Vinicio Barrientos Carles | Política y sociedad / PARADOXA
La palabra tolerancia proviene de la raíz latina tolerantĭa, que significa «cualidad de quien puede aceptar». Aunque la virtud de la tolerancia en su acepción social puede ser definida de distintas maneras, la Declaración de Principios sobre la Tolerancia (Unesco, 1995) establece en su artículo 1° que: «La tolerancia consiste en el respeto, la aceptación y el aprecio de la rica diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y medios de ser humanos».
En un sentido negativo, la intolerancia, en sus diversas formas, representa una amenaza para el desarrollo humano, y de esta realidad existen abundantes ejemplos a lo largo de la historia. Ante la natural diversidad humana, solo la tolerancia puede asegurar la supervivencia de las comunidades mixtas, pues contribuye radicalmente a sustituir la cultura de guerra por la cultura de paz.
Para el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), resulta fundamental el concepto de paz positiva, que implica un compromiso más allá de la mera ausencia de guerra, sino que conlleva generar las condiciones sociales suficientes para la construcción del potencial político que sea garante de una paz sostenible en el tiempo, en todos los órdenes de la vida humana.
La semana pasada se incubaron y se difundieron una serie de fuertes reacciones ante la disposición de un grupo de activistas, en su mayoría mujeres, de realizar la procesión de la «Poderosa Vulva», una caminata que desde hace algunos años recorre un segmento de la 6ª avenida de la zona 1, pasando por la Catedral Metropolitana. La iniciativa se lleva a cabo con motivo de la celebración del Día Internacional de la Mujer, en la lucha por la emancipación femenina.
Pudo observarse que este año se otorgó un renovado impulso a esta y otras actividades, justamente en fortalecimiento de la protesta pública que se ha hecho a raíz de la tragedia del Hogar Seguro Nuestra Señora de la Asunción, acaecida el 8 de marzo del 2017. De esta forma, confluyeron en la Plaza de la Constitución varios grupos de personas bastante disímiles, en representación de distintos sectores de la sociedad, y muy posiblemente con diferentes motivaciones y argumentaciones en sus protestas.
Entre la variedad de reacciones, llama particularmente la atención una que atañe personalmente al procurador de los Derechos Humanos, quien ha sido señalado de promover actos contra la moral y las costumbres de los guatemaltecos. A pesar de que las razones planteadas son incorrectas, y los mismos hechos que se le imputan son infundados, el PDH deberá presentarse el día de mañana, martes, para comparecer ante el pleno del Congreso de la República, en un evidente desorden de funciones e inoportuna intervención.
Aunque el fenómeno observado es complejo, una tremenda confusión se ha provocado al mezclar dimensiones que deben ser tratadas por separado. Por un lado se están amalgamando aspectos políticos con aspectos culturales, de tipo religioso y de índole personal. Por el otro, se están ejerciendo acciones oportunistas por parte de sectores más conservadores del statu quo en detrimento de otros, sin tomar las consecuencias que se presentan debido a la ignorancia y la polarización ya existente en el grueso de la población.
En el análisis, debe priorizarse la raíz del problema de fondo: la intolerancia. Puntualicemos que la tolerancia implica respetar, pero va más allá. Si el respeto es la aceptación de la existencia del otro, la tolerancia es la aceptación de la equidad del otro, y propende a la construcción de la armonía con los que son diferentes. No sólo se trata de un deber moral, sino además representa una exigencia política y jurídica fundamental para la vida democrática.
En un inicio, se deberá ser tolerante con los intolerantes, pero a la vez firmes en los principios. Se deberá establecer un marco legal específico que marque límites (por ejemplo, distinguiendo entre expresión y acción). La educación y el acceso a la información son clave, así como fundamentales la toma de consciencia individual, grupal y colectiva, y la promoción de soluciones locales.
El ejercicio de la tolerancia conlleva una implícita agresión por una de las partes. En los países donde el ser tolerantes es una práctica cotidiana, la violencia y las agresiones son mínimas, precisamente por el nivel de respeto que se ha desarrollado en la comunidad. Es decir, ser tolerantes no significa pasar por alto una agresión, sino todo lo contrario, generando un marco jurídico adecuado para que la violencia no sea la regla. Un caso especial lo representa el concepto de la tolerancia religiosa, que abordaremos en otra oportunidad.
Desde la Revolución francesa se han suscitado intensas luchas por activar el modelo democrático de convivencia. No ha sido fácil poner en práctica el lema de «Liberté, égalité, fraternité» («Libertad, igualdad, fraternidad»). Curiosamente, durante el armisticio con la Alemania nazi de Hitler, el Gobierno de Vichy sustituyó el lema democrático por otro «Trabajo, familia, patria », para ilustrar los ideales de la ocupación fascista. Acá debemos reflexionar mucho al respecto.
Sin el desarrollo de la tolerancia necesaria para comprendernos y aceptarnos como diversos, estaremos indefectiblemente condenados al imperio de la violencia. El futuro de Guatemala está en manos de todos los guatemaltecos: el respeto es el primer paso. O le apostamos al lema democrático, o algunas voces se alzarán proclamando una guerra que a nadie traerá beneficios.
Imagen principal tomada de Ser y humano.
Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multi-rumbos… viajero del espacio interior. Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar. Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.
2 Commentarios
Muy buen ensayo, tomando en cuenta que la sana tolerancia a la diferencia es la base de una convivencia pacifica en todo ámbito social. Quizá lo que haga falta, ahora que este tema ha cobrado auge con los últimos acontecimientos, es confrontar los límites de la tolerancia con los de la permisividad y en ello se verán implicados muchos factores antropológicos, sociales y culturales que impiden la posibilidad de una generalización.
Agradezco Ernesto este aporte, que visualizo como valioso, y muy oportuno. Coincido totalmente con tu persona a este respecto, y lo que has expresado. Es posible que sea interesante ampliar en una posterior oportunidad lo que planteas y dejas sobre la mesa, en el sentido que no podemos quedarnos satisfechos en el establecimiento y la aceptación de una determinada receta, casi algorítmica, o una jurisprudencia, estática, en torno a los límites que separan los espacios de permisividad y de restricción.
Uno de los principios a considerar en la evaluación de límites y circunstancias para una adecuada tolerancia social, es el mismo dinamismo que las sociedades y la cultura conllevan, implicando mecanismos en los cuales las comunidades y los seres humanos seamos partícipes y constructores. El concepto es complejo y multidimensional, y por ello resultará importante establecer procesos transitorios que, persiguiendo un ideal, no resulten en imposición violenta para la partes que constituyen las confrontaciones.
En Guatemala, con tantos procesos requeridos para la maduración como sociedad democrática, ubicados en etapas incipientes, también será conveniente generar un sistema de aproximaciones sucesivas, para proporcionar los tiempos necesarios a cada uno de los segmentos de la población, que sea por factores externos o por la misma dinámica de restricción de la libertad de expresión, se han mantenido encerrados en la imposibilidad del respeto y la tolerancia para aquellos que siendo diferentes, gozan de los mismos derechos que los otros, quienes han sostenido, por tradición y circunstancia, posiciones de poder y privilegio.
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