Te soñé, y fue delicioso

Ju Fagundes | Para no extinguirnos / SIN SOSTÉN

La mente es poderosa, y el placer tiene su origen y final en ella. Desear la satisfacción erótica no es una simple cuestión biológica, es un asunto del mundo de nuestras ideas y, claro, de nuestro proceso de construcción como mujer. Por siglos se nos ha educado a no desear, a vernos y sentirnos como simples seres reproductores, pero cuestionada esa afirmación absurda, de manera abierta y aun en secreto, la búsqueda del placer se convierte en algo propio, personal, indispensable.

Ir a la cama con la mente cargada de las imágenes diarias puede ser un simple desfallecer y buscar ausentarnos de la realidad, navegar en el mundo tranquilo y plácido de nuestro inconsciente. Es allí donde, sin pretenderlo, historias incompletas tienen desenlaces diferentes, o hechos consumados toman rumbos distintos al que en la vida real tuvieron. Subimos y bajamos por las mismas veredas, o de un gradería resultamos saliendo de un elevador. Personas que apenas si sabemos sus nombres nos resultan íntimas y amigables, eventos que concluimos hace mucho tiempo resurgen como permanentemente inconclusos.

Así, en ese mundo semirreal y semiabsurdo esta noche apareciste. Con tus manos cálidas y firmes acariciabas mis glúteos que, inquietos, se esforzaban por acapararla toda, con sus dedos y uñas, que descubrí suaves y cálidos. Pero tus dedos se alejaban y, rebeldes, apenas permitían que tu palma subiera y bajara en su sección más alta y curva de mis nalgas. Pero yo deseaba tus dedos, que imagina expertos y sabios, para entrometerse delicadamente en donde su unión empieza, donde mi espalda termina. Que con dulzura, pero con avidez, fueran separándolas, para aproximarse amorosos a mis profundidades. Quería apresarlos, atraerlos hacia adentro, para que cuidadosos me acariciaran con pasión. Pero no existían.

De espaldas a tu cuerpo, en ese sueño que poco a poco me humedecía, veía tus manos abiertas posarse firmes sobre ellas, sin poder descubrir, mucho menos atraer, esos dedos que tanto deseo me producían. Presionar todo mi cuerpo en tus manos para encontrarlos resultaba inútil, mientras el deseo aumentaba y, ansiosa, apretaba la mano contra mi sexo para multiplicar el placer.

Descubrí entonces que trozos de tejido se entrometían entre tus manos y mis nalgas, un bikini color fucsia encendido que, enredado en sí mismo, se convertía en hilo dental, presionaba mi sexo hasta abrirlo y acariciarlo. Nunca he tenido uno de ese color ni con ese encaje, pero ahora era muy mío, parte misma de mi deseo y mi placer, se enredaba en mi cuerpo, presionado por tu mano, que se transformó en tu boca.

No era ya tu mano la que recorría ávida y segura mis glúteos, era tu boca, húmeda, la que acariciaba mi espalda, recorriendo inquieta y lujuriosa el final de mi espalda, haciéndome vibrar de emoción. Manos y brazos habían desaparecido, pero no así la presión que intensa y excitante continuaba sintiendo y deseando.

Eras dos en uno, convertido en ese ser producto de mi deseo y ansiedad. Tus caricias se multiplicaban, boca, brazos y manos me acariciaban a su propio ritmo, con diferente estilo. No podía concentrarme en una sola caricia, eran varias a la vez y todas lujuriosas, intensas, provocadoras. Desde mi otro ser te veía íntimamente pegado a mi cuerpo, y descubría tu excitación y deseo, pero incapaz de aproximarlo a mi cuerpo.

Sabía de tu desesperación, de tu angustia por llegar al clímax en el momento justo, cuando mi cuerpo se contrajera violentamente para dejarme palpitaciones profundas que hacían evidente mi orgasmo. Pero no lo conseguías, como tampoco yo podía mover el cuerpo para prodigarme el placer que tanto ansiaba.

Ondas de intenso calor recorrían mi cuerpo, necesitaba cambiar de posición para, teniéndote de frente, apropiarme de tu sexo que sabía dispuesto a satisfacerme. Pero los músculos no obedecían, era imposible cambiar de posición y, a pesar de los esfuerzos, no conseguíamos que la diminuta prenda dejara de interponerse entre tu mano y mi cuerpo, y que, anudada en mi mano, hiciera la suficiente presión para satisfacerme.

El mundo daba vueltas, el aire fresco acariciaba mi cara, pero sentía tu piel sudorosa en la espalda. Había perdido tus manos, y tu boca había dejado de acariciarme. Estabas pegado a mí, pero sin aliento, sin que tus brazos consiguieran abrazarme.

Un ruido suave, pero directo y claro me devolvió la conciencia. Decidí recuperar paso a paso los sucesos que mi mente había producido y, alejada de las sábanas, retiré el blanco calzón tradicional que se me había enredado en el cuerpo. Recuperé tus dedos, tus manos, tu boca y, aún húmeda y con deseos, decidí liberarme de ropa para concluir, tranquila y pausadamente, el proceso de satisfacción erótica con mis propias manos.


Imagen principal por Anatoly Piatkevich, tomada de Pinterest.

Ju Fagundes

Estudiante universitaria, con carreras sin concluir. Aprendiz permanente. Viajera curiosa. Dueña de mi vida y mi cuerpo. Amante del sol, la playa, el cine y la poesía.

Sin sostén

Correo: ju90pererecaquente@yahoo.com

Un Commentario

Edgar Castro 02/09/2020

«Ir a la cama con la mente cargada de las imágenes diarias puede ser un simple desfallecer y buscar ausentarnos de la realidad, navegar en el mundo tranquilo y plácido de nuestro inconsciente. Es allí donde, sin pretenderlo, historias incompletas tienen desenlaces diferentes, o hechos consumados toman rumbos distintos al que en la vida real tuvieron» eso lo pienso todas las noches. gracias

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