-Fernando Zúñiga Umaña / EN EL BLANCO–
El terremoto de este martes es otro duro golpe a ese increíble y maravilloso pueblo mexicano. Dicen en mi país, Costa Rica, que el principal problema de México son los mexicanos que lo habitan. Es una broma generada por la rivalidad futbolística. Quienes hemos vivido en México, opinamos que eso es lo mejor que tiene ese país. Creo que el principal problema para los mexicanos son los políticos corruptos. Han dañado tanto a un país que todo lo tiene, variedad de clima, recursos humanos, petróleo, variedad de minerales y mucho más, pero los políticos no lo han dejado desarrollarse. Solo lo han dejado crecer para apropiarse de esa riqueza. Corruptos desde sus entrañas, capaces de todo para apoderarse de lo que el pueblo genera; capaces de asesinar a un candidato presidencial ante las cámaras, por encima de sus guaruras, como llaman a los guardias de seguridad en ese país, y capaces de hacer desaparecer aterradoramente a estudiantes que protestan contra el sistema.
Hace treinta y dos años yo estudiaba en México, vivía en Plateros, al sur de la ciudad de México. Antes del terremoto del 19 de septiembre de 1985 pasé muchos problemas, hasta estuve preso porque andaba dentro de mi limitado capital, cien dólares que no sabía que eran falsos y que usé para comprar una cama y otras cosillas para el apartamento que a duras penas había conseguido. Eso me sucedió recién llegado a México, una semana detrás de las rejas. Suenan los candados, late el corazón.
Salí librado, era muy obvio que alguien que paga con dólares falsos no iba a dejar la dirección para que le llevaran lo que compró. Ya libre, me incorporé a la Maestría en Flacso, allí hice grandes amigos de toda América Latina, en una Universidad donde aprendí sobre la vida, la amistad, la solidaridad y, por supuesto, también sobre ciencias sociales. Aprendí lo que en realidad era investigar. Desde que llegué a México mi vida cambió, día a día, en cada momento experimenté nuevas sensaciones. De mi bella aldea que es Costa Rica, pasé a ese mundo mágico.
Un jueves, 19 de septiembre de 1985, se derrumbó el mundo mágico. Cimbraron sus bases y se derrumbaron casas, edificios, puentes y quedaron enterradas miles de personas. Eran las siete de la mañana, me preparaba para ir a la Universidad y dejar a mis hijos en la escuela. Vivía en el apartamento número treinta y tres en Plateros, un edificio de ladrillos rojizos como de cinco pisos. Me abracé con la familia cuando parecía que todo se iba a derrumbar, esos segundos se hicieron eternos. Al rato, el silencio. Salí a dejar a mi hija, que en esos días tenía cerca de doce años, en el camino me di cuenta de lo que en realidad había pasado. Dicen que un poco más de tres mil muertos, ¡jamás! Cinco, seis, siete veces más que eso, bastaba recorrer las calles fantasmagóricas de la ciudad para darse cuenta de que esa cifra era ridícula.
Junto a algunos compañeros de Flacso hicimos trabajo de encuesta entre damnificados, el olor a muerte era insoportable. No olvido Plaza Garibaldi, donde los mariachis habían construido un edificio de apartamentos para vivir ellos mismos, era color rosa mexicano, todo se derrumbó, ahí yacían los músicos, rodeados de guitarras, violines y bandolones. Su música se había callado. A esa hora dormían, después de una noche y madrugada de trabajo en la Plaza. Tengo miles de imágenes grabadas, como a Plácido Domingo trabajando sin parar para encontrar el cadáver de su hermana, enterrado entre toneladas de acero y cemento; al tonto periodista que le preguntó si no temía perder la voz por el frío de esas noches y madrugadas de trabajo, y a él respondiéndole que eso era lo que menos le podría interesar en ese momento. Recuerdo a la mujer enterrada con su esposo, como bajaban una cámara y se veían sus rostros, como le mandaban algodón mojado pegado a la cámara para que calmaran su sed, y como la mujer, antes de satisfacer su sed, pasaba el algodón mojado a su agonizante compañero. Las imágenes de los bebes vivos mamando del pecho de sus madres muertas. Vivos porque tuvieron alimento, porque a diferencia de nosotros, no tenían ansiedad, ni miedo a la muerte. Recuerdo como cayó el Hotel Ritz, quedó como un pastel, coronado con el enorme rótulo que antes lucía en las alturas y como una pareja de extranjeros salió a caminar temprano, dejando dormidos plácidamente a sus hijos en el Hotel. Verlos llegar a contemplar esa enorme tumba en que quedaron sepultados. Recuerdo a un viejo avaro diciendo a los trabajadores que su hijo estaba bajo los escombros de su casa, mintiendo para que desenterraran la caja fuerte donde tenía su dinero. Cientos de cosas que pasaban momento a momento.
Fue terrible. Después del 19 de septiembre de 1985 cambié. Además, no es fácil lo que podría llamarse el período posterremoto. Las sensaciones de temblor, el recuerdo de los sonidos. Recuerdo esas madrugadas de estudio, cuando todos duermen y la casa se sacude, eran pequeños temblores. Eso fue hasta diciembre de ese año. Salir a la calle y ver a la gente caminando como sonámbulos, aferrados a los recuerdos y sin posibilidad de escaparse de esa gigantesca cárcel en que se encontraban presos. No es fácil liberarse de esos recuerdos. También los he vivido en mi país.
Hoy, después de 32 años, México vuelve a sacudirse. Precisamente mi hija, a quien abracé hace 32 años durante el terremoto, vive en el D. F. Sentí el mismo miedo desde mi país, la imaginé perdida en esa enorme ciudad. Y precisamente andaba por las calles, trayendo a sus hijos del colegio a la casa, solos en la urbe. Ella con los recuerdos del terremoto perfecto del año ochenta y cinco. La misma fecha, 19 de septiembre. La niña, ahora una señora, sintiendo los mismos miedos, las mismas o quizás peores sensaciones, y yo tan lejos sin poder abrazarla.
También me acordé de mis amigos mexicanos. A los que he llamado están bien. A Juan José, ciego y perdido, el terremoto lo tomó de sorpresa en la Universidad. Javier, cuando lo llamé, estaba juntando las montañas de libros que se cayeron con todo y libreros en su sala. Su esposa me dijo que tenía una alfombra de libros en la casa. Siempre fue un acumulador de libros y también, en esa época, de discos de acetato. Víctor salió librado allá en Puebla. Martita sigue vivita y coleando. Todos sobrevivientes de dos terremotos de los cuales, por supuesto, no han salido ilesos, las heridas de sobrevivir a un terremoto quedan muy dentro de eso que llaman alma.
Imagen; Ruinas por Fernando Zúñiga.
Fernando Zúñiga Umaña

Estudioso de la realidad económica. social y política nacional e internacional. Economista de formación básica, realizó estudios en la Universidad de Costa Rica, estudió Ciencias Sociales en FLACSO México. Durante más de 30 años laboró en la Universidad Nacional de Costa Rica. Economista, máster en Ciencias Sociales y doctor en Ciencias Económicas y Empresariales. Actualmente es director del Doctorado en Ciencias de la Administración de la Universidad Estatal a Distancia de Costa Rica. Además, labora como consultor privado en el campo de la investigación de mercados, estudios socioeconómicos e imparte cursos de macroeconomía e investigación.
9 Commentarios
Fernando, excelente narrativa de esa experiencia compartida en Flacso y los efectos del temblor en la CdMx. Gracias por compartirlo.
Fernando amigo: tu humanidad respira en tu relato, tan personal y social a la vez…descrito con pluma y pincel.
Comparto sentimientos porque estuve en México DF hasta unos pocos días antes del terremoto;mi familia quedó en Coyoacán, regresé en cuanto el aeropuerto estuvo disponible.
Los dioses del Anáhuac postrados en un paisaje crispado por la muerte;fue la primera percepción, mas pasado el estupor encontré como tú ,algo mucho más poderoso que los retortijones de la tierra:
la esperanza constuyéndose a si misma :la grandeza de una nación milenaria que se reencuentra y fortalece a golpe de terremotos, huracanes, sequías, trumpazos…
Un abrazo grande ,como
lo pide la Historia .
Hola Dr. Zúñiga. Qué de nuestro ser, sin nuestra memoria histórica. Vívida, vibrante; exultativa. Cuántas vidas. Cuánto dolor. Cuánta agonía. Pero sobre todo. Cuánta solidaridad. Allende los egos participantes en el rescate, estoy que el corazón de México hoy es un solo. Gracias por tan valiosas memorias. Martín.
Cuántos sentimientos, cuántos recuerdos en ese relato. Escrito desde lo más profundo del alma. Gracias por compartir profe.
Hola Fernando. Recuerdos maravillosos que evoca. Fui vecino de Platero y suyo. Un abrazo.
Sentido texto que emana solidaridad combinada con certero análisis.
Dr. Zúñiga, fui vecina suya en Plateros, gracias por tan bellas y ciertas palabras sobre mi tan amado país. Le envió un fuerte abrazo, igual que a toda su bella familia, de la que tengo unos de los más queridos recuerdos de juventud.
Gracias Patty. Eras amiga de mi hija? Saludos y un abrazo. Hace un tiempo que fui a Mexico fui a recorrer Plateros y San Angel. Nunca los olvido.
Querido Dr. Fernando:
Soy Leticia, amiga de Florita, vecina de ustedes, en ese entonces, del dpto. 1, hermana de Elvia.
Me ha hecho llorar con su relato, imágenes y sentimientos se han apoderado de mí! ¿Cómo olvidar esos días de dolor en mi México? Y las noches posteriores que mi hermana y yo nos quedábamos en su casa platicando con Florita nuestros sentimientos, unas niñas que sin saberlo, hacían terapia de apoyo, y ustedes que con tanto cariño nos acogían.
Jamás los olvidaré, porque como me dijo hoy su hija, mi querida amiga, hizo lazos entre nosotras que jamás se romperán.
Hermosas sus palabras.
¡Los llevo siempre en mi corazón!
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