Sor Juana, la marciana

-Luis Eduardo Rivera-

Cada vez que la leo me deja pasmado, deslumbrado, maravillado. Sus sonetos, romances, redondillas, octavas, sus cartas y poemas filosóficos, son, por encima de todo, un dechado de inteligencia, fineza de espíritu y de equilibrio estético. Probablemente otros poetas de su tiempo hayan escrito con mayor sensibilidad, pero ninguno ha escrito con tanta maestría, ni empleado el ingenio erudito con tanta gracia y ligereza. No es casual que Octavio Paz, sin duda uno de los mayores poetas del siglo XX y hombre de una inteligencia deslumbrante, le haya dedicado al final de su vida un ensayo biográfico de casi setecientas páginas, en donde el mexicano vuelca toda su admiración por la obra obra-faro de su compatriota, cuya luz ilumina como ninguna otra la literatura novohispana.

Intentando resumir la maestría poética de Sor Juana, Paz la define con los siguientes términos: «(…) gusto exquisito y seguro sentido de la proporción». Luego, añade: «Subrayo las palabras gusto y proporción porque estas dos cualidades están presentes en su obra desde el principio. Su sensibilidad fue aguda y equilibrada, inteligente y lúcida. Una finísima balanza de precisión que dio siempre el peso justo de las palabras, su sentido y las sombras del sentido».

Cada vez que tomo uno de sus escritos y me regalo con su humor barroco y la agilidad de su inteligencia, no puedo dejar de preguntarme cómo fue posible que existiera un personaje femenino semejante en la América colonial, estrecha y totalmente masculina de finales del siglo XVII.

Fue precisamente la precocidad de su genio lo que la hizo saltarse todas las reglas e interdicciones que regían la vida monótona y sumisa de las mujeres novohispanas o, si se quiere, de las mujeres de su tiempo. Gracias a ello se convirtió en la niña mimada de la corte virreinal durante su infancia y, más tarde, en la protegida de los virreyes, y sobre todo de las virreinas, una circunstancia que las feministas de hoy se apuran en interpretar como el resultado de cierta atracción lésbica que Sor Juana despertaba en sus protectoras. Y si lo vemos más de cerca, este detalle podría tomarse como un arma más del sexto sentido que la guiaba para sobrevivir en un tiempo que no le correspondía. La fineza de su espíritu la obligó buscar este tipo de apoyos para protegerse y así poder colmar su curiosidad intelectual, algo que estaba exclusivamente reservado al sexo masculino.

Es indudable que, desde muy pequeña, fue dueña de una extraordinaria capacidad de observación con respecto al contexto social e histórico dentro del que se desenvolvía, y esa virtud iba mucho más lejos que la de cualquiera de sus ilustres contemporáneos hombres. Esto la empujó a inventarse estrategias de vida que la hicieran desarrollar sus talentos sin entrar en mayores conflictos con su entorno. El hecho de haber decidido tomar los hábitos religiosos en vez de casarse con alguno de sus numerosos pretendientes, no deja de ser una prueba más de su habilidad para sacar ventaja de las pocas opciones sociales y culturales que se les presentaban a las mujeres de su época y que eran exclusivamente de orden doméstico y de figuración social: vivir por y para el marido. La universidad y la ilustración eran patrimonio exclusivo de los hombres.

Sin fortuna personal ni abolengo familiar, su único tesoro fue haber poseído genio creador e inteligencia deslumbrante. Sor Juana Inés de la Cruz es, sin la menor duda, el milagro de su época.

Luis Eduardo Rivera

Nació en ciudad Guatemala en 1949. Poeta, narrador, crítico literario, periodista cultural y traductor de poesía francesa, descubriendo para nuestra lengua autores franceses clásicos y modernos. Realizó estudios de literatura en la universidad de San Carlos de Guatemala. En los años setenta se trasladó a México a estudiar escritura creativa en la UNAM. Publicó en 1988 la novela Velador de noche/ soñador de día. En poesía ha publicado, entre otros títulos, Servicios ejemplares (1978) , Salida de emergencia (1988) y Poesía prepóstuma ( 2009). En crítica literaria Voces comunicantes (1999) y El lector ideal ( 2003). También un libro singular: Tatologías (2009) un relumbrante diálogo entre la literatura y la plástica (con ilustraciones del artista Juan Jacobo Rodríguez Padilla).

3 Commentarios

Consuelo 09/02/2018

Excelente artículo.

Eduardo Fernández 25/01/2018

Totalmente de acuerdo con usted con respecto a su concepto sobre esa «Genia», con todo respeto.
Octavio Paz ,grande entre los grandes, en «Las trampas de la fe» la define en lo posible…; usted, con su elegante y convincente prosa ayuda a aclararnos esa visión.

    Luis Eduardo Rivera 26/01/2018

    Gracias, es mi poeta favorita, no sólo por su poesía, sino por toda ella, su vida y la manera como se protegió para poder sobrevivir y sobresalir en una cultura cien por cienrto masculina, en la cual la mujer no ejercían ningún papel en el mundo intelcetual. Ella no sólo lo ejerció sino además saobresalió por encima de todos los intelectuales y hmbres de letras de su época.

Dejar un comentario