Sobre las guerras sin fin

Trudy Mercadal | Política y sociedad / TRES PIES AL GATO

En la posguerra de EE. UU., a pesar de las advertencias en contra del entonces presidente D. Eisenhower, se dio en el país el enorme fenómeno llamado el military industrial complex o complejo militar industrial, que es la red de industrias productora de armas e implementos militares consideradas un poderoso complejo de incidencia nacional y de intereses ulteriores. Puesto que durante la II Guerra Mundial la participación de Estados Unidos requirió levantar esta industria, al terminar la guerra debían encontrar nuevos «proyectos» para los cuales justificar la inmensa inversión de presupuesto nacional que en ella se hacía, dando lugar a un gran abanico de conflictos bélicos menores y mayores en los que el país debía involucrarse, desde la Guerra de Corea, hasta los más recientes conflictos en Medio Oriente.

El New York Times recién publicó un largo reportaje titulado «The War Without End» por C. J. Chivers (agosto 8, 2018), en el que se narra la trayectoria de un joven puertorriqueño de bajos ingresos que se inscribe al Ejército para ir a combatir a Afganistán, en donde para matando a otros jóvenes empobrecidos que defienden su país de las fuerzas invasoras, en un círculo de violencia que no tiene mayor sentido para algunos de los combatientes, mientras que para otros, es el de defender su territorio. 37 000 soldados murieron en la Guerra de Corea, unos 60 000 en la de Vietnam, 4 500 en la de Irak y 2 300 en la de Afganistán, sin contar con los millones de heridos que nunca se recuperarán. De pequeños conflictos como la invasión de Granada o Panamá, nadie que no sea mayor de unos 40 años se recuerda ya.

A diferencia de guerras pasadas como la de Vietnam, sin embargo, estos conflictos masivos reciben relativamente poca cobertura de los medios y la población parece olvidarse de ellos. Porque ya no existe la conscripción obligatoria, los únicos que se apuntan al servicio militar son las personas en desventaja, quienes lo usan como una manera de salir de sus comunidades pobres hacia un futuro mejor.

Es importante tomar en cuenta, además, que tras la II Guerra Mundial, ninguno de estos países había atacado a los Estados Unidos. En la catástrofe del 11 de septiembre de 2001, en la cual una pequeña banda de terroristas atacó el Pentágono y las Torres Gemelas de Nueva York, no hubo un ataque directo de país alguno. Pero un ejército como el de Estados Unidos, con la inmensidad de presupuesto y recursos que se le dedican, tiene que justificar de alguna manera su existencia y el gasto.

¿Cómo hacerlo? Pues tiene que encontrar enemigos, ya sea internos (por ejemplo, los «subversivos») o externos (a falta de un país enemigo, «terroristas»). A diferencia de Guatemala, sin embargo, el Ejército de Estados Unidos tiene prohibido actuar dentro de sus mismas fronteras, para evitar que jamás un soldado estadounidense ataque a un ciudadano de su país. No queda otra, entonces, que buscarlos fuera, sea o no sea justificada la acción. Para eso sirven los políticos, para justificar las acciones bélicas ante el Congreso y el Senado. En eso, no se diferencian de Guatemala, en donde se le han estado otorgando enormes incrementos presupuestarios al Ejército de Guatemala, que pronto los tendrá que justificar de alguna manera, ya sea inventando «enemigos internos» o algún enemigo externo. Me atrevo a decir que inventarse enemigos internos es más fácil y menos escabroso.

Últimadamente, en Guatemala estamos acostumbrados a atacarnos entre nosotros mismos a la más mínima provocación y, al igual que los soldados resaltados por Chivers en su investigación arriba mencionada, no es necesario una comprensión histórica para matar o apoyar la muerte de nuestros semejantes. Tampoco se necesita un Gobierno capaz, pues como muestra ampliamente la historia, pocos expertos de la Casa Blanca y el Pentágono tenían una noción clara de las fuerzas geopolíticas de la Guerra de Vietnam en la que gastaron tantas vidas y millones. Y de los que sí tenían una noción clara, pocos se atrevían a decir en voz alta lo obvio: que esa guerra no se podía ganar. Igualmente han sido fracasos las guerras de Irak y Afganistán, sin que nadie se atreva a decir que ya es hora de cerrar el chorro, tal es el poder del Complejo Industrial Militar. Si es así en un país en donde los políticos tienen una mejor formación educativa y cívica ¿cómo más iba a ser en Guatemala?

Así como no existe razón justificable por la cual continuar con estas guerras internacionales, no hay razón por la cual mantener con tantos recursos un ejército en países pequeños como Guatemala, con las inmensas asignaciones presupuestarias que esto implica, especialmente cuando, además, no se le fiscaliza ni un centavo y recientemente se han arrestado como una docena de oficiales de alto rango por diferentes tipos de crímenes, todos los cuales incluyen malversación de fondos o recursos. Es absurdo hasta lo indecible. Lo que el país necesita es salud, educación y capacitación, y menos discurso nacionalista vacío de políticos incapaces. Ya es hora de que los ciudadanos reevalúen las prioridades del país y exijan sin cesar de sus políticos verdadera transparencia y civismo.


Fotografía principal tomada de Pixabay.

Trudy Mercadal

Investigadora, traductora, escritora y catedrática. Padezco de una curiosidad insaciable. Tras una larga trayectoria de estudios y enseñanza en el extranjero, hice nido en Guatemala. Me gusta la solitud y mi vocación real es leer, los quesos y mi huerta urbana.

Tres pies al gato

2 Commentarios

Olga Villalta 02/10/2018

Efectivamente la industria militar ha sido un factor determinante para levantar o mantener la economía norteamericana. Excelente artículo.

    Trudy Mercadal 29/10/2018

    Muchas gracias por leerme, Olga!

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