Sobre un aspecto de la violencia política en Colombia

-Camilo García Giraldo / REFLEXIONES

Este lienzo del gran pintor colombiano Alejandro Obregón, Violencia, pintado en 1962, es el cuerpo de una mujer sin una pierna y sin manos, mutilada después de haber sido asesinada; el contorno del rostro, el seno y el vientre encinto se levantan sobre el horizonte formando un conjunto montañoso. Es un lienzo que pone de relieve una práctica usual y macabra de los grupos armados liberales y conservadores que se enfrentaron sangrientamente en los años 50 del siglo pasado en los campos del país, la de descuartizar los cuerpos de las personas que asesinaban. Práctica que posteriormente aprendieron y ejercieron con la misma depravada constancia los grupos paramilitares durante los últimos 30 años en Colombia. Y que tal vez fue «inspirada» casi dos siglos atrás por las autoridades coloniales españolas que descuartizaron el cuerpo de líderes que se rebelaron contra su dominio, como Tupac Amuru en el Virreinato del Alto Perú y el comunero José Antonio Galán en el de la Nueva Granada en 1781. Lo hicieron para después exhibir en público sus miembros en diferentes localidades del territorio, para que sus habitantes no solo constataran el inmenso poder que tenían, el poder de destrozar el cuerpo muerto, el cadáver de sus enemigos, sino también para que erradicaran de su interior el posible deseo de imitarlos en el futuro llevando a cabo nuevas sublevaciones; sublevaciones que los conducirían a sufrir el mismo destino.

Pero los grupos armados conservadores y liberales de los años 50 y los paramilitares que irrumpieron en la escena de la violencia colombiana desde la década de los años 80 no se propusieron tanto. Se limitaron o «contentaron», como creyentes católicos que eran y que son, con asegurarse, descuartizando el cuerpo de sus víctimas vencidas, de que no volvieran nunca a revivir o resucitar, a regresar a la realidad terrenal de sus vidas, para vengar la muerte violenta que habían sufrido. Pues al destrozar completamente sus cuerpos creían suprimir de madera definitiva esta posibilidad que tanto temían; al realizar este acto macabro creían liberarse para siempre de este riesgo y amenaza mortal que sentían como real.

Pero los grupos paramilitares no solo mutilaron y destrozaron los cadáveres de sus víctimas, sino también el alma y la vida de sus familiares y seres queridos que les sobrevivieron. En efecto, sus vidas quedaron irremediablemente dañadas al sufrir la muerte violenta de uno o varios de sus seres más queridos; sus muertes injustas y violentas los “mataron” también, los despojaron de una parte sustancial de sus vidas. Este daño sin lugar a dudas ha suscitado en muchos de ellos el deseo poderoso de vengarse, o por lo menos, de que sufran el mismo daño que ocasionaron, que mueran de modo violento y que sus cadáveres sean también destrozados por sus asesinos. Este es un deseo e impulso primario que seguramente ninguno de ellos ha dejado de sentir y tener. Pero, por fortuna, desde hace varios años estas víctimas se han organizado en diferentes asociaciones en las que han “trabajado” en su interior sensible y espiritual, es decir, reflexionado a fondo sobre esta dura y traumática experiencia, para liberarse de ese deseo y sentimiento vengativo que en el fondo les hace también mucho daño. Las víctimas ahí reunidas han comprendido bien que cultivar y alimentar en su interior ese deseo es una manera de prolongar el dolor que sufrieron al perder a sus familiares y sus seres queridos.

Pero también han comprendido que si saben la verdad sobre esos crímenes y obtienen justicia reparadora, podrán liberarse de ese deseo y contribuir así, de modo decisivo, a romper la cadena casi ininterrumpida de la violencia política que se ha extendido a lo largo de la historia del país y que el conflicto armado entre el Estado y la hoy ya desaparecida guerrilla de las FARC parece ser su último eslabón. Contribución que, entonces, las convierte, al igual que las miles de las otras víctimas de las acciones violentas de los agentes del Estado y de los grupos guerrilleros, en uno de los mayores y más efectivos actores humanos en favor de la paz y la reconciliación entre todos los colombianos, a favor de una paz política duradera y estable que se comenzó por fin a conquistar el año pasado con la firma del trascendental acuerdo entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC.


Imagen: Violencia por Alejandro Obregón

Camilo García Giraldo

Soy escritor y filosófo colombiano residenciado en Estocolmo, Suecia, desde hace 28 años.

Reflexiones

Un Commentario

Julio César Santos 15/09/2017

Muchas gracias doctor por este excelente artículo reflexivo e infromativo en torno a lproceso y significado de la paz en Colombia.

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