Camilo García Giraldo | Arte/cultura / REFLEXIONES
En su famoso libro La rebelión de las masas (1933), Ortega y Gasset sostiene que desde el siglo XIX, en el mundo Occidental, las clases populares irrumpieron en los espacios públicos de la sociedad, haciéndose visibles para sí mismas y para todos los demás. En las sociedades modernas, los trabajadores se hacen presentes u ocupan todos los espacios públicos no solo circulando o transitando a diario por ellos, sino también usándolas para manifestar y expresar sus opiniones o propuestas políticas o para realizar diversas actividades culturales. Al ocurrir esto, aparece para Ortega un tipo de hombre fundamental que los compone: el hombre-masa. Un tipo humano que se constituye por esta razón en el tipo característico y dominante de estas sociedades modernas occidentales.
¿Cuáles son, entonces, las características que definen este hombre-masa? Para Ortega, la primera y principal característica es que son hombres sin una calidad que los distinga de los demás. Y la calidad de un ser humano está dada por el cúmulo de conocimientos que posee, por una rica y profunda interioridad y por el hecho de no referir a virtudes o poderes superiores y exteriores a su vida sino solo a sí mismo; estos rasgos le dan una calidad que lo tornan valioso y casi excepcional. El hombre-masa es, entonces, aquel que precisamente carece de estos rasgos y cualidades, es un hombre sin atributos, como dijo en esos mismos años el escritor austriaco Musil. Y para él, la mayoría de los seres humanos que componen las clases populares de las sociedades modernas carecen de estas calidades y atributos; por eso son solo hombres-masa. En cambio, y, por lo contrario, en el seno de la burguesía y las clases altas pudientes la mayoría de sus integrantes poseen estas calidades que les dan un valor excepcional; solo una minoría de ellos no las posee. Este hombre-masa, entonces, existe en todas las clases sociales, en mayor número en las populares y trabajadoras, y en menor cantidad en la burguesía. Por eso es en este sentido un hombre «universal» de la modernidad. Dice Ortega:
La aglomeración, el lleno, no era antes frecuente. ¿Por qué lo es ahora? Los componentes de esas muchedumbres no han surgido de la nada. Aproximadamente, el mismo número de personas existía hace quince años. Después de la guerra parecería natural que ese número fuese menor. Aquí topamos, sin embargo, con la primera nota importante. Los individuos que integran estas muchedumbres preexistían, pero no como muchedumbre. Repartidos por el mundo en pequeños grupos, o solitarios, llevaban una vida, por lo visto, divergente, disociada, distante. Cada cual -individuo o pequeño grupo ocupaba un sitio, tal vez el suyo, en el campo, en la aldea, en la villa, en el barrio de la gran ciudad.
(…)
La división de la sociedad en masas y minorías excelentes no es, por lo tanto, una división en clases sociales, sino en clases de hombres, y no puede coincidir con la jerarquización en clases superiores e inferiores. Claro está que, en las superiores, cuando llegan a serlo, y mientras lo fueron de verdad, hay más verosimilitud de hallar hombres que adoptan el «gran vehículo», mientras las inferiores están normalmente constituidas por individuos sin calidad.
Pero, en rigor, dentro de cada clase social hay masa y minoría auténtica. Como veremos, es característico del tiempo el predominio, aun en los grupos cuya tradición era selectiva, de la masa y el vulgo. Así, en la vida intelectual, que por su misma esencia requiere y supone la calificación, se advierte el progresivo triunfo de los seudointelectuales incualificados, incalificables y descalificados por su propia contextura. Lo mismo en los grupos supervivientes de la «nobleza» masculina y femenina. En cambio, no es raro encontrar hoy entre los obreros, que antes podían valer como el ejemplo más puro de esto que llamamos «masa», almas egregiamente disciplinadas.
Pero el hombre masa, al carecer de estos atributos siente o considera que solo tiene derechos y que carece de deberes. La falta de cualidades valiosas lo conducen a pensar que su valor como ser humano está en los derechos que cree tener o que realmente tiene reconocidos por los demás o por las normas jurídicas del Estado. Sin embargo, esta es una limitación grave de su existencia, porque no reconoce la de los deberes que implica necesariamente esos derechos que tiene, no acepta el hecho que los derechos que posee solo existen como tales cuando están acompañados y complementados por los deberes que asume de manera voluntaria o que las normas jurídicas le imponen. Pues el principal deber que tiene el hombre moderno es reconocer los derechos legítimos de los demás con los que convive, como el derecho a sus vidas, a sus integridades físicas y psicológicas, a sus libertades, a sus pertenencias, etcétera. Es un deber que no solo nace de la existencia misma de esos derechos sino, además, le da un contenido y valor moral a su existencia, una interioridad espiritual profunda. Dice Ortega:
Este hombre-masa es el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas «internacionales». Más que un hombre, es sólo un caparazón de hombre constituido por meres idola fori; carece de un «dentro», de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar. De aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga -sine nobilitate-, snob.
Así, entonces, el hombre masa es aquel que carece de interioridad, que es lo mismo que carecer de conciencia moral. Es el hombre que está siempre dispuesto a transgredir las normas morales que se resumen en respetar el derecho o los derechos de los otros porque carece de la fuerza interior que así lo obligue.
Por eso para Ortega, en el fondo, los hombres modernos no son los que han declarado la muerte de Dios, los que han dejado de creer en él, como sostuvo Nietzsche; tampoco son los hombres cosificados o dominados por las cosas materiales como consecuencia del imperio universal de las mercancías en el mercado capitalista, como lo mostró Marx; sino hombres que han perdido su conciencia moral que siempre se centra en la conciencia de sus deberes, o mejor, en el deber de cumplir el mandato de las normas morales que ha aceptado voluntariamente cumplir o que reconocen en principio como válidas. Son estos hombres moralmente débiles que pertenecen a todas las clases sociales los que también han hecho acto de presencia en las sociedades modernas desde hace casi dos siglos.
Pero, en los últimos decenios, podemos decir que el hombre-masa ha adquirido rasgos nuevos que Ortega no previó o consideró. Se trata de un nuevo tipo fabricado en serie y en masa por el complejo industrial cultural global y de los diversos países del mundo en los que los medios de comunicación desempeñan un papel central que transmiten los programas del llamado entrenamiento cultural que este complejo industrial produce como películas, series y videos generalmente llenos de historias banales y superficiales de pésima calidad literaria, cargados de acciones violentas desmedidas que se presentan como necesarias y justificadas, de un erotismo vacío de sentimientos y afectos, de cuerpos semidesnudos que cantan y bailan canciones sin valor artístico, etcétera. Programas que han despertado o forjado en los millones de personas que a diario los ven y escuchan en el mundo el interés y el gusto –el mal gusto– por ellos.
De ahí, estos millones de personas al gustarles estos programas desean, «piden y reclaman», a este complejo industrial cultural y a estos medios de comunicación que los sigan produciendo, presentando y transmitiendo para poder seguirlos viendo y escuchando, para seguirlos disfrutando. Y este complejo industrial y estos medios de comunicación atienden gustosos la «libre demanda» que hacen estos millones de personas en el mundo, fabricando y transmitiendo sin cesar nuevos programas, que en realidad repiten el esquema de todos los anteriores. Formándose así un círculo estrecho y sólido en el que las personas piden a los medios de comunicación más de lo que ya consumen porque «aprendieron» a querer eso que consumen consumiéndolo a diario.
El hombre-masa actual, entonces, no es un hombre inconsciente o carente de sus deberes morales fundamentales, sino sobre todo, un ser carente de una interioridad espiritual valiosa que el consumo repetido y cotidiano de estos productos culturales de mala calidad le ha forjado. Son seres que se contentan o conforman que consumir esos productos culturales de escaso valor con la ilusa e ignorante creencia que son los mejores porque le gustan. Sin percatarse que ese gusto se lo ha forjado la acción de este entramado industria cultural globalizando y los medios de comunicación que están a su servicio, ofreciéndole a diario esos programas para que los vean y se entretengan; y así asegurar las ingentes ganancias vendiendo a gran escala estos productos culturales de escaso valor.
El hombre-masa actual, entonces, formado, o mejor, deformado, por la acción de este complejo aparato cultural es un hombre cultural pobre, un hombre sin una interioridad espiritual rica, amplia y profunda. Una pobreza que en muchas ocasiones acompaña y prolonga, desafortunadamente, su pobreza material que vive y sufre; pero también es una pobreza cultural que cada vez invade y se apodera de miembros de las clases económicamente ricas y pudientes de la sociedad. La acción de este complejo cultural global es tan poderosa y extensa que parece llegar a todos o casi todos los habitantes del planeta; nadie se libra de sentir, percibir o contemplar su presencia. Solo aquellos que no han caído en la trampa de dejar formar sus gustos culturales por estos programas, los que no quieren ser ejemplares del hombre-masa, los que se percatan de su falta de valor literario y musical son los que tienen la posibilidad de enriquecer sus espíritus y sus vidas leyendo buenos libros, asistiendo a espectáculos teatrales y musicales de calidad o viendo y escuchando programas culturales valiosos que otros medios de comunicación ajenos a este complejo industrial-cultural presentan.
Y al hacerlo comprenden lo que los otros no: que sus vidas se enriquecen, que el horizonte significativo de sus existencias se amplía y se ensancha cada vez que «consumen» estos productos culturales valiosos. Y al enriquecerlas sienten que esas existencias no solo adquieren valor, sino también que la prolongan más allá de los límites estrechos de su cotidianidad; es decir, que la proyectan fuera de la facticidad de su estar físico y natural en el mundo. Proyección que les proporciona una satisfacción plena y auténtica que durará el tiempo que duren viviendo.
Fotografía tomada de Wikipedia.
Versión actualizada, a petición del autor, el sábado 8 de diciembre de 2018.
Camilo García Giraldo

Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Bogotá en Colombia. Fue profesor universitario en varias universidades de Bogotá. En Suecia ha trabajado en varios proyectos de investigación sobre cultura latinoamericana en la Universidad de Estocolmo. Además ha sido profesor de Literatura y Español en la Universidad Popular. Ha sido asesor del Instituto Sueco de Cooperación Internacional (SIDA) en asuntos colombianos. Es colaborador habitual de varias revistas culturales y académicas colombianas y españolas, y de las páginas culturales de varios periódicos colombianos. Ha escrito 7 libros de ensayos y reflexiones sobre temas filosóficos y culturales y sobre ética y religión. Es miembro de la Asociación de Escritores Suecos.
4 Commentarios
Trae a mi memoria tantas lecturas olvidadas y que me convirtieron en la persona que soy hoy!!!!!! Gracias Señor García.!!!!
Aceptable investigación
Buena apreciocion del hombre masa actual.
«clases de hombres»
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