Camilo García Giraldo | Arte/cultura / REFLEXIONES
En El banquete, Platón sostuvo, a través de Sócrates, quien a su vez repite y expone en un discurso que pronuncia ante los demás comensales después de que han intervenido al final del banquete, las palabras sobre el amor que escuchó y aprendió de una mujer llamada Diotima. En este afirma que, si bien existen diversos grados y formas de amor, el supremo y verdadero amor es el que brota de contemplar o conocer la belleza ideal, pura y perfecta. Y el deseo de contemplar la belleza pura es el que le nace a todo ser humano cuando contempla seres sensibles y bellos que participan de uno u otro modo de esa belleza ideal. Por eso, el deseo contemplar esa bella ideal es el deseo que brota del amor a la belleza que esos seres de la realidad sensible le han mostrado esa belleza a través de formas imperfectas.
Dice Sócrates, repitiendo a Diotima:
“Préstame ahora, Sócrates, toda la atención de que eres capaz. El que en los misterios del amor se haya elevado hasta el punto en que estamos, después de haber recorrido en orden conveniente todos los grados de lo bello y llegado, por último, al término de la iniciación, percibirá como un relámpago una belleza maravillosa, aquella ¡oh Sócrates!, que era objeto de todos sus trabajos anteriores; belleza eterna, increada e imperecedera, exenta de aumento y de disminución; belleza que no es bella en tal parte y fea en cual otra, bella solo en tal tiempo y no en tal otro, bella bajo una relación y fea bajo otra, bella en tal lugar y fea en cual otro, bella para estos y fea para aquellos; belleza que no tiene nada de sensible como el semblante o las manos, ni nada de corporal; que tampoco es este discurso o esta ciencia; que no reside en ningún ser diferente de ella misma, en un animal, por ejemplo, o en la tierra, o en el cielo, o en otra cosa, sino que existe eterna y absolutamente por sí misma y en sí misma; de ella participan todas las demás bellezas, sin que el nacimiento ni la destrucción de estas causen ni la menor disminución ni el menor aumento en aquellas ni la modifiquen en nada.
Cuando de las bellezas inferiores se ha elevado, mediante un amor bien entendido de los jóvenes, hasta la belleza perfecta, y se comienza a entreverla, se llega casi al término; porque el camino recto del amor, ya se guíe por sí mismo, ya sea guiado por otro, es comenzar por las bellezas inferiores y elevarse hasta la belleza suprema, pasando, por decirlo así, por todos los grados de la escala de un solo cuerpo bello a dos, de dos a todos los demás, de los bellos cuerpos a las bellas ocupaciones, de las bellas ocupaciones a las bellas ciencias, hasta que de ciencia en ciencia se llega a la ciencia por excelencia, que no es otra que la ciencia de lo bello mismo, y se concluye por conocerla tal como es en sí.
¡Oh, mi querido Sócrates!, prosiguió la extranjera de Mantinea, si por algo tiene mérito esta vida, es por la contemplación de la belleza absoluta, y si tú llegas algún día a conseguirlo, ¿qué te parecerán, cotejado con ella, el oro y los adornos, los niños hermosos y los jóvenes bellos, cuya vista al presente te turba y te encanta hasta el punto de que tú y muchos otros, por ver sin cesar a los que amáis, por estar sin cesar con ellos, si esto fuese posible, os privaríais con gusto de comer y de beber, y pasaríais la vida tratándolos y contemplándolos de continuo?”
No podemos admitir o estar de acuerdo con Platón con esta idea de que el verdadero amor es el deseo de contemplar la belleza pura, ideal y perfecta, porque esa belleza en sí misma no existe. Y no existe por dos razones fundamentales: la primera porque la belleza siempre existe encarnada en entes reales y sensibles; solo en los entes, personas u objetos reales y sensibles podemos ver y encontrar la belleza; y, por lo tanto, solo la podemos conocer cuando tenemos contacto sensible o percibimos algo real bello. Y segundo, porque solo es bello lo que nos parece tal; la belleza de alguien o algo en el mundo solo es en la medida que a nosotros nos parezca que lo es. De ahí que la «belleza objetiva» o trascendente, que es el otro nombre de la belleza ideal en la que pensó Platón, nunca la podamos conocer.
Aunque es indudablemente cierto que entre un mayor número de personas juzguen a un ser o un ente como bello, se abre la posibilidad de establecer o reconocer que es un atributo inherente o constitutivo de la realidad de ese ser o ente del mundo. Pero no es más que una mera posibilidad, porque siempre habrá alguien que no lo juzgue o le parezca bello; y este hecho, por más excepcional, minoritario o escaso que sea, impide que la belleza sea una propiedad consustancial de la realidad en donde yace su presencia ideal y trascendente.
Sin embargo, a pesar de esta limitación de su concepción de la belleza, Platón nos muestr en este discurso fundamental de Sócrates el camino para comprender un rasgo esencial del amor, a saber, que los seres humanos solo nos enamoramos de lo que nos parece o juzgamos como bello. En efecto, cuando encontramos en la realidad algo que nos parece bello, sea una persona, un objeto de la naturaleza, una obra artística o cultural, etc, nos sentimos atraídos por su presencia, sentimos inevitablemente el impulso o el deseo de acercarnos y unirnos a ella por el placer que nos produce. Pues la belleza, o mejor, todo lo que nos parece bello que encontramos en la vida y el mundo tiene el gran poder de atraernos debido al goce que sentimos al verlo o escucharlo. Atracción que nos conduce no solo a acercarnos, sino a tratar de mantenerlo unido a nosotros el mayor tiempo posible, todo el tiempo que dure la satisfacción interior que nos proporciona su presencia. Pues nos enamoramos de algo o de alguien que nos parece bello porque su presencia sensible nos da un placer permanente y profundo.
Entonces, cuando nos sentimos atraídos o nos enamoramos de una persona que nos parece bella, nos brota igualmente el deseo de acercarnos y unirnos a ella el mayor tiempo posible de nuestra existencia. Impulso o deseo que podremos realizar si esa persona, a su vez, siente la misma atracción por nosotros, es decir, si también le surge el deseo acercarse y unirse a nosotros por la belleza que le parece que tenemos. Unión amorosa que plasman, confirman y renuevan en la integración sexual de sus cuerpos. En caso de ocurrir así, en caso que estas dos personas realicen este deseo recíproco y común que tienen, podrán darle vida real al amor entre sí, podrán amarse realmente, formándose así la expresión más acabada y completa del amor
Y ese amor les durará el tiempo en que se sigan juzgando mutuamente como bellas o hermosas, que sigan sintiendo que conservan belleza no solo en su rostro o su cuerpo, sino también, y sobre todo, en su interior espiritual, en su personalidad o su manera de ser. Mientras los dos se sigan considerando bellos, el amor que viven y sienten recíprocamente seguirá vivo. Y solo desparecerá o morirá el día en que los dos o uno de ellos deje de percibir al otro como bello.
Entre la belleza y el amor existe, entonces, un lazo profundo e indestructible en el que el primero se erige en la fuente siempre viva del segundo, en la raíz y la condición imprescindible para que el segundo nazca y viva, y el segundo, en la prueba suprema de la existencia y del gran poder que tiene el primero. Lazo que Platón descubrió y comenzó a pensar en este gran libro que se convirtió con el paso del tiempo en un presupuesto filosófico presente de modo expreso o implícito en la obra de muchos de los que se propusieron reflexionar después sobre él, como en el libro Sobre el amor de Stendhal, o los Estudios sobre el amor de Ortega y Gasset, que es un amplio y extenso comentario del libro de Stendhal, o en La llama doble de Octavio Paz, que es el último libro que escribió después de haberlo pensado durante 30 años. Textos a los que les dedicaré en otro momento una reflexión.
Lazo que también se presenta como una certeza intuitiva pre-reflexiva en todos los seres humanos desde muy temprana edad, desde el momento en que comienzan a percibir la existencia de sus deseos, emociones y sentimientos, desde que comienzan a sentirse atraídos por alguien o por algo en el mundo. Por eso lo que hizo Platón en este gran libro fue poner y expresar en un discurso racional –ciertamente cargado de una gran idealización– lo que todos los seres humanos viven y sienten cuando se enamoran.
Camilo García Giraldo

Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Bogotá en Colombia. Fue profesor universitario en varias universidades de Bogotá. En Suecia ha trabajado en varios proyectos de investigación sobre cultura latinoamericana en la Universidad de Estocolmo. Además ha sido profesor de Literatura y Español en la Universidad Popular. Ha sido asesor del Instituto Sueco de Cooperación Internacional (SIDA) en asuntos colombianos. Es colaborador habitual de varias revistas culturales y académicas colombianas y españolas, y de las páginas culturales de varios periódicos colombianos. Ha escrito 7 libros de ensayos y reflexiones sobre temas filosóficos y culturales y sobre ética y religión. Es miembro de la Asociación de Escritores Suecos.
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