Sobre la enseñanza-aprendizaje de la filosofía

Camilo García Giraldo | Arte/cultura / REFLEXIONES

Siempre está presente en los diálogos cotidianos que sostienen los seres humanos y en los debates sobre el contenido y los programas académicos en las escuelas y colegios, la pregunta por la utilidad de la filosofía, la pregunta ¿para qué sirve la filosofía? Y muchos la contestan presumiendo de una gran sabiduría: para nada. Respuesta, sin embargo, completamente equivocada que solo prueba en realidad una gran ignorancia de quienes la sostienen, no solo sobre la filosofía misma, sino, sobre todo, de una condición esencial del ser de los hombres que es el de preguntarse siempre y de manera inevitable –ciertamente unos con mayor fuerza e intensidad que otros– desde que comienzan a percibir de modo consciente la existencia de algo de sus vidas o del mundo sociocultural que los rodean por lo que ES ese algo; es decir, de preguntarse por el SER de ese algo. Y al hacerse esa pregunta, la tratan de responder usando sus propios medios y recursos cognitivos o formulándola a su vez a sus maestros o padres para que les den una respuesta. Respuesta que, si es acertada, forja o contiene un saber esencial sobre ese algo, sobre ese ente, fenómeno o acontecimiento por el que han preguntado.

Esta conducta natural y habitual de los seres humanos fue la premisa sobre la que se fundó la constitución de la filosofía en la antigua Grecia. En efecto, los fundadores de la filosofía en Grecia retomaron o hicieron suya de manera explícita esta actitud y pregunta natural que se hacen los hombres, pero modificándola en una novedosa y fundamental dirección: la de formular la pregunta, no ya por el ser de un ente o fenómeno concreto y determinado de la realidad, sino por el ser de una diversidad y multiplicidad de fenómenos de esa realidad que parecen tener algo en común. Y así la pegunta por el ser adquirió una dimensión y significado filosófico. Los pensadores presocráticos que fundaron la filosofía se preguntaron por el ser de la naturaleza misma, por el elemento común y esencial que une o integra la diversidad casi infinita de entes y fenómenos que la conforman. Pregunta que los condujo a ofrecer diversas respuestas que, a pesar de su originalidad, nos resultan hoy carentes de validez. Y después, Sócrates mostró y enseñó que no es la pregunta por el ser de la naturaleza la pregunta que deben plantearse los que desean pensar en términos filosóficos, sino por el ser de los fenómenos humanos, por el ser de los hombres, por sus conciencias, por sus acciones y por las obras sociales, políticas y culturales que forjan.

Con la irrupción de los tiempos modernos, sin embargo, esta pregunta socrática por el Ser de los hombres y los diversos entes y fenómenos en que se manifiesta fue abordada por todos los filósofos que le siguieron, comenzando por Platón, para ofrecer sus propias respuestas fue modificada con razón por Heidegger. Para él no se trata ya de preguntar por el ser del ente, es decir, por el ser esencial que unifica una diversidad de fenómenos de la vida y del mundo de los hombres, sino por el sentido de ese ser; pregunta que es siempre abierta y que no se agota ni se agotará con las respuestas proponen los filósofos, porque entre los diversos y concretos entes y el Ser, a los que está estrechamente ligado, no existe una coincidencia.Es decir que el ser de un ente no se manifiesta plena y completamente en ese ente, sino, al contrario, algo de sí se guarda para sí cuando se expresa en ese ente; de ahí que prevalece entre los dos una diferencia radical e irreductible. Entonces, la pregunta que los filósofos se deben hacer hoy no es solo por lo que es el arte, la política, la moral, la existencia humana, etcétera, sino por el sentido que encierran en el mundo.

Pero el hecho que el Ser se manifiesta y se oculta al mismo tiempo en el ente significa que está inscrito en el lenguaje, o mejor, que es el mismo lenguaje. Pues Heidegger, y sobre todo Wittgenstein, mostraron que el sentido de un ente no solo brota de los actos intencionales de su conciencia con los que alguien se propone conocerlo, como lo sostuvo Husserl, sino sobre todo del lenguaje que lo envuelve y usa. –Es el paradigma del lenguaje, en vez del conocimiento o la conciencia, como lo afirmó bien Habermas, el que define el horizonte fundamental de la filosofía en la modernidad–.

Pues son los hombres, cuando usan el lenguaje para nombrar el ser de las cosas o los entes de su mundo –actos que realizan, hechos que producen, vivencias y sentimientos que tienen, obras socioculturales que forjan, etcétera–, quienes establecen su sentido. Pero al hacerlo, ponen de manifiesto o en evidencia solo una parte de ese sentido; la otra parte, no comparece, queda oculta o ausente. De ahí que queda abierta siempre la posibilidad de que en otro momento puedan nombrarlas de nuevo para que ese sentido o sentidos ocultos por fin se hagan presentes ante ellos. Por esa razón, todos los entes o las cosas de la vida y del mundo de los hombres son realidades complejas y llenas de diversos sentidos que los convocan siempre a interrogarlas de nuevo para que puedan revelarlo o revelarlos completa y definitivamente. Esperanza un tanto vana, porque cuando unos hombres creen que lo han logrado, aparecen otros que muestran que no es así, poniendo de presente uno que les había pasado desapercibido, que se les había ocultado.

Por esta razón, cuando los seres humanos aprenden filosofía, aprenden a interrogar de manera formal, rigurosa y sistemática el ser de los fenómenos y entes de sus vidas y del mundo sociocultural que habitan y en el que existen envueltos o contenidos en el lenguaje para tratar de desentrañar el sentido o los sentidos que encierran. Y al desentrañarlos, los comprenden, es decir, los integran en sus espíritus, formándolos y enriqueciéndolos. Por eso aprender filosofía es una manera valiosa –aunque no la única– de aprender a formarse como un verdadero ser humano, es aprender a ser y existir como alguien auténticamente humano. Este es el notable servicio que la filosofía le presta a los hombres, esta es la «utilidad» trascendental que tiene, y que lamentablemente hoy muchos desconocen o desprecian en el mundo.


Camilo García Giraldo

Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Bogotá en Colombia. Fue profesor universitario en varias universidades de Bogotá. En Suecia ha trabajado en varios proyectos de investigación sobre cultura latinoamericana en la Universidad de Estocolmo. Además ha sido profesor de Literatura y Español en la Universidad Popular. Ha sido asesor del Instituto Sueco de Cooperación Internacional (SIDA) en asuntos colombianos. Es colaborador habitual de varias revistas culturales y académicas colombianas y españolas, y de las páginas culturales de varios periódicos colombianos. Ha escrito 7 libros de ensayos y reflexiones sobre temas filosóficos y culturales y sobre ética y religión. Es miembro de la Asociación de Escritores Suecos.

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