Tenerla grande no es tan importante

Ju Fagundes | Cóncavo/convexo / SIN SOSTÉN

Nuestro cuerpo vibra cuando el pene, erguido y entusiasmado, va profundizándose acompasadamente dentro de nuestro cuerpo. Es un momento de entrega, anuncio del placer completo. Es el instante del consentimiento a disfrutar juntos eso que, de tan universal y público, es tan íntimo y particular. Es la suma de segundos en los que abrimos piernas y alma para el placer y el gozo, compartido, mutuo. Entra sin saludar, pero para ser placentero tiene que hacerse con cuidado, suave y amablemente. Por eso, no importan sus medidas, tiene que entrar acariciando, estimulando la succión que desde esa boca inferior somos capaces de hacer, también con sigilo, pero con deseo.

El empuje para acceder a esa zona de placer resulta siempre fuerte, pero no por ello agresivo. Ese es el secreto de la continuación placentera de un encuentro. Porque si es brutal, violento, molesto, recuperar la concentración en el placer y el deseo puede ser imposible.

Juntos decidimos cuándo y cómo paramos los preámbulos estimuladores para ascender a ese otro nivel de la sexualidad y el deseo, pues no puede ser de inmediato, sin estimulación visual, mucho menos sin caricias previas. Vestirlo con el condón, retirar labios y bocas de esas partes que, ansiosas, se desesperan por entrar y recibir es también un acuerdo tácito, producido casi siempre con gestos, sin mediar palabras. Humedecidos, aproximamos vientres cuando lo hacemos de manera tradicional, o nos disponemos en la posición más adecuada para permitir ese ingreso triunfal a nuestra cavidad que es santuario y templo, dicen unos, recóndito agujero donde se unifican todas las sensaciones, deseos y expectativas, diríamos otras.

Fotografía tomada de Favim.

La penetración es el principio de un acto de placer, del encuentro de dos deseos para transformarse en uno solo. No puede ser una invasión, mucho menos un ataque inesperado. No es posesión ni entrega, es llegada y aceptación, porque el placer de entrar solo es completo cuando también se da el placer de recibir.

Nuestras sociedades, falocéntricas y masculinizadas, han dejado de lado esta cuestión de la dualidad en el placer sexual, habiendo llegado a negarle a la mujer la posibilidad de disfrutar plena y conscientemente ese encuentro. Se adiestra al hombre a entrar, sin considerar si lo hace a la fuerza o con aceptación. A agitarse sin considerar los ritmos, tiempos y deseos de quien en la práctica es la que lo posee, porque lo tiene dentro, porque lo hace suyo.

Por eso mismo, las dimensiones del músculo sexual masculino son lo de menos. Puede ser largo y grueso, delgado y corto, que el placer propio y ajeno no está en la profundidad a la que llegue, mucho menos en la presión violenta que pueda ejercer para entrar. Las sensaciones femeninas están al inicio de nuestra vagina, por lo que, luego de unos centímetros, la sensación será la misma. El placer está en el ritmo de las embestidas, lentas o rápidas, a profundidad o en la boca sexual expectante. La satisfacción no está en que el miembro llegue hasta lo más interno de nuestro cuerpo, está en el roce al ingreso, que resultan caricias celestiales si son hechas adecuadamente.

Fotografía tomada de Para ser bella.

El sexo, al final de cuentas, no es cuestión de tamaños, largos o grosores. Es cuestión de ritmos, de caricias y estímulos en ese ir y venir, en ese atrapar y soltar. Podemos apretar y succionar con intenso fervor uno grande o uno chico, pues el placer estará dado por nuestra disposición a sentirlo, por la sincronización que entre los deseos y ansiedades se produzcan. Por eso exigimos que los tiempos del placer sean los nuestros y no los del desesperado órgano que se concentra en producir y rápidamente expulsar su fluido. Porque nuestro placer es concentrado, mentalmente preparado, genuinamente inteligente, en esa mezcla deliciosa y delicada entre fantasías, movimientos, apertura a las caricias y placer.


Fotografía principal tomada de Los 40.

Ju Fagundes

Estudiante universitaria, con carreras sin concluir. Aprendiz permanente. Viajera curiosa. Dueña de mi vida y mi cuerpo. Amante del sol, la playa, el cine y la poesía.

Sin sostén

0 Commentarios

Dejar un comentario