Las mujeres somos seres construidos física y mentalmente para el placer erótico. El nuestro, el que cuando se encuentra alguien a la altura de las expectativas podemos compartir.
Por esa misma condición, posiblemente, desde tiempos inmemoriales se nos ha confundido como objeto de placer para el otro, quien presumiendo de su fuerza y control de los espacios familiares, construyó explicaciones absurdas sobre nuestra debilidad y el poder destructivo de nuestra sensibilidad y sexualidad. Desde su pequeñez sensitiva y sexual los hombres fueron desarrollando discursos que sancionaban nuestra capacidad innata de disfrutar del erotismo en todas sus formas y maneras.
Bestializado, el hombre no ha podido explicarse por qué el erotismo es mayor en la mujer que en el hombre y, simplificando las cosas, ha querido reducir nuestra sexualidad a la función reproductiva. Han sido siglos en los que la mayoría de las mujeres se han creído esas patrañas, y aún ahora existe un grueso número de mujeres que, castradas en su sensibilidad por la educación recibida, se niegan a aceptar que en cada pliegue de su piel, en cada movimiento de su cuerpo, hay posibilidades infinitas de placer.
Cierto es que, cuando compartimos esa sensibilidad, un toque, una caricia, una mirada, un suspiro o un quejido pueden despertarnos las más hermosas de las sensaciones sexuales, pero son las nuestras, intransmisibles, muchas veces inexplicables. Somos al final de cuentas sexo, pero entiéndase, para nosotras. Algunas veces con ayuda, otras muchas sin ella.
Si en una mañana de sol disponemos bañarnos de su luz y calor, es solo cuestión de pensar en nuestro placer para excitarnos. Una pequeña ráfaga de viento puede transportar ese calor del cuello a los puntos donde los más deliciosos deseos cobran realidad. Porque el placer del cuerpo no es como el del gusto, el olfato o el oído, ubicados en una parte de nuestro cuerpo y reducidos a una sensación en particular. Pero a diferencia del varón, a nosotras un perfume, que puede ser de uso masculino o femenino, respirado con delicado interés puede producirnos sensaciones eróticas incalculadas. Lo mismo puede decirse de un susurro, que no necesariamente debe ser masculino o humano, puede ser el del viento, el del agua, el cual, percibido con disposición lujuriosa, puede darnos toques de placer insospechados.
La trampa del placer erótico es que lo imaginamos, machistamente, como el orgasmo simple y llano. El hombre sí no tiene más placer erótico que su propia eyaculación, todo lo demás es preámbulo y se frustra al no conseguirlo. Nosotras tenemos, digamos, preámbulos mucho más prolongados y deliciosos en sí mismos. Es por ello que una mirada lasciva, venga de donde venga, de hombre, mujer, viejo o muy joven, puede despertarnos no solo la búsqueda de placer, sino darnos placer. Es cuestión, de nuevo, que estemos dispuestas a recibirlas. No son por tanto las miradas las que nos van a excitar, seremos nosotras las que, dueñas de nuestro ser y hacer, nos disponemos a ser vistas o no. Y de nuevo, para nuestro placer, no para el placer de los otros.
Es por ello que al vestirnos de una u otra manera lo hacemos para nosotras mismas, para sabernos bien, a gusto y, en algunas ocasiones, cuando con más libertad lo hacemos, para producirnos las distintas tonalidades y variedades del placer sensual. Una falda corta o ajustada, un sostén de copa o media copa, una tanga o un biquini los usamos para propiciarnos el gusto de sentir y mirar nuestro cuerpo de una u otra manera. Que los otros u otras lo vean con agrado, con gentileza y, claro, tal vez con deseo. Pero de mirar a agredir hay grandes distancias que, lamentablemente, la nada educada sensibilidad masculina no logra diferenciar. El placer de ser vistas termina en eso, en recibir una mirada excitante. Porque, valga la insistencia, lo hacemos para nuestro placer y satisfacción, no para satisfacer eróticamente a otro.
Evidentemente somos egoístas. Nacemos, crecemos y llegamos a la muerte viviendo y disfrutando nuestros placeres, y solo cuando alguna vez se nos comprende, puede ser compartido. No hay que confundir, por lo tanto, el amor con el sexo. El primero está vinculado a todo lo exterior del cuerpo, el segundo es simplemente para nuestro cuerpo.
Acuarela Marco Beccari.
2 Commentarios
Woow! Me encantó este texto. Las primeras dos líneas lo resume todo muy bien. Y entonces, nosotras el sexo débil?!
«Las mujeres somos seres construidos física y mentalmente para el placer erótico. El nuestro, el que cuando se encuentra alguien a la altura de las expectativas podemos compartir.»
ME ENCANTÓ ESTE TEXTO. EL EROTISMO NO DEBE SER UN TEMA TABÚ. eL PLACER DELA MUJER TAMPOCO. FELICITACIONES.
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