Marcelo Colussi | Política y sociedad / ALGUNAS PREGUNTAS…
Pocas cosas de la industria moderna se impusieron con tanta fuerza como los teléfonos celulares. Quizá el automóvil tuvo similar impacto. Incluso los primeros teléfonos, un siglo atrás, no llegaron a gozar del prestigio de los teléfonos móviles.
Desde su aparición masiva en 1984, no dejaron nunca de ser una sensación, siempre fascinando. En este momento, bien entrado el siglo XXI, habiéndose popularizado exponencialmente, hay millones de teléfonos celulares en todo el mundo, mucho más que equipos fijos. Su uso crece día a día, y las tareas que permiten son cada más variadas, casi infinitas.
No hay dudas que estos productos llegaron para quedarse. Algo elocuente es que, distintamente a otros ingenios industriales generados por el capitalismo, si bien se ofrece en distintos precios, es un bien que llega a toda la población sin distinción: ricos y pobres, jóvenes y adultos, varones y mujeres, población urbana y rural. Pocas cosas hay tan masivas como estos aparatos. Sin temor a exagerar, podría decir que es el ícono del consumismo de los últimos años del pasado siglo y de los primeros del presente.
Si bien hace unos pocos años lo novedoso de estos aparatos inalámbricos era poder comunicarse con la libertad que no podía conferir una línea fija, en el 2001 su tecnología dio un giro profundo, comenzándose a fabricar los primeros celulares a color. Se abandonaron los modelos monocromáticos remplazándoselos por los que poseían una pantalla LCD a colores (al principio de 256 colores llegando luego a los 262 000, luego a 16 000 000 y aumentándose continuamente), lo cual impactó fuertemente en los usuarios, haciendo que –mercadeo mediante– muchas personas no dudaran en adquirir uno sin importar el precio. El hecho de que los nuevos celulares fueran a color abría un mundo de posibilidades para adaptarles nuevas funciones, como una cámara. Este momento es muy reconocido en la historia de este aparato, ya que junto a la aparición de los celulares a color vino el de los mensajes de texto. Era posible enviarlos usando el teléfono celular, en el cual, con el teclado numérico, se podía escribirlos ahorrándose mucho dinero. Pero además –y esto no es poca cosa–, la fascinación de lo visual comenzó a jugar un papel decisivo cada vez más difundido.
No es ninguna novedad que la imagen tiene un poderosísimo atractivo fascinante en todo el reino animal; una larga tradición de psicología de la percepción y de rigurosas investigaciones en etología lo confirma: así como los insectos caen en la luz que los subyuga, los humanos también sucumbimos a los destellos luminosos. Los «espejitos de colores» con los que los conquistadores europeos fascinaron a los pueblos amerindios lo confirman; de hecho, la misma expresión «espejitos de colores» pasó a ser sinónimo de engaño, de venta de irrealidades, de artimañas. ¿Y qué es la fascinación sino un dejarse llevar por una fantasía, por algo de algún modo ficticio? La imagen va de la mano de un cierto nivel de ilusión/artimaña: es la seducción personificada. La moderna cultura de las pantallas vendedoras de sueños (cine, televisión, internet, videojuegos) lo muestra de modo contundente. En esa perspectiva se encaja el crecimiento exponencial de los teléfonos celulares de última generación, donde pareciera que lo más importante no es ya la comunicación oral sino lo que muestra la pantalla; se pasa infinitamente más tiempo mirando la pantalla que hablando.
Hoy día, luego de numerosos estudios serios, es sabido que la tecnología celular, dada la enorme cantidad de campos electromagnéticos que genera, es dañina para la salud humana: es cancerígena, pues estimula el desarrollo de tumores cerebrales, además de aumentar la presión sanguínea, provocar estrés y pérdida de memoria. Como, asimismo, hablando de otro tipo de «cáncer», son las empresas de telefonía móvil, unas de las más desleales en su trato con los clientes. Por medio de las más sutiles artimañas publicitarias, buscan que el usuario consuma infinitamente, promocionando un uso casi irracional del equipo. Y pese a estos dos enormes problemas probados y comunes –atentado a la salud y al bolsillo–, nadie hoy día osaría criticar el «avance» de esta nueva deidad. Por el contrario, como deidad que es, se la venera.
La solución a todo obviamente no consiste en no usar más el teléfono celular. Esa no es solución; es, en todo caso, reacción visceral, principismo de dudoso impacto real. Bienvenida esta tecnología, que sin dudas abre nuevas perspectivas en el campo de las comunicaciones. Pero no podemos dejar de abrir una lectura crítica sobre todo este complejo fenómeno: la llegada de estos ingenios no mejora sustantivamente la comunicación humana. Hasta se podría decir que abre interrogantes al respecto: se elimina la comunicación cara a cara reemplazándola por un mensaje, un selfie o un emoticón. ¿Mejora la situación interhumana? Dejamos abierta la pregunta.
A través de la conexión a internet se puede tener acceso a toda la información disponible en el mundo; pero más que como medio instructivo-educativo, se le utiliza mucho más como pasatiempo de cuestionable calidad que como fuente de información. ¿Por qué caemos tan fácilmente en el campo de atracción de los «espejitos de colores»?
Fotografía principal tomada de El Confidencial.
Marcelo Colussi

Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.
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