Ticos y nicas no somos iguales

Fernando Zúñiga Umaña | Política y sociedad / EN EL BLANCO

Los nicas en promedio tienen una piel más oscura que los ticos y el acento con el que hablan difiere . Pero eso no tiene la menor importancia, hay otras cosas realmente importantes que nos hacen diferentes. Una de ellas es la forma de ver el mundo. Su cosmovisión. No es lo mismo nacer y crecer en Costa Rica, que hacerlo en Nicaragua. Durante años Costa Rica ha construido un sistema social solidario, donde servicios como la salud, la educación, la vivienda y otros son más accesibles. El nicaragüense ha sido dejado más a la libre y en muchas de las zonas rurales ha sido abandonado por estos servicios, mientras tanto, ha tenido que ser testigo de enfrentamientos militares durante muchos años. Eso sin duda nos hace diferentes. Quizás mientras vivimos en cierta zona de confort, la incertidumbre, inseguridad y perspectivas de vida del nicaragüense, provoca que veamos muy diferente las cosas.

El nicaragüense ha visto en Costa Rica una alternativa de vida, esta opción se intensificó a partir de la década de los noventas. No olvido como, en esa época (mediados de los noventa), en viajes de trabajo que hice a proyectos turísticos de construcción como Papagayo en Guanacaste, al vernos llegar los nicaragüenses corrían a esconderse dentro de la vegetación, creyendo que éramos de migración. Vivían en los secos montes en pequeños grupos y se alimentaban de garrobos que «pescaban» con una cuerda, sacándolos de las madrigueras, de ahí sacaban su almuerzo y cena. Cuando a uno de ellos le daban empleo en las construcciones, ahorraban hasta completar cien dólares y se iban para su hogar en Nicaragua, dejando la chamba a otro compañero. Era un trabajo pesado, construir bajo el sol de Guanacaste. Ese trabajo no le gustaba a los ticos, de manera que la mano de obra de nicaragüenses se convirtió en un tesoro para los constructores, mas no para los trabajadores, a quienes se explotaba con salarios bajos. Ahí tenemos una importante diferencia en cuanto a la disponibilidad laboral para ciertos trabajos poco remunerados y que exigían gran esfuerzo, bajo el sol ardiente de Guanacaste.

Estas diferencias laborales, combinadas con el grado de discriminación de una parte importante de costarricenses, hacen que la identidad del nicaragüense con Costa Rica no sea la mejor. Existe un resentimiento, que se hace perceptible en tanto se conozca más de cerca al nicaragüense. Los nicaragüenses entre 20 y 40 años son los que más ingresan al país. Por las condiciones en que han vivido, en su mayoría tienen deficiencias de atención nutricional, salud en general, educación y por supuesto carencia de vivienda. Asimismo, se encuentran en una edad reproductiva. Eso hace que tengan altas necesidades de atención, junto a los hijos que van a nacer en Costa Rica o los que traen consigo. Esos costos sociales son en promedio más altos que los que tienen los costarricenses del mismo grupo etario. Por ende, le corresponde al país una mayor inversión social, con el costo de oportunidad que ello implica, en el sentido de que alguien deja de recibir ese servicio, o se agotan los recursos que permiten brindarlo a todos. He ahí otra importante diferencia.

Debe analizarse social, política y económicamente lo que está sucediendo. ¿Cuántos, quiénes, cuándo y cómo deben ingresar? El ingreso indiscriminado provocará un caos, si no es que ya ingresó la cantidad y el tipo de gente que podría generar tal caos. A muchos sectores les interesa contar con mano de obra barata y por supuesto que están interesados en el ingreso de nicaragüenses, pero un país pobre como Costa Rica, no puede darse el lujo de tener un crecimiento demográfico como el que provoca el ingreso de nicaragüenses, debe considerarse que oficialmente dicha población representa cerca de 10.0 %, y de seguir la situación actual, fácilmente se duplicara este porcentaje.

La incertidumbre que vive nuestro país, las amenazas de un paquete fiscal que en muchas de sus propuestas va a perjudicar a sectores de ingresos medios y bajos, unidas a propuestas diferentes que están afectando el empleo y el subempleo hacen más difícil la vida del costarricense, y con ello aumenta el desinterés por compartirla con sus vecinos del norte. Esta situación hace que muchos piensen que no es el momento para que sigan ingresando nicaragüenses. La Magdalena no está para tafetanes, como dice el refrán.

No a la xenofobia y al racismo. Solidaridad con el negro de la zona atlántica, repartamos la riqueza en todos los rincones del país, el Estado debe colaborar con ello. Solidaridad con el campesino, peleemos por los bajos precios que pagan por sus productos. Solidaridad con los nicaragüenses legales y los nacionalizados, para que reciban salarios justos, para que puedan resolver sus problemas de vivienda, y que no los mandemos a vivir en tugurios y los aislemos en un parque en la ciudad de San José. Pero cuidemos nuestra patria y pensemos en el futuro de nuestros hijos y nietos. No importemos gente, mejoremos las relaciones con nuestros países hermanos e importemos lo que ellos producen y exportemos lo que aquí producimos. Eso es mejor que el papel de nuestros gobiernos, de lucirse en los organismos internacionales atacando a países como Venezuela, Cuba y Nicaragua, entre otros, para complacer al imperio, y poner cara de buenos recibiendo a quienes dicen ser perseguidos políticos. La posición de nuestra prensa no disimula esa realidad.


Imagen por Fernando Zúñiga Umaña.

Fernando Zúñiga Umaña

Costarricense, estudioso de la realidad económico social y política nacional e internacional. Economista de formación básica, realizó estudios en la Universidad de Costa Rica y en la Flacso México. Durante más de 30 años laboró en la Universidad Nacional de Costa Rica. Actualmente es director del Doctorado en Ciencias de la Administración de la Universidad Estatal a Distancia de Costa Rica. Consultor privado en el campo de la investigación de mercados, estudios socio económicos.

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