-Rómulo Mar | NARRATIVA–
Siempre he tratado de ser buena persona, de no inmiscuirme en lo que no me incumbre, de no molestar a nadie. Los conatos se arman solos, como si tuvieran vida propia, como si fueran muy necesarias sus existencias, como sucesos valiosos por los que cada individuo debe pasar, ya sea para que se arrepienta de quién sabe qué putas, o para que aprenda a saber qué lecciones. Eso decía Agustín sentado en su silla afuera de los escritorios, frente a todos sus compañeros de trabajo. La oficina apestaba a rutina. Agustín hablaba al aire. Ninguno de sus compañeros le ponía atención.
Tengo problemas de toda índole, continuó diciendo. Soy como una miscelánea de dificultades, toooda una colección de clavos. Su voz escurridiza, cargando cada palabra, se perdía en todos los rincones, entre cuatro de los empleados que sobre sus escritorios tenían las hojas de un documento que parecía muy importante, como un escrito de un abogado o de un contador. Cada uno de ellos mantenía su rostro metido en el fajo de hojas levantadas verticalmente y abiertas. Una muchacha estaba embebida en su computadora ocupada en sus tareas, a la vez que devoraba maníes como manía, les quitaba la fina cáscara mecánicamente, crujían al frotarlas entre los dedos, y se las llevaba a la boca ansiosa. Otra, pasaba tarjeta tras tarjeta tras leve mirada, las golpeaba de canto sobre la mesa y las agrupaba para ordenarlas. Uno más allá hacía apuntes sobre una libreta. Un sucio y destartalado ventilador, seguramente cagado por moscas, traqueaba en un extremo del recinto, sonando como chicharra que intentaba inútilmente levantar vuelo.
¡Cuando me muera no quiero que ninguno de ustedes llegue a mi funeral, cerotes! Tronó la voz de Agustín salpicada de enfado hablando desde la puerta ya abierta, presto a salir de la oficina. Sorprendidos todos interrumpieron sus quehaceres y le clavaron la mirada de inmediato, pero una mirada vacía. Ya apagada su voz, les vio furioso y salió dando un portazo.
Todos quedaron suspendidos. Se vieron entre sí sin pronunciar palabra. Otra vez desviaron la vista hacia la puerta, de regreso la resbalaron por las paredes y los cuatro la volvieron a reposar sobre el legajo, los demás en sus respectivas tareas. Súbitamente la puerta se abrió de nuevo y Agustín asomó su cabeza. ¡Es más! dijo alzando las palabras, ¡ni siquiera me volverán a ver por aquí, renuncio a este empleo de mierda! Desapareció su cabeza y volvió a cerrar la puerta, ahora, golpeándola con más violencia.
La calle estaba agitada, como siempre. La tarde caía y acumulaba el sopor del día. Agustín, con la mochila a la espalda, sumaba un problema más a su alargada y despreciable colección. Tan solo un problema más. Así, eludiendo a la gente imbécil que se le atravesaba, se fue andando por la acera al encuentro de nuevas ocupaciones, experiencias y problemas, como si en busca de broncas.
Rómulo Mar

Nació en Chiquimula. Maestro y locutor profesional graduado en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Fundador y conductor del canal Letras en Directo y del periódico impreso El Revisor. En 2018, por acuerdo municipal del ayuntamiento de Chiquimula, fue declarado «Valor cultural del departamento de Chiquimula». 8 libros publicados: dos de poesía, una novela, un diario literario y cuatro de cuentos.
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