-Francisco Cabrera Romero / CASETA DE VIGÍA–
Soy maestro. No sé mucho. Pero doy clases. Así, hasta que llegue la jubilación. En este trabajo no hay que esforzarse tanto. Tampoco pagan mayor cosa, nada más para vivir. No hay jefe que moleste. Si quiero estudio, si no, no.
Se conoce como cultura general al conjunto de conocimientos que todo individuo podría tener sobre diversos temas. Que se adquieren por diversos medios que incluyen la educación formal, la no formal y la informal. Esto es, por los medios de comunicación, conversaciones, lecturas, expresiones artísticas y muchas otras vías.
Algunos autores la consideran un resabio de la Ilustración. Otros, una costumbre burguesa de saber sobre cosas que no resuelven problemas específicos. Es decir, los que trabajan, no tienen tiempo para aprender tonterías.
De hecho, es más que común escuchar la frívola crítica de «para qué aprender los ríos y los lagos y las capitales del mundo», por parte de quienes creen que en la cabeza se almacenan los conocimientos como los bultos en las bodegas.
Pero me gustaría proponer la cultura general como ese conjunto de conocimientos que se han hecho propios y que podrían ser desdeñados por todo el mundo, menos por quienes tienen la tarea de educar a otros, o para mejor decir, la tarea de aprender con otros.
Ese «detalle» de la ignorancia, que algunos consideran resuelto gracias al Google, resulta que no. Pues cuando googlean un término, les arroja una respuesta que no comprenden.
No estaré solo si afirmo como hipótesis, a falta de estudios empíricos y específicos en nuestro medio, que nuestros maestros en servicio y aspirantes tienen una cada vez más leve cultura general. Y que esta no se recoge ni desarrolla en ninguna parte de los currículos, nuevos y no tan nuevos, de la formación docente. Como tampoco en el ciclo básico, antaño llamado «de cultura general».
De mi frecuente contacto con maestros en servicio puedo dar cuenta de un asombroso desconocimiento sobre casi todo lo que tienen que ver con su propio trabajo. Incluso aquello que está en los currículos de primaria y secundaria, parecen ser temas jamás tratados por quienes tienen que «enseñarlos». Lo que sugiere que cuando llega el día de ser enseñados algo se improvisa.
Pido a un grupo de maestros que nombre a todos los escritores que conocen. Silencio absoluto. Con timidez, alguien se atreve a decir: Miguel Ángel Asturias. No hay más. Pido que nombren los presidentes que puedan: Jimmy Morales y Donald Trump (antes Obama). Pido que nombren dos personajes internacionales en cualquier ámbito: ¡Lionel Messi y Cristiano Ronaldo! Pregunto qué libro leen actualmente: ¡la Biblia!
Lo anterior no ha pasado una vez, sino múltiples. Les ofrezco, en una hoja tamaño carta, una copia del mapamundi y les pido ubicar diez puntos referenciales. ¡Imposible! Entre 40 presentes, uno o dos aciertan tres o cuatro de los puntos.
Freire dice: «Nadie sabe todo. Nadie ignora todo». Y me parece verdad. Pero recurrentemente constato que nuestros maestros de hoy se titulan sabiendo cada vez menos sobre menos cosas. Seguramente saben otras cosas, pero no las que les permiten dirigir procesos educativos.
Eso que llamamos cultura general es muy importante para un maestro. Tiene múltiples usos como apoyo a los aprendizajes. No son conocimientos de pedagogía, ni métodos, ni constructivismo, ni dinámicas. Son los conocimientos de ámbitos diversos que les permiten darle sentido a todo el resto de aprendizajes que esperan lograr con sus estudiantes. Son también sus conocimientos previos. Actúan como una antena que capta en el ambiente todo lo que se relaciona con tópicos conocidos. A más conocimientos previos, mayor posibilidad de conectar nuevos. De relacionarlos, significarlos, apropiarlos, conservarlos y usarlos.
A menudo me parece que algunos van al aula llevando consigo un bonsái de conocimientos previos. Tristes sus alumnos que se perderán la emoción de aprender, la curiosidad científica, la posibilidad de formular hipótesis, la riqueza de relacionar lo de hoy con lo de ayer o lo del año pasado, que no sabrán lo que se siente cuando el maestro impulsa la imaginación y quedas deseando que la clase no termine. ¡No lo sabrán!
Y eso es porque hace mucho que los programas de formación docente se enfocan demasiado en el planteamiento metodológico sin comprender para qué sirve esa metodología. Les han dicho que hay que estimular la imaginación. Y lo intentan, sin fortuna. Pues bien, no les funciona la imaginación, porque hasta la imaginación necesita información, conocimientos, saber cosas. No se puede imaginar desde la nada.
Cuando se piense en serio la formación de maestros habrá que dejar un considerable espacio reservado para formar esa cultura general. De lo contrario, los experimentos seguirán siendo insatisfactorios.
Imagen principal tomada de Utopías argentinas.
Francisco Cabrera Romero

Educador y consultor. Comprometido con la educación como práctica de la libertad, los derechos humanos y los procesos transformadores. Aprendiente constante de las ideas de Paulo Freire y de la educación crítica. Me entusiasman Nietszche y Marx. No por perfectos, sino por provocadores de ideas.
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