Marcelo Colussi | Política y sociedad / ALGUNAS PREGUNTAS…
La violencia no es un «cuerpo extraño», es algo común, presente siempre en la cotidianeidad. Más allá de la declaración de no violencia, la experiencia enseña que está instalada en las relaciones humanas.
Para entender exactamente qué significa, hay que articularla con otros dos conceptos: conflicto y poder. El conflicto es el motor de lo humano. El mundo no es quietud y tranquilidad sino perpetuo movimiento. Las relaciones humanas son movimiento, choque entre disparidades. La constatación del mundo nos enseña que hay diferencias: hombres y mujeres, viejos y jóvenes, ricos y pobres, poderosos y desposeídos. Eso no es natural, biológico, ni es un mandato divino: es producto de la forma en que los humanos nos humanizamos.
Lo humano no se explica por un instinto animal: es producto histórico de un complejo proceso social. Nadie nace naturalmente violento. La violencia no se explica por la biología; es un fenómeno multicausal donde la dimensión sociohistórica prevalece ante la genética. El conflicto y las relaciones de poder son lo que verdaderamente mueve nuestro mundo humano. Podemos declarar amor entre todos los seres humanos, pero la realidad es otra: choques, enfrentamientos, guerras. Eso no es instintivo, sino producto de la forma en que nos «hacemos seres humanos». Hoy día estamos formados en la matriz de la propiedad privada y el ejercicio del poder de unos sobre otros (ricos sobre pobres, varones sobre mujeres, ladinos sobre indígenas, viejos sobre jóvenes). Si es un producto histórico, puede cambiar.
Entendiendo lo anterior, podemos concluir que la violencia es una forma que asume esa compleja dialéctica de lo humano, donde conflicto y poder son parte vital de nuestras relaciones. Por tanto, hay que desechar la idea de la violencia 1) como algo innato, y 2) como una enfermedad. Todos, sin saberlo quizá, ejercemos violencia.
Ella no es solo golpe físico. Esa es la visión estereotipada, tradicional, pero presenta numerosas formas. También lo son el machismo, el racismo, el adultocentrismo, cualquier forma de autoritarismo, la impunidad, el desprecio del otro diferente. En otros términos: violencia es la manifestación de una asimetría basada en una diferencia injustificable, expresión de las injusticias en juego en las relaciones humanas. Por ello hay que desconectar la asimilación de violencia con delincuencia. Violencia no es solo delincuencia. Ese es el repetido discurso de los medios de comunicación que tienen una agenda interesada; pero así se excluyen otras formas, tanto o más dañinas que la delincuencia. Habría que ampliar esa visión y preguntarse: ¿por qué hay delincuencia? Eso no lo explica ningún instinto innato: es una problemática social.
En síntesis, entender la violencia implica considerar muchos factores: sociales, psicológicos, históricos, culturales.
No hay que identificar violencia con pobreza. La forma extrema de la violencia, la guerra, no la declaran los pobres; ellos, en todo caso, son los que ponen el cuerpo, pero la manejan (aprovechándola) los poderosos, que no son pobres precisamente. La violencia está en todos lados, no solo en la pobreza.
Nuestro país tiene una larga historia de violencia. Eso no nace en estos últimos años, cuando aparece nuestro actual nuevo demonio: «la delincuencia que nos tiene de rodillas», las «maras». La violencia es connatural a nuestra historia, con tremendos ejercicios de poder y asimetrías sociales que marcan los siglos. El racismo y el machismo, la exclusión de grandes mayorías, el desprecio por la vida tienen toda una historia: esa historia está presente hoy día en cada acto de violencia. El marero que hoy aparece como «el malo de la película» no se explica por ningún instinto maligno: es una expresión social de esa historia de violencias.
En nuestro país muere más gente de hambre que por hechos criminales. ¿Eso no es una forma de violencia?
Abordar una reflexión seria sobre la seguridad ciudadana y las distintas formas de violencia debe hacernos reflexionar sobre todo lo anterior.
¿Cómo enfrentar la violencia? Con más violencia: no. La experiencia lo muestra: la violencia engendra más violencia. Oponer el amor a la violencia, más allá de buenas intenciones, no sirve. En nombre del amor (lo que han hecho algunas religiones, por ejemplo) se pueden cometer los peores hechos de violencia. Nadie está obligado a amar a otro, pero sí a respetarlo. La única barrera que se le puede oponer a la violencia es el imperio de la ley. En otros términos: fijar normas sociales que regulen la vida.
La ley es lo que nos aleja del caos, de la violencia. Respetar normas sociales nos permite vivir en una sociedad. Las leyes no siempre son justas (la propiedad privada es ley; ¿es justa?), pero no se puede vivir sin leyes, sin normativas que nos ordenan la vida. Las leyes, muchas veces, justifican y normalizan injusticias. Construir un mundo menos violento es construir un mundo con mayor justicia. Quizá la violencia no se pueda terminar. Siempre habrá hechos de violencia «locos»: el asesino en serie, el violador, conductas que habrá que explicar por la psicopatología. Pero la violencia a la que hoy asistimos: hambre, racismo, machismo, guerra, impunidad, exclusión, delincuencia, tiene que ver, ante todo, con las injusticias. Prevenir la violencia es achicarle el espacio a las injusticias.
Fotografía tomada de Deposit Photos.
Marcelo Colussi

Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.
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