Sobre la toma de la universidad (desde Žižek y Lacan)

Matheus Kar | Arte/cultura / BARTLEBY Y COMPAÑÍA

Esto lo saben muy bien los lingüistas: desde siempre ha existido una contienda sobre cómo las palabras se vinculan a los objetos. Por ejemplo, por qué «perro» corresponde a «un mamífero carnívoro de la familia de los cánidos…», mas no así «porro», cuando la variación morfológica es mínima. Según los descriptivistas, el vínculo es resultado del «significado» de un nombre, es decir, las palabras hacen alusión a las características de ciertos objetos identificables en el mundo. Para los antidescriptivistas, la palabra se refiere al objeto por medio de lo que ellos llaman «bautismo primigenio», el nombramiento arbitrario. El debate etimológico no ha cambiado mucho desde el Crátilo de Platón, unos 2000 años. Sin embargo, la cuestión principal («determinar qué es lo que en el objeto, más allá de sus rasgos descriptivos, constituye su identidad») queda sin respuesta.

Slavoj Žižek, por su parte, propone el «objet petit a» lacaniano, aquello por lo que el objeto dejaría de ser, para solucionar esta diatriba.

Entonces –escribe Ernesto Laclau– la nominación no es únicamente el puro juego nominalista de atribuir un nombre vacío a un sujeto preconstituido. Es la construcción discursiva del objeto mismo. […] Si la perspectiva descriptivista fuera correcta, entonces el significado del nombre y los rasgos descriptivos de los objetos estarían dados de antemano, desestimando la posibilidad de cualquier variación discursiva hegemónica que pudiera abrir el espacio a una construcción política de las identidades sociales.

Bajo esta luz, podemos empezar a interpretar el concepto de «universidad». ¿Qué es lo que hace a la universidad lo que es? O más bien, ¿cuál es el elemento por el cual la universidad dejaría de ser lo que es? No es ni las aulas ni los profesores ni los laboratorios ni el campus, es, estrictamente, el estudiantado. Entonces, el «estudiante» pasaría a ser el «objet petit a» lacaniano. Tomando en cuenta que el psicoanálisis lacaniano es la única «teoría psicológica» que contiene una noción del sujeto que es compatible con el materialismo histórico.

Cada vez que el estudiante universitario se vuelca contra la infraestructura simbólica de su condición (la universidad), el imaginario devela su hendidura de imposibilidad práctica. Así como la democracia puede albergar corrupción, la universidad, como institución pública, también puede reflejar los síntomas de su enfermedad constituyente (el Estado). Sin embargo, esta develación solo es posible si el «encubrimiento» es cuestionado. Lo cual no es nada fácil. Muchos eventos revolucionarios se ha saltado este paso, desembocando en Estados totalitarios y represivos.

Uno de los grandes errores en toda toma de consciencia es la falta de focalización de los objetivos por los que se lucha. Es cierto que la problemática social es una cuestión de pluralidades, pero no son, en esencia, sino síntomas de una enfermedad de orden mayor. En una situación normalizada, prerrevolucionaria, cada quien entabla sus propias batallas, logrando que un antagonismo secundario se adueñe del papel esencial de mediador de todos los demás antagonismos, cuando el núcleo imposible-real es la lucha de clases. Lo que se debe atacar, entonces, es el corazón de todos estos antagonismos sociales, no las periferias. He aquí, por tanto, la condensación de la metáfora marxista: no es posible resolver ninguna cuestión en particular sin resolver todas ellas; es decir, sin resolver la cuestión fundamental que plasma el carácter antagónico de la totalidad social: el capitalismo. Si no se obtiene esto, al menos se debe lograr el consenso del objetivo de la lucha.

Quizá, ahora, no se trate de responder a los grandes problemas de Guatemala, porque quizá se han hecho, hasta el momento, las preguntas equivocadas. Quizá este momento, la toma de la universidad, sea propicio para formular las preguntas correctas. Lo cual ya sería un gran avance.

Uno de los grandes significantes de nuestra época es la propiedad privada. El orden hegemónico de blindarse ha sido siempre a partir de la «seguridad privada», el «cover» y el «derecho de admisión». Quizá por eso el Congreso celebró su sesión en el Westin Camino Real. (Hay que tener en cuenta que en un estado de opresión ideológica, los únicos que se sienten con el derecho de contradecir sus fundamentos son los mismos dirigentes: el Congreso no es, en esencia, el edificio al que se encuentra ligado simbólicamente. Por tanto, puede celebrar sus sesiones en otro edificio cualquiera, llámese Musac o Westin Camino Real). El 31 de julio, una valla humana se plantó, como símbolo de protesta, frente a dicho edificio. Como se puede adivinar, no tardó en llegar la seguridad. Pese a los esfuerzos e intimidaciones, la valla humana persistió, al igual que la reunión en el hotel. El statu quo apenas si fue tocado. Me pregunto, entonces, ¿por qué los estudiantes no se atrevieron a entrar al Westin a interrumpir la sesión plenaria? Si estamos en un momento de absoluciones simbólicas, de eventos revolucionarios, ¿por qué no transgredir la propiedad privada por uno de sus flancos discontinuos: el derecho de admisión? Está claro que aún hay mucho conservadurismo introyectado en la población estudiantil, lo cual se traduce en «miedo». Y es «normal», considerando el antepasado represivo de este país. Hay, entonces, una imposibilidad clara en el obrar del movimiento y una posible desmantelación interna.

Ahora, retomando, la significación de universidad. Si los estudiantes son la universidad, la universidad también puede salir a las calles en la presentación del alumnado, esto quiere decir un ensanchamiento simbólico de lo que entendemos como «universidad», una universidad radical. Esto ya se puede evidenciar en la descentralización de la toma.

Lo primero sería, pues desde el miércoles 31 se tomó Radio USAC y TV USAC, apropiarse de los símbolos de propaganda y utilizarlos en favor del movimiento, no para utilizarlos como instrumentos de contagio del partido, en el sentido leninista, sino como insumos de formación política. Tanto la Radio USAC y la TV USAC deberían de ser utilizadas para socializar el conocimiento y los métodos de interpretación política para que la población pueda cuestionar las problemáticas nacionales y las posibles soluciones y, finalmente, emanciparse de los dispositivos hegemónicos de propaganda del Estado. Claro que con dos medios no basta, y es allí donde la ideología nos interpela. Hasta el momento, y hablo desde el siglo XX para acá, no se han tocado instituciones que no sean públicas, eso quiere decir que nos hemos mantenido donde se supone que nos debemos mantener: aprobando una agenda cívica desde su afirmación negativa.

No se trata de introducir nuevos elementos en el imaginario. Se trata de cuestionar y evidenciar los elementos existentes. «Existe –afirma Žižek– un cierto antagonismo fundamental que posee una prioridad ontológica para “mediar” todos los demás antagonismos». En este caso, la prioridad ontológica del antagonismo fundamental es la «propiedad privada». Privada en su sentido de que no hay otro modo de darse que en su «valor de uso», fundamentado por el «valor de cambio». O sea, el fantasma fetichista de toda mercancía. Si el mismo Congreso obtiene ventajas de sus imposibilidades, ¿por qué el estudiante que se levanta «en armas» debe respetar estos órdenes, hegemónicos al fin? Las formas de transgredir la propiedad privada no solo deben ser físicas, sino simbólicas, esencialmente.

Que la universidad empiece a mirar hacia el sector industrial, no es más que un síntoma de un Estado ineficaz que no puede abastecer la educación superior de un país (o un paisaje, como diría Nicanor Parra). Si ya se ha propuesto la radicalización de la universidad (su ensanchamiento simbólico), ¿por qué no radicalizar la agenda universitaria (de los estudiantes)? ¿Qué tal si en lugar de la rescisión del convenio entre la USAC y la Cámara de Industria lo promovemos, pero con la condición de que el sector privado remunere económicamente el ejercicio profesional supervisado del sancarlista, sin dejar de prestar el servicio al resto de la población necesitada y el impacto social? Esto quiere decir que el sector privado no estaría performando las prácticas públicas sino que se ceñiría, estrictamente, a las prácticas privadas, las que tanto (los) protegen. Así como estas, hay muchas luchas que se pueden ganar sin la necesidad de ceder ante la tentación totalitaria.

Eso sí, ganar el espacio privado para prácticas públicas solo podría ser el primer paso para lograr la nacionalización de ciertos servicios. Es descabellado, sí, pero también es un buen ejercicio de cuestionamiento, no solo para el sector privado, sino también para el germen neoliberal que se ha instalado en la universidad.

La toma de la Universidad de San Carlos, más que una protesta, debe ser un ejercicio ético que critique la moral de la élite guatemalteca.

¡Es hora, como diría Žižek, de arriesgar lo imposible!


Fotografía del movimiento estudiantil mexicano de 1968, tomada de desInformémonos.

Matheus Kar

(Guatemala, 1994). Promotor de la democracia y la memoria histórica. Estudió la Licenciatura en Psicología en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Entre los reconocimientos que ha recibido destacan el II Certamen Nacional de Narrativa y Poesía «Canto de Golondrinas» 2015, el Premio Luis Cardoza y Aragón (2016), el Premio Editorial Universitaria «Manuel José Arce» (2016), el Premio Nacional de Poesía “Luz Méndez de la Vega” y Accésit del Premio Ipso Facto 2017. Su trabajo se dispersa en antologías, revistas, fanzines y blogs de todo el radio. Ha publicado Asubhã (Editorial Universitaria, 2016).

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