vencer el pensamiento
y los movimientos de izquierda, y aun, por períodos,
puede reducirlos a la impotencia. Pero no los matará
nunca, porque ella misma los engendra.

Parafraseando al educador español José Antonio Marina, Guatemala necesita ir a la movilización educativa de la sociedad, pues, no solo hemos perdido el tren de la Ilustración y el tren de la industrialización, o sea, de la modernidad, sino que en plena posmodernidad estamos perdiendo el tren del aprendizaje, porque culturalmente aún estamos subsumidos en la Edad Media.

Empero, ¿cómo enfrentar, sobrellevar y superar ese calamitoso estancamiento?

Pasaron los años a velocidad de vértigo, y no fuimos capaces de reconstruir el andamiaje político a la altura del que levantó la heroica generación progresista que nos antecedió entre 1954 y 1982. Mi generación, ¡nuestra generación!, está en deuda política con el pueblo. Se nos fue el tiempo en diletancias y, como bien lo explica Pepe Mujica, nos arrastró la discusión estéril y las desconfianzas viles, no se diga de la retahíla de ninguneos, que en eso nos llevamos el premio mundial al ego estúpido. Es cierto que la brutal contrainsurgencia impidió que nos pasaran la estafeta de manera normal, pero eso no nos justifica…

Así que, para remontar el vuelo, es necesaria la crítica y la autocrítica a las debilidades del segmento izquierdista del espectro, pues, pese a que paradójicamente las condiciones subjetivas favorecen el cambio, y aunque la derecha es el principal valladar para el establecimiento de la modernidad, es obvio que el liderazgo progresista es también corresponsable de pensamiento, palabra, obra u omisión por los rezagos del país, es decir que ¡algo no ha estado haciendo bien! Luego, los jóvenes deben enterarse de la cruda realidad histórica a través de conferencias, seminarios, cursos, poesía, obras de teatro y demás, porque si no, dentro de tres décadas, ellos estarán igual o peor que nosotros. He ahí una gran responsabilidad en el traspaso de la estafeta histórica. Si tan solo eso hubiéramos hecho en estos últimos treinta años, ¡otro gallo nos cantara! ¡Que para algo trascendente sirvan las redes sociales, y no solo como un nuevo opio!

Cuando en «mi grupo», dentro del Partido Socialista Democrático (PSD), observábamos que el Frente Unido de la Revolución (FUR) y la Unidad Revolucionaria Democrática (URD) se iban desdibujando en el tiempo y el PSD no levantaba el vuelo, intentamos fundar un nuevo partido socialdemócrata vinculando la organización política con el movimiento social y con la intelectualidad de la época en 1988, al que llamamos Movimiento Guatemala Unida, con la salvedad de que teníamos en mira a mediano plazo la conformación de una organización de cuadros que diera paso, en el largo plazo, a un partido de masas, crítico del orden establecido y de otra forma de hacer política no solo desde los juegos de poder binario –rico/pobre, indígena/ladino, capital/trabajo–, sino también diseñando planes para la satisfacción axiológica y existencial de las diferentes expresiones sociales, en cuyo caso, partido político y sufragio electoral solo fueran medios y no fines en sí mismos. Claro, sin subestimar los obstáculos de la sociedad compleja, pues el adversario también juega, incluso brutalmente.

Así, nos vinculamos al movimiento social, al sindical, a la academia, a los estudiantes, al feminismo, a los indígenas, al cooperativismo, a la Iglesia y a notables intelectuales progresistas de la época como Marco Antonio Villamar Contreras, José García Bauer, Carlos Guzmán Böckler, Julio Hernández Sifontes, Byron Barrera, César Augusto Toledo Peñate, Carlos Gallardo Flores, entre otros, sin que faltaran los vínculos con la organización campesina que dirigía el padre Andrés Girón y el acompañamiento espiritual de monseñor Pellecer de Sacatepéquez; así como relaciones afectuosas no orgánicas con movimientos políticos, sindicales y campesinos que estaban más a la izquierda de nosotros, en el entendido que el fin último nos unía.

En consonancia, fundamos el Instituto de la Mujer «María Chinchilla» que dirigía Dinora Pérez Valdés, el Sindicato de Docentes e Investigadores de la USAC, la Escuela Sindical Olof Palme que dirigía Víctor Balcárcel Véliz (secretario general de FENASTEG) y el Instituto Tecunhumanista, con el objeto de propiciar la confluencia de lo mejor del humanismo ancestral aborigen con lo mejor del humanismo cristiano occidental.

El proyecto empezó a cobrar relevancia social y política, pero la contrainsurgencia del momento nos puso en la mira pese a que actuábamos abierta y públicamente. Era evidente que estábamos rompiendo el guion de la formalidad política preestablecida y poniendo a prueba los límites del sistema, pues, como nos confirmara el agregado político de la embajada estadounidense, la contrainsurgencia nos veía a futuro como un aliado de la insurgencia. Nos asesinaron a Dinora Pérez Valdés en 1991, desestructurando todo el proyecto por razones obvias, y el acta notarial de constitución del partido se quedó en el escritorio del notario, pues el acoso fue tan grande que los dirigentes tuvimos que refugiarnos en Canadá en 1991, ¡perseguidos, no por lo que éramos, sino por lo que podíamos llegar a ser! Tal vez si hubiéramos esperado los Acuerdos de Paz otro cantar hubiese sido, pero esa es una hipótesis que hasta ahora nadie ha intentado probar. Cuánta nostalgia siento cuando escucho las canciones del grupo Canto General, pues ellos le pusieron arte, sentimiento y amor patriótico a nuestros eventos.

En 1993, ya de retorno a Guatemala, ¡al fin necios!, la Fundación Konrad Adenauer invitó a un grupo de intelectuales/políticos de centro izquierda no vinculados a la vieja guardia de la DC, con la finalidad de reconstruir el andamiaje demócrata cristiano en América Central. En lo personal acepté, pues consideré que tal vez un proyecto socialcristiano –por aquello de lo confesional– tendría una oportunidad de desarrollar el partido que necesitábamos y de calar en la conciencia cristiana del cuerpo social, pero ya fue tarde, pues ni las bases demócrata cristianas ni la Iglesia católica estaban dispuestas a reconstruir lo que otrora había sido la gran decisión estratégica que convocó a los laicos a la política tras el Concilio Vaticano II.

De esa experiencia quedó en mi conciencia la idea de la economía social de mercado como un alternativa al neoliberalismo, en el entendido de que debía procurarse un equilibrio entre mercado y Estado, o sea, Estado en todo cuanto fuera necesario y mercado en todo cuanto fuere posible, para que todos reciban lo que necesitan como seres humanos y para que cada quien reciba lo que merezca según su aporte a la sociedad; en el entendido que la política económica y la política social debían desplegarse en paralelo y orientarse hacia la priorización del desarrollo humano integral y transgeneracional.

Ahí me di cuenta del papel fundamental que el poder de la religión tenía para la movilización sociopolítica hacia la izquierda o hacia la derecha. Tan fuerte es la creencia, que en el trono del César se sienta ahora el papa, y América no hubiera sido conquistada sin la alianza entre la espada y la cruz, lo cual demuestra fehacientemente Eric Kahler en su obra Historia universal del hombre. Empero, también descubrí algo doloroso, que la élite vaticana había estado más preocupada por el avance del comunismo ateo que por la justicia social. Desaparecida la Unión Soviética, ya no había rabia que combatir y el Vaticano retornó a su viejo eclecticismo. La justicia social había pasado a segundo plano y la acción política socialcristiana decayó porque dejó de ser una prioridad para la jerarquía eclesiástica a nivel mundial. ¡Qué triste! Si Jesús regresara, lo volverían a crucificar ahora por comunista, salvo que esta vez no serían los judíos, dijo el gran cineasta surrealista Luis Buñuel, sino los obispos.

Cuando se firmaron los Acuerdos de Paz en 1996, fui parte de un buen grupo de guatemaltecos que creíamos que los exinsurgentes venían cargados de un arsenal de gran experiencia política y del plus que supuestamente bebieron en países más adelantados en lo político que Guatemala. ¡Qué sorpresa la que nos llevamos! Venían divididos y hasta odiándose… De esa manera se confirmó aquello de que «las derechas son pragmáticas y forjan alianzas y las izquierdas son cainitas y se fragmentan». Y en Guatemala nunca han sido capaces de jugar con eficiencia y eficacia en la cancha de la democracia política, menos para conjugar un discurso hegemónico que se vuelva «moneda de cambio» para amplios sectores sociales. Y, más allá de los importantes Acuerdos de Paz, la inacción estratégica ha sido la constante.

En el discurrir de estas últimas tres décadas, hubo algunos esfuerzos progresistas de buena fe, pero superficiales, como el último al que fui invitado a participar en el 2004, bajo el señuelo de la socialdemocracia, a tal extremo que me vi obligado a aclarar a algunos que me criticaron, pero que no se quieren mojar ni el ruedo del pantalón, que estaba consciente de que en tal partido solo cabía una socialdemocracia light, pero era una opción de esperanza por los antecedentes de su líder, por lo que era válido correr el riesgo, Pero, como les expliqué después, ingenuo entre los ingenuos, creía que podía permearse ideológicamente la mente y el corazón de los inscritos en el partido e ir moldeando poco a poco la institucionalidad de la organización, mientras perdía de vista que, exceptuando los cuadros medios que se fascinaron con los principios socialdemócratas, la cúpula del partido respondía más al «código mercantil» que a la ley electoral y de partidos políticos, e hicieron del electoralismo su leitmotiv político. ¡Y se perdió otra esperanza de unidad nacional! No obstante, la experiencia dejó secuelas positivas y negativas que compartiré en el próximo artículo.

Cuando observo al último partido supuestamente de centro izquierda que recién en este mes de enero 2019 alcanzó la última etapa para su inscripción legal, recuerdo a mi querido primer partido, el PSD, según yo, en aquel entonces, una promesa para Guatemala, aunque hoy siento vergüenza personal por haber creído que algún cambio era posible desde el confort de nuestra capillita de marfil y sin vincular reticularmente lo político con lo social, por ende, lo urbano con lo rural, lo teórico con lo práctico y lo mestizo con lo aborigen, o sea, solo con voluntarismo y discurso. ¡Muy pronto mis ilusiones mutaron a otro sentimiento, la frustración! Ojalá el tiempo contradiga mi aprehensión actual y esta nueva semilla política germine y florezca, sin precipitaciones, como un híbrido entre partido político y movimiento social, porque ya no hay tiempo para más excusas, y el pueblo está a la espera que desespera por un representante legítimo que le ofrezca una utopía, que no reduzca la política a mera gestión administrativa, que se comprometa con la democratización, desconcentración y descentralización de la cosa pública, que encuentre en el tecunhumanismo un denominador común identitario entre mestizos y aborígenes, que promueva una alternativa económica al neoliberalismo y que neutralice sus nefandos efectos, que fomente la participación ciudadana y que medie entre la sociedad y el Estado.

Por mi afinidad ideológica con no pocos cuadros y dirigentes de Semilla, creo, con la debida consideración a su potencial intrínseco, que mucho bien haría a sus cuadros y bases leer la evolución de la socialdemocracia desde 1848 a la presente fecha, extrapolando a estas tórridas tierras tropicales sus complejas mutaciones históricas hasta convertirse en el ideario socialmente más exitoso en el mundo, como lo atestigua el índice de desarrollo humano (IDH) del PNUD cada año, destacando entre los principales países más desarrollados a los europeos, cual reflejo, según lo explica Eric Kahler en la obra citada, de que Europa es el continente en donde se han experimentado todas las etapas históricas. También, revisar la plataforma programática universal sugerida por la Internacional Socialista para enfrentar al neoliberalismo, de lo cual y más que eso se puede leer en los apéndices de mi obra El ABC de la socialdemocracia, además de sendos discursos inspiradores aún vigentes de Arévalo y Árbenz cuando tomaron posesión del cargo presidencial, donde dejaron delineada la brecha para una socialdemocracia a la chapina, así como existe una socialdemocracia a la tica y una socialdemocracia a la uruguaya. Por favor, salgan de su zona de confort, pero, ¡ni asusten ni se dejen asustar por la paradoja del petate del muerto!

¿Por qué es importante traer a colación, más que teorías, algunos hechos concretos que me constan, pero que no han sido capaces de remontar la antipolítica, la politiquería y el repudio a la política y a la política tradicional?

Porque hacer política en Guatemala no ha sido un lecho de rosas, lo cual ha dejado una huella profundamente traumática en la psique social, por ende, en el quehacer político e intelectual. Y porque es necesario que la juventud de hoy asimile que la democracia política que les fue heredada no fue gratuita. Es cierto que ha dejado pasar casi cualquier discurso sin reprimirlo y ha dejado transitar hacia dentro y hacia fuera del país sin casi ninguna restricción, pero no por casualidad. Aunque en el área rural se han dado algunos casos sospechosos de represión supuestamente vinculados a los conflictos mineros y energéticos. Sin embargo, ¿estarán conscientes los jóvenes que no han sido concesiones graciosas del sistema, sino el resultado de una larga como ardua lucha del pueblo en pos de la libertad, la igualdad y la fraternidad? Los jóvenes deben conocer el pasado histórico, no para enfocarse en lo pretérito, sino para aprehender las luces y las sombras de dónde vienen e innovar.

No obstante, cuando se alcanzó esa cima, nadie se acordó de lo indicado por Umberto Cerroni, cuando, en su obra El futuro del socialismo, expresó: «La democracia política es dual; por un lado es un escenario donde se promulgan las libertades formales, pero al mismo tiempo es la arena para luchar por las libertades reales». Absurda como lamentablemente, ¡en Guatemala, sufragio electoral y democracia política se volvieron sinónimos!

A mi manera de ver, pese al trauma social y psíquico, todos nos encandilamos con los cantos de sirena de la democracia formal, pero no nos empeñamos con madurez, con sapiencia y con la paciencia de las hormiguitas en la edificación de la infraestructura organizacional para viabilizar la democracia real, lo cual implica conformación en red de estructuras políticas vinculadas al movimiento social.

En paralelo, el neopentecostalismo ha cumplido a plenitud su cometido, o sea, despolitizar a la población y elevar su ego individualista, tarea que ha permeado todo el tejido social, al extremo que ya copó a la mitad de la población. En tanto, la Iglesia católica perdió la enjundia social y la teología de la liberación, que era su gran salto hacia el futuro en su propio beneficio y en beneficio del pueblo, vino a menos, perdiéndose la relación entre fe y vida, algo que el neopentecostalismo sí ha explotado a cabalidad en pro de la consolidación del capitalismo más salvaje, por ende, en favor de la disipación consumista y no para la conformación de una sociedad donde todos seamos humanamente diferentes pero socialmente iguales, a lo que se agrega la sempiterna cerrazón de la dirigencia progre que no asimila que la creencia es más fuerte que la razón. Ayer fue el Vaticano, hoy es EE. UU. quien ha hecho de la religión el mejor de los instrumentos para sus fines, lo cual, por supuesto, complace al poder plutocrático y pretoriano guatemalteco. ¡No es lo mejor del luteranismo, sino lo peor del calvinismo lo que impera!

En paralelo, también se abandonó la formación política e ideológica, y la actual generación de relevo está sumida en las redes sociales, hiperconectada pero no hipercomunicada, con el agravante de que se perdió el sentido de comunidad, de estructura y de significado en la vida de relación. Al extremo de que ahora, ilusa, inconsciente y paradójicamente, queremos arreglar el mundo desde las redes sociales, en eso que Zygmunt Bauman llama activismo de salón, pero sin capacidad para formar comunidades auténticas, cual virtual regreso digital a la caverna de donde ya habíamos salido, y, como corolario, el poder de los mercados globales ha estado cosificando a los hombres y a las mujeres más que en todos los tiempos, haciendo de los hombres y de las mujeres seres unidimensionales, como bien lo explicara Herbert Marcuse.

Por eso, aunque en estas últimas tres décadas algunos respetables conciudadanos intentaron esfuerzos de buena fe y aún se intentan, ningún proyecto político tuvo ni tendrá mayores perspectivas de despliegue contundente si no se hacen las cosas con la circunspección que demanda la conformación de partidos de cuadros o de masas, única forma para enfrentar orgánica y sistemáticamente los grandes desafíos políticos, económicos, sociales, culturales y ambientales del momento y hacia el futuro. Y por supuesto, si no se desarrolla una estrategia tecunhumanista de confluencia identitaria entre mestizos y aborígenes, de igual a igual, con la misma fuerza y con la misma lealtad, claro, siempre y cuando por fin las comunidades aborígenes abandonen la anomia que las mantiene desvinculadas y/o fragmentadas políticamente entre sí. Este es un reto clarísimo, por ejemplo, para los apreciables dirigentes del partido Winaq, vertebrar los anhelos de los pueblos originarios en una sola causa y hacerlos valer en proporción con su peso poblacional, que de no superarlo cualitativamente su incidencia histórica será insignificante.

Dentro de ese contexto, el Movimiento para la Liberación de los Pueblos (MLP) es una esperanza potencial, pero me temo que están envueltos, a favor y en contra, en ¡la paradoja del petate del muerto! Hasta donde se ha podido palpar, están lejos de una visión tecunhumanista de la realidad guatemalteca, pues parece que están intoxicados mecánicamente de un marxismo mal digerido para nuestra época, de no poco sentido de la realidad nacional y de su compleja interacción cultural mestiza y aborigen, cual fenómeno social, psíquico y ético, donde el ADN ya no es la variable principal, pues, si bien Marx fue un formidable filósofo, economista y sociólogo, han perdido de vista que Marx no estaba simplistamente preocupado por el estómago «del hombre», que también, dado que en esencia su principal preocupación era «la alienación del hombre en sentido universal». Revísese la obra Marx y su concepto del hombre, que es la versión traducida y comentada por Erich Fromm de Los manuscritos económico/filosóficos de Carlos Marx, y se comprenderá su trascendente mensaje, o sea, que más allá de cualquier ideología, el objetivo último de la civilización y la cultura es la humanización de todo lo natural que no podemos dejar de ser y la naturalización de todo lo humano que podemos llegar a ser.

Pese a todo, al MLP le tengo afecto por su potencial, por lo que, con el respeto debido, les sugiero a sus dirigentes que relean las leyes y categorías de la dialéctica materialista sin perder sus cimientos filosóficos hegelianos como quedaran plasmados en su Fenomenología del espíritu, por ende, tampoco solo desde la perspectiva estática de las leyes de la termodinámica en que Marx y Engels estuvieron inmersos en el siglo XIX, sino desde una perspectiva sistémica, holística y ecológica profunda que manda a combinar la acción con la precaución. Esto solo si somos capaces de diferenciar y complementar filosóficamente al Marx que se nutrió de los principios deterministas newtonianos que mandan a la acción por la acción misma de lo que sería un Marx posmoderno que comprendería que, más allá de los encadenamientos mecánicamente causales de la realidad, también hay toda una dinámica sutil de conexiones cruzadas significativas en red, en cuyo caso la causalidad, la acausalidad y la casualidad se conjugan, por lo que ahora Marx –el intelectual y el político– se habría nutrido también de los principios de incertidumbre, de impredicitibilidad y del efecto túnel como mandan los principios de la física cuántica, y el mensaje intuitivo que dejó tendría más sentido: dos para adelante, uno para atrás.

En su momento, a lo más que Marx y Engels se acercaron a lo expresado fue con la categoría de la necesidad y la casualidad. Y para aquello que no encajaba en sus teorías cuando la realidad no respondía a lo esperado, Marx acuñó la frase: «Somos juguetes de poderes extraños», émulo de Newton que reconoció la no universalidad de sus teorías, lo cual lo llevó a afirmar que había «una fuerza invisible que movía el mundo», lo cual después copió Smith con su famosa frase: «La mano invisible del mercado». Marx es el Newton de la historia y Smith es el Newton de la economía.

En fin, con mucha objetividad, en 1923 el físico cuántico Werner Heisenberg (premio Nobel 1923) definió lo que se conoce como el principio de incertidumbre de Heisenberg, que demuestra que no se puede predecir el futuro por la sencilla razón de que tampoco conocemos el presente con precisión. O, como poéticamente lo expresaba JL Borges: «no hay acto que no sea consecuencia de una infinita serie de causas ni manantial de una serie infinita de efectos…».

Justamente por eso es que, ante el nuevo retroceso en el que estamos siendo sumidos por las fuerzas más oscuras del país, observamos impávidos todos los desmanes que suceden antes nuestras narices, pero no tenemos capacidad organizativa para frenarlas o superarlas, excepto ser comparsas de su desenfrenado arrebato de poder, y ¡el pueblo de Dios sigue solo y abandonado! ¡La alienación nacional es tan grande que lo anormal se volvió la forma normal de vivir! ¿Por qué cuesta tanto reconocer la miseria humana en que el país está sumergido? ¿Cuán grande es la crisis moral que ya no se distingue la frontera entre el bien y el mal? ¿Por qué es tan fácil abusar y saquear? Ante los terribles indicadores políticos, económicos, sociales, culturales y ambientales del país, ¿no será esta una hora oportuna para que todos los sectores y grupos sociales –sin excepción de izquierdas o derechas– hagan un mea culpa, luego pidan perdón, y, entonces, ponerse en acción creadora con la mente puesta en una nueva Guatemala?

¡Se acabó la comedia! ¡Se cayeron las máscaras! Empero, hay que estar conscientes de que la ventana de oportunidad que alumbró la apertura democrática se cerró. ¡Comenzó la tragedia! ¡El burdo descaro asoma su tétrico rostro! Tal vez en la adversidad encontremos el camino. Como dijera el mítico Che Guevara, ¡el que no quiere ver ni entender, nunca va a ver ni a entender!

Por lo tanto, basta ya de catarsis y de desplantes infantiles y sectarios que apelan a discursos revolucionarios o reformistas desfasados, especulativos, arbitrarios, mesiánicos, fantasiosos e ingenuos, cuando lo urgente es acumular fuerzas en función del bien común, forjar alianzas no solo formales, sino reales y concretas para superar a mediano y largo plazo la desigualdad económica, la precariedad económica y la injusticia social, sin perder de vista la gravitación geopolítica y geoeconómica que nos atrapa, mientras se procura una propuesta de desarrollo sostenible que no solo plantee un necesario equilibrio entre economía, ambiente y sociedad, sino que humanice todo lo natural que no podemos dejar de ser y naturalice todo lo humano que podemos llegar a ser, con base en una dialéctica entre competencia y cooperación como una acción categórica antineoliberal, con el objeto de que ya no se siga desestructurando a la sociedad y a la naturaleza de la forma tan vil y despiadada como el Consenso de Washington ha sido aplicado en Guatemala.

Luis Zurita Tablada

Guatemalteco (1950), químico, político, escritor. Ha desempeñado cargos en el ejecutivo en áreas ambientales, candidato a la vicepresidencia de Guatemala, docente universitario, director del Instituto Guatemalteco de Estudios Sociales y Políticos, autor de varios libros, notas periodísticas e ideólogo de la socialdemocracia en Guatemala. Es miembro del Centro Pen Guatemala.

Sumar, siempre sumar

0 Commentarios

Dejar un comentario