Sobre el fin, los medios y el arco del triunfo

Luis Felipe Arce | Política y sociedad / EL CASO DE HABLAR

–  Este es mi despacho y soy el jefe.
–  No le da derecho a guarrearnos de ese modo.
–  El derecho me lo paso por «el arco del triunfo».
–  Ya lo veo, ya.

Corpus Académico, Ramón Ayerra, 1984.

Los eufemismos son, sin duda, unos de los grandes y floridos protagonistas en la lengua española de hoy en día.

En la frase: «me lo paso por el arco del triunfo», su expresividad está más que clara. A pesar de su naturaleza eufemística, es una expresión coloquial pero vulgar –denota indiferencia–, significa que haces caso omiso a alguna regla o ley establecida, desinterés e irreverencia ante la autoridad, desdén por las opiniones y propuestas ajenas o que desprecias algo de forma total y absoluta.

Es, en otras palabra, el arma del mediocre que se cree poderoso e invencible y, es por eso, que hace lo que le viene en gana, no respetando leyes, órdenes, sentencias, dictámenes y constituciones.

Por ese mismo contexto, también existe una frase lapidaria, atribuida erróneamente por la historia al filósofo y político de la Italia renacentista, Nicolás Maquiavelo (aunque en realidad la frase la escribió Napoleón Bonaparte en la última página del ejemplar del libro de Maquiavelo: El príncipe) ahí destaca con letra propia: «el fin justifica los medios».

La mayoría de las personas usa esta expresión como una excusa para alcanzar sus metas a través de cualquier medio que se necesite, sin importar que estos medios sean inmorales, ilegales o desagradables, algo así como «no importa como consigues lo que quieres, en tanto lo obtengas», usualmente implica hacer algo malo para alcanzar un fin y justificar la maldad al señalar un buen resultado.

El dilema del fin-medios es un escenario popular en las discusiones sobre ética, está directamente asociado a estafar, mentir, robar y las diversas formas conocidas de comportamiento pecaminoso. 

El fin justifica los medios es la frase que sostiene el individuo dispuesto a realizar cualquier cosa que desee para conseguir o cumplir su objetivo. Esta frase, en un principio, se aplicaba solamente en el ámbito de la política y los negocios, pero actualmente aborda a otros ámbitos de la vida del individuo, se emplea, generalmente, para evadir cualquier acto o acción,  contrarios a la ética y las buenas costumbres. 

Con esta frase, el individuo coloca en un segundo plano la moral y la ética y justifica todos sus medios engañosos siempre que esto le permita alcanzar un fin determinado.

Según el escritor inglés Aldous Huxley: «Los fines no pueden justificar los medios, porque los medios usados determinan la naturaleza del fin que es alcanzado».

El gran ejercicio de la hipocresía de nuestra clase política a tratado de justificar que, de acuerdo con las excusas de los protagonistas, hay fines que justifican sus desmanes. Nos hemos ido acostumbrado a esa idea, poco a poco, a veces no le damos importancia porque nos conviene. Justificamos engaños, exageraciones, mentiras y manipulaciones.

Los políticos lo han hecho tantas veces y tan descaradamente que los guatemaltecos empezamos a ver así… creemos que hay fines que sí justifican malos medios.

Hay hechos que, por mezquinos que sean, para muchos quedan autorizados solo por el hecho de oír que van contra alguien que nos cae mal, por la razón que sea. De esta forma, tan elemental, caemos en la creencia de que, efectivamente, está bien recurrir a medios deplorables para conseguir esos fines.

Durante muchos siglos, los políticos han tratado de justificar las infamias que cometen en el uso del poder.

Por ejemplo: el caso de un dictador que determinó que había que pacificar el país a toda costa y, «a toda costa», logró iniciar la persecución de disidentes hasta una limpieza étnica o  un genocidio; pero… ¿quién puede oponerse a un fin tan loable como alcanzar la paz?
Entonces, los medios que deben justificar sus actuaciones incluyen medidas para eliminar a todos aquellos que se oponen al propósito de la paz… atropellando las libertades en nombre de la paz.

En otro escenario, puede tratarse de alguien electo democráticamente pero que oculta sus verdaderas intenciones en el proceso electoral… luego, al escoger un fin sorpresivo, engaña a la sociedad imponiendo algo que no ofreció ni prometió y que, de haberlo hecho, no hubiera sido elegido.
El resultado de sus decisiones, entonces, lo descalifica.

Existe otra justificación que escuchamos y les sirve para respaldar sus actuaciones deplorables, es: «la razón de Estado», la cual pretende justificar que los políticos hagan todo aquello que beneficia al Estado y, como el Estado representa el bien general, ellos representan al Estado, así de antemano, quedan justificados los medios que utilizan.

En los tiempos del exterminio nazi en la Segunda Guerra Mundial, era muy frecuente ver en los campos de concentración la frase: «el trabajo te hará libre», cuya connotación idealista es indudable; mientras a los prisioneros se les liberaba de la vida, aunque previamente se hacía polvo su dignidad e integridad humana. 

Como una apología de la ignorancia y la estupidez, aquí en Guatemala tenemos al «presidente de teflón», el señor Morales –un hombre perdido en su propia historia y que todo le resbala–, quien con el respaldo de las más oscuras y corruptas roscas de poder, continua, y de forma petulante y prepotente, «se pasa por el arco del triunfo» resoluciones de cortes, impedimentos legales, buenas costumbres y prácticas nobles, para el buen manejo cosa pública.

Con la misma desfachatez e improvisación que maneja el barco de la nación, quiere justificar lo injustificable y de esa manera ignora la «música de la democracia», que le pide un poco de cordura –si es que todavía le queda algo– para que revise su actuar y reoriente la nave con base en un compromiso serio con el pueblo que en mala hora lo eligió como gobernante.

A estas alturas del partido, esto pareciera ser como «pedirle peras al olmo». En el sabio refranero popular, se acostumbra decir que: «árbol que nace torcido, nunca sus ramas endereza» y el hijo del carpintero Geppetto, que en este tema es todo un campeón, se hace de oídos sordos… todo le «viene del norte» y termina haciendo lo que le da la gana, porque todo «le viene guango», eso sí, bajo el influjo de numerosos condicionamientos que lo agobian y sobrepasan su realidad.

Groucho Marx, el genial cómico norteamericano (Nueva York, 1890) al referirse al tema, decía: «Si se escribiese la verdad acerca de la mayor parte de los hombres públicos, no habría cárceles suficientes para albergarlos. La mentira se ha convertido en una de las más importantes industrias en América».

Como un grotesco regalo de Navidad a la población y pasándose por el «arco del triunfo» las resoluciones de la Corte de Constiticionalidad, el pasado martes 18 de diciembre Jimmy Morales y Sandra Jovel, en un total y absurdo desconocimiento de la Constitución de la República que da vida al convenio de creación de la Cicig –Ley de la república aprobada en su momento por el Congreso– adoptaron vías de hecho y, con su afán de desarticular a la Cicig y como un flagrante ataque a la justicia, comunicaron, de forma arbitraria, que se les daría un plazo de 72 horas al personal clave del ente investigador para abandonar el país, revocándoles las visas de cortesía, acreditación diplomática e inmunidad.

Curiosamente, los investigadores señalados tienen a su cargo expedientes de alto impacto que afectan casos de corrupción y a las personas involucradas que buscan evitar el largo brazo de la ley (Financiamiento ilícito FCN, Botín Registro de la Propiedad, Caso Blanca Staling, La línea 1 y 2, Traficantes de influencias, Cooptación del Estado, entre otros). 

Este ataque, infundamentado y sistemático, constituye un atentado al estado de derecho y podría significar el inicio de acciones de fuerza tendientes a detener investigaciones en curso de nuevos casos de corrupción.

Con este subliminal mensaje, el Gobierno central está indicando que, lejos de preocuparse por la justicia, solo le interesa defender al Pacto de Corruptos y que Guatemala nunca llegue a estar libre de la corrupción y la impunidad.

En estos tiempos de podredumbre y decadencia moral, entre tanto despropósito y falta de responsabilidad, entre tanta exclusión, desigualdad y pobreza, uno hasta empieza a pensar que algunos políticos están dejando de ser maquiavélicos para volverse nietzschanos, pues parecen creerse con derecho a situarse más allá del bien y del mal.

Y a la Desconsuelo… me la saludan.


Luis Felipe Arce

Guatemalteco. Ingeniero civil, por varios años gerente de Producción para Centroamérica de una importante corporación mundial dedicada a la fabricación de materiales refractarios y aislantes. Actualmente, consultor independiente.

El caso de hablar

2 Commentarios

arturo ponce 09/01/2019

Es sencillamente así Guichín y ahora a ver que viene, otro acto mas de ese circo.

Herbert Melara Urrutia 08/01/2019

Sin duda alguna las palabras vertidas en el artículo brotan de la cordura y la razón, las que están siendo abofeteadas impunemente por los poderes fácticos del país: el sable y el dinero.

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