Teluria cultural IV

Carlos René García Escobar | Literatura/cultura / TELURIA CULTURAL

Los años 80 comenzaron bajo la terrible represión de Romeo Lucas García al mando de un monstruoso Ejército con sus contingentes paramilitares (fuerzas oscuras) empecinados todos en desaparecer, a cualquier costo y con cualquier método y medio, lo que denominaban insurgencia armada y civil. Tras fraudulentas elecciones presidenciales que otro militar había ganado, un golpe de Estado realizado también por militares inconformes situó en el mando a un triunvirato militar, con el objetivo de alivianar la situación de terror que vivía la sociedad y que afectaba la economía y la política de la ciudadanía acomodada y en general. Uno de los tres militares convocados para el efecto ya había ganado dichas elecciones años antes, pero ahora, atacado por la enfermedad moral del fanatismo religioso adquirido en el exilio, tomo posesión unipersonalmente del poder y se convirtió a sí mismo en jefe de Estado, inaugurando una nueva era de terror en el territorio nacional. Aunque dirigió el exterminio contra los comunistas a todos los niveles, se concentró especialmente en los grupos mayas, por interpretar que estos cobijaban en sus tierras a los guerrilleros. Si bien las fuerzas militares de la izquierda organizada perfilaban su presencia en las montañas, su política de tierra arrasada y de quitarle el agua al pez, se ensañó exterminando familias y aldeas enteras, deforestando caminos, cerros y montañas, bombardeando parajes sospechosos indiscriminadamente y reduciendo en aldeas modelo a los indígenas sin distingos de idioma, edad y sexo. En la capital fundó iglesias evangélicas y persiguió obsesivamente a los grupos de izquierda organizados clandestinamente en la ciudad hasta casi exterminarlos en los separos de la Policía Nacional y del Ejército.

En marzo de 1982 un nuevo golpe de Estado militar quiso terminar con estas ignominias arbitrarias e impuso a otro militar, su anterior ministro de la Defensa, que comienza una maquillada pacificación del país pretendiendo borrar el terror provocado por su antecesor. Para ello convoca a elecciones generales, permitiendo la participación de los civiles que se representaban por partidos políticos reprimidos por los regímenes militares anteriores. Uno de ellos las gana ampliamente en 1985 y al año siguiente se inicia la era de los presidentes civiles en la parte final del siglo XX de nuestra historia. Para esto habían muerto asesinados a mansalva la mayoría de líderes populares que valientemente se opusieron a la insania militar dictatorial, los más significativos Manuel Colom Argueta, Adolfo MIjangos López, Alberto Fuentes Mohr, Oliverio Castañeda de León y otros destacados cuya nómina sobrepasa estas páginas.

La segunda mitad de los años 80 pretendieron respirar ampliamente el ambiente de libertad en muchos aspectos, sin embargo la era del terror militar únicamente disminuyó al nivel de ciertas permitencias a la población civil. Un canal de respiro a la cultura y la academia fue crear el Ministerio de Cultura y Deportes. Aunque desde sus inicios, este dispuso emplear específicamente a los militantes del partido en el poder, en alto porcentaje ignaros de cultura, pero sí, dispuestos a fomentar los deportes y esquilmar las arcas nacionales en su beneficio. La comunidad internacional vio con buenos ojos estas aperturas de la nueva era y se dispuso a resarcir con ayudas económicas a una nación desolada por la guerra y el exterminio social en su población más sensible. El nuevo presidente, antes reprimido con todo y su partido, y ahora en el poder casi absoluto, se descontroló ante el poder militar aún vigente tras bambalinas, desvaneció instituciones que habían sido baluartes de la historia cultural del país y sus bases de la cultura tangible, museos, bibliotecas y centros de documentación, pretendiendo inaugurar una nueva era ¿«moderna»? y aprovechando las mieles del poder para enriquecerse en menoscabo de la población civil que siempre dijo que representaba. Los militares lo dejaron hacer para que no se les opusiera. Ya no había caso. Hasta le permitieron comenzar la era de los diálogos por la paz fundando el famoso Trifinio en Esquipulas, instancia que le birló el presidente Arias de Costa Rica para ser este el Premio Nobel de la Paz. Es claro, buen contingente de exiliados académicos guatemaltecos vivían en ese país, tanto como de otras naciones involucradas en procesos armados revolucionarios, centroamericanos y sudamericanos.

Gran cantidad de procesos de desarrollo económico, industrial y político se estancó en los años setenta y ochenta debido al conflicto interno, por lo que esas décadas fueron reconocidas por los economistas del capital internacional como las décadas perdidas. Increíblemente, los procesos artísticos y las obras de nuestros artistas siempre estuvieron a la altura de los procesos internacionales y han sido lo único que le ha dado lustre al país.

Para estos años ya la educación había cambiado totalmente en desmedro de la conciencia social y cultural de la niñez y la adolescencia. Los procesos de enseñanza terminaron por posicionarse de la mano con la educación y cultura estadounidense, desde el punto de vista de la inmediatez del conocimiento, provocada por las nuevas tecnologías electrónicas y la filosofía de que el tiempo es dinero y que la tenencia de este debe conseguirse y premiarse como primera prioridad en la vida, antes que las virtudes de la honradez, la honestidad, el esfuerzo, la constancia y la reflexión social.

La tenebrosa y muchas veces fatal represión que sufrieron los sindicatos y el magisterio nacional organizado, terminó por transformarles la conciencia política a sus nuevas generaciones y su lucha se desmedró, siendo cooptadas por los empresarios quienes, para el efecto, ya habían influido en las autoridades ministeriales para reformar el Código de Trabajo y los programas del sistema educativo nacional en su beneficio, debilitando así, las funciones públicas del Estado y su Gobierno.

El conflicto dejó de ser armado para convertirse en una fantochada que debilitó las protestas y las resistencias. Prácticamente se inició una transición entre las certezas y convicciones del pasado reciente y las dudas y ausencias sensibles de los líderes del intelecto científico y social. La Universidad de San Carlos se quedó sin la mayoría de sus catedráticos eficientes. Los mejores ciudadanos andaban en el exilio, los otros estaban desaparecidos o en los cementerios. El país se quedó sin sus mejores prospectos para gobernarlo con justicia y conciencia estadista. (El terror todavía continúa ejerciendo sus efectos en las generaciones de adultos de segunda y tercera edad). En estos años, la juventud se forma inertemente con otros derroteros diferentes, influidos por cierto magisterio sin vocación y por mafias entrenadas en vender sus alucinadores productos. Esto intensificó el consumo de toda clase de estupefacientes embrutecedores que terminaron por establecer la supremacía de la delincuencia en juventudes faltas de formación educativa familiar y escolar, necesitada de empleo y de buen trato social.

Y así, en medio de estos desastres sociales, llegamos a los años noventa…


Carlos René García Escobar

Antropólogo. Escritor. 69 años. Columnista y colaborador en distintos diarios y revistas científicas y culturales. Miembro activo del Centro PEN Guatemala, Adesca y CIAG. Coordinador revista Egresados Historia-USAC. Consultor cultural, especializado en antropología de la danza tradicional y en culturas populares. Novelista, cuentista, ensayista.

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