¿Todos deberíamos de ser feministas?

Luis Zurita Tablada | Política y sociedad / SUMAR, SIEMPRE SUMAR

No puedo decir si las mujeres son mejores que los hombres.
Sin embargo, sí puedo decir, sin dudar, que no son peor.
Golda Meier

I

En su obra Todos deberíamos de ser feministas, la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, exponente de la nueva generación de mujeres feministas objetivas e integrales, por ende, sin resentimientos, en pocas palabras propone que todos deberíamos de ser «feministas» porque no solo las mujeres sufren las consecuencias del machismo, sino porque también lo sufren los hombres. Y es cierto, puesto que si bien la mujer es la inconsciente gran reproductora del patriarcado, el hombre es el solícito instrumento del «poder de poderes» en que se regodea inconscientemente con su miserable cuota de poder, pues ambos ignoran que todos somos títeres del gran titiretero, que por igual esquilma tanto al hombre como a la mujer, y a ambos cosifica.

De esa cuenta, Ngozi Adichie advierte, como una profunda observación al feminismo, que en «las relaciones entre sexos, tanto el hombre como la mujer padecen por igual la injusticia social, aunque a veces ni el mismo hombre se percata de ello». En ese contexto, es hora de preguntarse, ¿qué será mejor o peor, la lucha de clases o la lucha de géneros? O, ¿acaso la lucha de géneros está sustituyendo a la lucha de clases? ¿O son incompatibles? O, ¿en qué medida la lucha de géneros está debilitando la lucha de clases? O, ¿cuál será el objetivo final de la lucha de géneros que la lucha de clases no pueda resolver en su largo caminar hacia la igualdad social como objetivo holístico y sistémico sin discriminación del sexo, de la identidad de género o de la orientación sexual? Al final, la lucha de géneros es como la lucha de clases, salvo que en este caso entre el hombre y la mujer, sin considerar que donde hay lucha de poder siempre hay uno que gana y otro que pierde, aunque al final no gana ninguno… O, peor aún, ¿no será que al priorizarse la lucha de géneros en detrimento de la lucha de clases se está favoreciendo una actitud conforme, sumisa y dócil ante revoluciones sociales que debían haber tenido lugar hace décadas? O, ¿acaso el paradigma de la particularidad de la diversidad de movimientos sociales es, en la posmodernidad y pese a la injusticia social, más importante que la lucha de clases? O, ¿acaso el feminismo que se guía por la teoría de género está aplicando el método de la lucha de clases en el lugar equivocado?

II

Ngozi Adichie es una representante de la clase media africana, su padre fue un académico universitario y su madre contable de profesión, ambos trabajadores de la universidad de Nigeria y ejemplares conductores de sus hijos. Concluyó su formación en EE. UU,, por lo que su vida ahora transcurre entre ambos mundos. Es una mujer que en su literatura no solo emana sensualidad, sino inteligencia y agudos análisis sociales y políticos, lo cual combina con armonía y alegría en el entorno de su integral relación de pareja y en su rol de madre que celebra la existencia con esperanza, todos los cuales vive con donaire, elegancia y adorna con su belleza.

Desde su perspectiva, Ngozi Adichie, hace la siguiente gran acotación en la obra citada: «Para mí, el feminismo se trata de un aprendizaje, de un viaje constante, de pensar en cómo hemos sido socializados y cuál es mi lugar en el mundo. También necesitamos trabajar con los hombres, enseñarles, (pues), compartimos el mundo con ellos (…). La masculinidad es cosa terrible; también es violenta para ellos (…). Me interesa la textura de la vida, no las teorías, porque la teoría achata a la gente, la hace plana. Por eso no leo teoría o ideología de género, leo historias sobre la gente. No uso el lenguaje de la teoría o de la ideología, no uso palabras como heteronormativo. No hablo así (…) (porque) la igualdad se consigue solo despertando la conciencia de los varones que nos acompañan (…) (porque), en definitiva, todos deberíamos de ser feministas». Y, como una acotación ad hoc, Guillermo del Toro, guionista y director de la película La forma del agua, no solo afirma que «el amor y el odio son como el agua, toman la forma del recipiente que los contiene,» sino que «si tan solo ya no fuéramos socializados en nuestra niñez con el maltrato y la incomprensión, bastaría una sola generación que ya no sufriera la violencia espiritual, física y moral que la familia ejerce hacia el niño para que el germen del horror desapareciera y el mundo cambiaría».

III

Y como una observación atingente, Héléne Cixous, directora del Instituto de la Mujer de la Sorbona, rechaza la reivindicación de género como el leitmotiv por excelencia del movimiento feminista, pues asume el derecho a la equidad como principio jurídico universal independiente del género, porque la teoría o ideología de género, según Cixous, no es pluralista, sino imposición de pensamientos únicos. De esa cuenta, para la Ilustración estándar, el individuo y sus derechos se conciben de manera abstracta desvinculados de su situación particular, aislados del conjunto que los atrapa, lo cual oculta las relaciones reales de clase, el único camino para llegar a la universalización necesaria de sus derechos. Esta perspectiva se confirma al comparar los índices de respeto a los derechos de la mujer país por país (atención a los DD. HH., igualdad de ingresos, igualdad de género, seguridad y progreso), siendo óptimos, dentro de 80 países estudiados, en Suecia (1), Dinamarca (2), Canadá (3), Noruega (4), Holanda (5) y Finlandia (6), y, pésimos en Myanmar (80), Ghana (79), Irán (78), Túnez (77), Tanzania (76) y Guatemala (75), evidenciándose así la teoría de Héléne Cixous, o sea, que independientemente del género, incluido el segmento LGBTIQ y el resto de movimientos de acción social, los derechos humanos plenos se satisfacen mejor en proporción directa con el desarrollo de los países, claro, en el entendido que crecimiento económico no significa desarrollo social per se (US News & World Report, 2019). Un ejemplo tajante lo ofrece la lista de «Los diez países más seguros del mundo para radicarse en 2014», en el cual Taiwán es el segundo mejor y más seguro lugar para vivir, solo por debajo de Japón. El caso es que el informe señala que «las mujeres se sienten perfectamente seguras y nunca tienen que estar nerviosas con lo que les podría suceder, especialmente al salir incluso en avanzadas horas de la noche» (Lifestyle9.com). No es casualidad que en Latinoamérica, Uruguay sea el mejor, y, en Centroamérica, Costa Rica.

Más allá de los factores biológicos, para la teoría o ideología de género la mujer y el hombre nacen existencialmente neutros, como un tabula rasa, pero la cultura los hace y les condiciona su identidad de género y sus roles sociales, o sea, que al hombre lo masculiniza y a la mujer la feminiza, según lo pontificó desde los aposentos de su altar existencialista Simone de Beauvoir en su clásico El segundo sexo, donde sentencia: «No se nace mujer, se llega a serlo». Sin embargo, desde el punto de vista de la impronta fisiológica hormonal, ¿cómo explica la teoría o ideología de género el comportamiento de los cisgénero, que, como se ha comprobado, son personas cuya identidad de género coincide con el sexo asignado al nacer? ¿Y los que no coinciden por más que la cultura se empeñe en doblegarlos, como a los LGBTIQ? Con la llegada del psicoanálisis freudiano y jungiano el concepto de la tabula rasa fue superado, concluyéndose en que el ser humano es doblemente colectivo, porque no solo es un «ser social» por lo adquirido conscientemente, sino un «ser arquetípico» inconsciente también, signado por su herencia ancestral filogenética, como muy bien lo explica Carl Jung en su ensayo Civilización en transición, un saber que cuestiona la unilateralidad existencialista del feminismo de Simone de Beauvoir y que confirma la neurociencia actual.

IV

En un universo donde la ley de los contrarios es el eje de su dinámica, ¿qué sentido tendría un mundo donde el hombre sea culturalmente feminizado a costa de su masculinidad natural y la mujer sea culturalmente masculinizada a costa de feminidad natural? La unidad y lucha de contrarios entre lo femenino cósmico y lo masculino cósmico es el alma del mundo, según el taoísmo. De ahí que, para Cixous, su mayor preocupación es que la teoría o ideología de género arrastre a la mujer hasta un punto en que termine pareciéndose al hombre, lo cual es de alto riesgo, puesto que los polos opuestos se atraen, pero los polos iguales se repelen. Su obra La risa de la medusa, habla por sí sola.

Este aspecto es crucial para el destino humano, casi que de vida y muerte, porque igualdad de derechos, oportunidades y licencias no significa solo disputarle al hombre cuotas equitativas de poder, pues exigir cuotas es como querer tomar el cielo por asalto, sino y más importante es demostrar —–con hechos y de cara al patriarcado– que la mujer es más sensible que el hombre a la justicia; que es más reflexiva; que es más empática; que es más creativa; que es más cuidadosa; que es más intuitiva y que es más noble. En todo caso, demostrando, con hechos, que no lo son menos, puesto que, como alguna vez lo expresó Karl Marx, «el cielo no se toma por asalto», dado que los grandes hitos de la historia son conquistas, nunca concesiones. O sea, que a la mujer corresponde demostrar que está seriamente preocupada por un destino humano superior al patriarcal.

V

En consonancia con tal expectativa, pongámonos de acuerdo en que ni el machismo ni el hembrismo son razonables. Y además, que es inobjetable que el hombre y la mujer disfruten de los mismos derechos, licencias y responsabilidades. Por lo tanto, ¿no sería mejor que la mujer desarrollara su logos sin negar su eros y que el hombre desarrollara su eros sin negar su logos? Este desafío civilizatorio y cultural es crucial, dado que ya está afectando el concepto histórico de la familia y desestructurando el destino de la humanidad, tanto como ya lo están afectando el cambio climático, la sobrepoblación y el consumismo.

Carl Jung, en diversas obras, pero especialmente en su obra Sobre el amor, disponible como audiolibro en YouTube movies, sugiere que lo ideal es que, en la especie humana, el macho se vuelva un hombre completo y, la hembra, una mujer completa, pues, al decir de la poeta Maritere Lee, solo «una persona completa no ama a pedazos». Es decir, que sin dejar de ser hombre y sin dejar de ser mujer, ambos alcancen el equilibrio entre su logos y su eros, porque de esa manera una mujer completa tendría a su alcance a un hombre completo y un hombre completo tendría a su alcance a una mujer completa.

De lo que sigue que, en tal caso, formarían una diada hombre/mujer de igual a igual, con la misma fuerza, con la misma entrega y con la misma lealtad, dando por descontado que los roles culturales de ambos serían andróginos, superando así los roles culturales cuestionados por la teoría o ideología de género, pues serían hombres y mujeres plenos, capaces de amarse, desearse y cuidarse mutuamente y al mismo nivel, porque serían capaces ambos de expresar su feminidad, o sea, su eros o su sentir, así como de expresar su masculinidad, o sea, su logos o su pensar, sin ninguna restricción de género, lo cual podría equivaler al nacimiento de una nueva y mejor humanidad, en cuyo caso el cuidado que debe tenerse es que el avance cognoscitivo de la mujer no atrofie su espíritu femenino de ser y que el avance afectivo del hombre no atrofie su espíritu masculino de ser, porque entonces se echaría por tierra la esperada boda alquímica que reza que el todo está en todo y en cada una de sus partes, aunque las incontables singularidades con que se manifiesta es el bouquet de la existencia, lo cual los confunde y a las mentes menos cultivadas les hace creer equivocadamente que las cosas, los fenómenos y los significados de la realidad están separados y no interrelacionados, interconectados, interdependientes y retroalimentados los unos con los otros como en una sinfonía.

VI

De lo contrario, siempre en la línea de Jung, cuando la mujer prioriza su logos en detrimento de su feminidad, se vuelve neurótica porque se desnaturaliza, en tanto que cuando el hombre prioriza su eros en desmedro de su masculinidad, se vuelve neurótico porque se desnaturaliza. Dado que todo hombre y toda mujer posee una parte del sexo opuesto, ha de tenerse presente que, por naturaleza, el principio masculino es logos y, por naturaleza, el principio femenino es eros. La clave, entonces, estriba en que, tanto el hombre como la mujer, desarrollen equilibradamente ambas cualidades en su propio ser. ¡Ese es en la posmodernidad el mayor desafío social, psíquico, ético y cultural de la civilización y la cultura!

Con base en lo expuesto y siguiendo a Jung, a lo largo de la historia, la mujer cisgénero irrumpió en la díada hombre/mujer con el corazón en la mano, en tanto el hombre cisgénero, con el cerebro en la mano. De ahí, la relación social e histórica descompensada entre el hombre y la mujer devenida desde los tiempos neolíticos en que el logos confrontó al eros, y el patriarcado se impuso al matriarcado. En esas circunstancias, aunque el genio de la naturaleza los enlazaba bajo el señuelo de la pasión, lo cierto es que la mujer arribaba ciegamente animada por el eros (léase, sentimentalmente), y el hombre, fríamente animado por el logos (léase, cerebralmente). De esa cuenta, Jung postula que el día en que ambos lleguen a la díada hombre/mujer con el corazón y el cerebro en sus manos, ese día alcanzarán el nirvana. De lo contrario, el círculo vicioso actual seguirá complicándose, pues donde no hay ternura hay lucha de poder, o sea, choque de logos, porque la paciencia, la tolerancia, la lealtad y el altruismo son los grandes ausentes cuando no hay amor.

VII

De cara a la evolución social, psicológica, ética y cultural alcanzada por la humanidad en estos tiempos posmodernos, no es absurdo postular que la propuesta de Ngozi Adichie, de Cixous y los aportes científicos de Jung, encierran el desafío más crucial para el justo movimiento feminista, lo cual implica combinar dialécticamente lo mejor del principio masculino con lo mejor del principio femenino. Paradojas de la vida, pese a que la mujer actual es de por sí aparentemente «más libre» que la mujer de antaño, su vida afectiva es más frágil que antes cuando la mujer era «menos libre», y su vida de relación actual es irónicamente más insatisfactoria, de lo cual no se libra el hombre, como muy bien lo explica el filósofo español Javier Gomá en su artículo «Viejo amor», El País, 13/06/2012.

Agréguese la extrema cosificación en que tanto el hombre como la mujer han caído en estos tiempos posmodernos donde las leyes del mercado rigen la vida social, en cuyo caso la motivación principal es la búsqueda del placer, cual trampa que aprisiona a ambos, pues cuando se acaba el placer lo único que queda es la desilusión y el descarte, en tanto se avanza hacia otra experiencia de placer que traerá en sus talones su propia desilusión y su descarte, y así sucesivamente, hasta que las vidas de ambos se pierden en el laberinto y adicción a la droga del placer, la dopamina, y no en el aura de la felicidad, donde lo más importante es la devoción que se brindan el uno al otro. En cuyo caso, más allá del deslumbramiento hormonal, lo fundamental que se ha perdido es la simpatía y la empatía, cuales sentimientos devenidos del amor, como actitud que busca que el otro sea feliz, y de la compasión, como actitud que busca que el otro no sufra.

VIII

En esa sintonía, la escritora, traductora, filósofa e historiadora inglesa Mary Wollstonecraft (1759-1797), además pionera del feminismo en los albores de la modernidad, autora del libro Vindicación de los derechos de la mujer (1792), sostiene en su obra «que el pensamiento no tiene sexo».

Sin embargo, cabe la pregunta: ¿Acaso la desigualdad sí que tiene sexo?

Gregorio Luri, uno de los actuales grandes pensadores españoles, responde: «Yo vengo de una sociedad muy matriarcal, y creo que el poder que tenía mi madre entre las cazuelas no lo tendrá mi hija liberada. De todo esto, lo que me preocupa es una cierta fruición de la exposición de la herida, la idea de que es más noble la náusea que el apetito. Esa voluntad de presentarse en el espacio público como un herido, lo que yo llamo la “razón victimológica”, creo que carga a la sociedad de emotivismo y frena las acciones positivas. Y una parte del feminismo cae en ello».

En ese contexto, Mary Wollstonecraft, dejó la siguiente frase para la posteridad:

«Yo no deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre sí mismas». Pero si fuera hombre, acotó, estaría inconforme con el precario papel social que ha venido jugando la mujer, pues ello no le hace ningún favor al avance de la civilización y la cultura.

Conclusión:

1) No tengo una actitud contraria a la teoría de género; para nada, pero no la considero la principal contradicción que margina a la mujer. Comparto la legítima demanda del movimiento feminista en pro de la igualdad social de derechos, oportunidades y licencias entre el hombre y la mujer. Lo que me preocupa es que, por priorizarla al seno de la díada hombre/mujer y no en las causas estructurales que marginan por igual al hombre ordinario y a la mujer ordinaria, se debilite la lucha de clases, pues esta es la contradicción principal que afecta por igual a los hombres y a las mujeres de todos los estratos, y, por extensión a los LGBTIQ y al resto de diversidades sociales. ¿Qué puede obtenerse en una sociedad fragmentada como la guatemalteca en donde cada diversidad va con su bandera a cuestas de espaldas a las demás diversidades? ¿Qué hacer para que la lucha de clases y la lucha de géneros marchen juntas hasta la cima de la gloria humana?

2) De cara a la crisis de feminidad y masculinidad existentes, como a la evolución social, psíquica, ética y cultural alcanzada por la humanidad, primero, en la modernidad (1650-1950) y, segundo, en la posmodernidad (1950 en adelante), no se debe desdeñar lo biológico como si el «genio de la naturaleza» fuera cosa secundaria e inferior a la razón, dado que el «genio de la naturaleza» fue antes que nosotros, influyéndonos de tal manera que no pocas veces pensamos, deseamos y hacemos cosas que no sabemos por qué las pensamos, las deseamos y las hacemos. (Léase El amor, las mujeres y la muerte de Arthur Schopenhauer e Incógnito del neurobiólogo David Eagleman). Como ya lo expresó Aldous Huxley en su ensayo Sobre la divinidad: «No podemos disfrutar durante mucho tiempo de aquello que deseamos en tanto seres humanos, a no ser que obedezcamos las leyes del cosmos más amplio y no humano (…) del cual formamos parte integral, por mucho que, presos de nuestra orgullosa estulticia, queremos olvidar».

3) Por mi parte y desde mi atalaya masculina, hago mi propia autocrítica: El hombre no supo acomodar su poder racional al corazón de la mujer y su poder está cuestionado. ¿Por qué la mujer se empeña en no acomodar su creciente poder racional al corazón del hombre? ¿El exceso de luz también ciega?


Luis Zurita Tablada

Guatemalteco (1950), químico, político, escritor. Ha desempeñado cargos en el ejecutivo en áreas ambientales, candidato a la vicepresidencia de Guatemala, docente universitario, director del Instituto Guatemalteco de Estudios Sociales y Políticos, autor de varios libros, notas periodísticas e ideólogo de la socialdemocracia en Guatemala. Es miembro del Centro Pen Guatemala.

Sumar, siempre sumar

Correo: zuritatablada@gmail.com

Un Commentario

arturo Ponce 04/03/2019

Ni los paíces desarrollados han logrado que marchen juntas las luchas de género y clases que en mi opinión, se há degenerado, pues no se ha normado ni por asomo el concepto de poder y se ha permitido la acción de empoderamiento en ambos casos.

Esto será siempre diferente por pura cuestión biológica ó natural, mientras tanto seguirá siendo un motivo de discernimiento infinito, ó sea, sin una conclusión definida.

Lo confirma en en su punto de vista ó concepto final.

Muy bien referenciado su tema Luis, como siempre. Muchas gracias.

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