Sobre el aspecto humanista del pensamiento de Marx

Camilo García Giraldo | Literatura/cultura / REFLEXIONES

Como se sabe, Marx y Engels expusieron su concepción de la sociedad y la historia en su famoso Manifiesto del partido comunista, que publicaron en 1848, como la lucha que libran diferentes clases sociales con intereses socioeconómicos opuestos. Esos intereses contrapuestos que las conducen siempre y necesariamente, tarde o temprano, a enfrentarse entre sí, a combatir entre sí para defender o hacer valer en la realidad esos intereses. Intereses opuestos que brotan de la relación opuesta que tienen con respecto a los medios de producción; la clase social que los poseen tiene el interés supremo de preservar su posesión indefinidamente, por los beneficios socioeconómicos y políticos que le reportan, y la que carece de la propiedad de esos medios de producción por suprimir esa propiedad precisamente por los perjuicios, por la explotación, que sufren a manos de los propietarios.

Esta lucha, entonces, constituye el aspecto que no solo define el contenido esencial de la historia, sino también el motor que la hace avanzar o progresar, que la hace moverse en el tiempo de esa historia. Lucha que en los tiempos modernos libran los obreros y los empresarios capitalistas y que culminará el día que los obreros venzan a los capitalistas y supriman la propiedad que tienen sobre los medios de producción. Y al hacerlo así instaurarán un nuevo orden social socialista o comunista en el que no existirá la propiedad privada sobre ningún medio fundamental de producción. Un orden social que será la expresión cabal y verdadera de su interés de suprimir la propiedad privada, interés que le nace precisamente por el hecho de no ser propietarios.

Sin embargo, este proyecto revolucionario que Marx y Engels le propusieron a los obreros del mundo no fue adoptado por la gran mayoría de ellos en los países capitalistas industrializados de Occidente. Y cuando los partidos comunistas revolucionarios lograron tomarse el poder del Estado, como en Rusia, China y los países del Europa oriental, en nombre de este interés supremo de los trabajadores, y organizaron sociedades socialistas sin propiedad privada sobre los medios de producción, terminaron saltando hechas añicos con la caída del muro de Berlín debido a la ineficiencia del funcionamiento del sistema económico, a la falta de libertades para los propios obreros y todos los demás miembros de esas sociedades, y sobre todo al hecho de que esos obreros no reconocieron la falta de propiedad privada como la expresión de sus intereses reales.

Y no se identificaron con ese interés planteado por Marx porque no era un interés que real y objetivamente tenían y tienen. El hecho de que no tienen más propiedad que su fuerza de trabajo que la venden en el mercado a los empresarios capitalistas no les engendra el interés, como lo supuso Marx, de eliminar la propiedad privada sobre los medios de producción por más explotados que estén, pues es un interés ajeno a sus vidas directas, inmediatas y reales. El verdadero interés que brota de la naturaleza de sus vidas es más bien el de lograr que los empresarios capitalistas les paguen un salario que corresponda al valor de su fuerza de trabajo, es decir, un salario que les alcance para comprar los bienes necesarios para reproducir o conservar sus vidas y las de sus familias, tal como el propio Marx explicó en El capital, en su trascendental teoría del valor. Así como el valor de toda mercancía producida por desempeño de la fuerza de trabajo de los obreros se mide por la cantidad de tiempo que socialmente se requiere para producirla, el valor de la fuerza de trabajo de los obreros, que es una mercancía también que han vendido a los empresarios, se mide por la cantidad de bienes que necesitan para reproducirla. Por eso el interés real de todos los obreros es lograr que los empresarios les paguen un salario que corresponda al valor real de su mercancía fuerza de trabajo que les venden; interés que los unifica como clase social y como seres humanos, y que los empuja, como efectivamente siempre los ha empujado, a luchar por lograrlo y asegurarlo.

Sin embargo, más allá de este equívoco y error conceptual que tuvo una extraordinaria trascendencia histórica, Marx esbozó una visión diferente de la sociedad en sus Tesis sobre Feuerbach, que publicó 3 años antes del Manifiesto, en 1945. Una visión de la sociedad que pasó ignorada, desapercibida a lo largo de todo este tiempo por los intelectuales y dirigentes políticos marxistas; o simplemente despreciada o descalificada como una expresión de la «ideología humanista no científica» que dominó el pensamiento del joven Marx, como lo hizo el pensador francés Louis Althusser. Visión que, sin embargo, guarda toda su juventud y lozanía hoy en día, conserva su plena vigencia a pesar de este olvido y desprecio que sufrió por muchos, excepto por pensadores como Jürgen Habermas que la rescata plenamente, definiéndola como la «filosofía de la praxis» que ha marcado uno de los horizontes significativos de la modernidad.

En efecto, en la décima tesis dice Marx que «el nuevo punto de vista del materialismo que él representa es el de la sociedad humana o el de la humanidad socializada». Una sociedad que todos los hombres, independientemente de sus diferencias socioeconómicas, étnicas o culturales, no forjan suprimiendo la propiedad privada de los medios de producción, sino poniendo en práctica los atributos que el pensamiento materialista considera esenciales de su ser: el de la sensibilidad y la actividad. Una sociedad que sea construida por hombres libres en la que expresen y realicen lo que son.

Así, en las tesis precedentes a esta décima, Marx sostiene que la filosofía materialista tradicional había captado y descrito a los hombres solo como seres sensibles. Este fue su mayor logro cognoscitivo. Sin embargo, pasó por alto u omitió el segundo atributo que los constituye, el de la actividad. El nuevo y moderno pensamiento filosófico materialista que él promueve y defiende se ha encargado precisamente de ponerlo de relieve. Y al hacerlo forja una imagen del ser de los hombres acorde con la realidad de sí mismos o de sus existencias, la imagen de unos seres sensibles y activos. De tal manera que los hombres actúan entre sí formando una sociedad porque sienten necesidades y deseos vitales que tienen que satisfacer para asegurar precisamente sus vidas; y solo los pueden satisfacer en la medida que interactúen socialmente entre sí. Esta es la condición indispensable que siempre tienen que cumplir para lograrlo.

Pero el hombre no solo es un ser sensible porque siente necesidades y deseos de vida naturales e imperativos, sino también porque percibe sensiblemente la presencia de los demás que lo rodean y con los que interactúa. Y al sentir la presencia de los demás con los que interactúa para vivir o conservar su vida, el hombre los siente como lo que son, como seres semejantes a sí mismo que merecen ser reconocidos como tales, es decir, considerados como naturalmente iguales a pesar de las múltiples diferencias sociales, culturales, étnicas o sexuales que los separen.

Una sociedad humana o una humanidad socializada es la que cada uno de sus miembros se reconoce sí mismo y a los demás con los que vive la humanidad que son, o mejor, la humanidad que comparten. Solo sobre la base del reconocimiento recíproco que se hagan todos los que interactúan entre sí para vivir de la humanidad que son, es decir, de ser seres sensibles que tienen la capacidad de actuar y que actúan entre sí, es posible la constitución de una sociedad verdaderamente humana. Esta es la condición fundamental e ineludible que deben cumplir todos los miembros de una sociedad para que adquiera este carácter humano que Marx captó y señaló con razón.

Una visión humanista de la sociedad moderna que le sirvió para sustentar, años después, en plena madurez intelectual, en su obra El capital, una parte de la crítica a la economía de la sociedad capitalista. Pues fue una crítica que se basó no solo en poner en evidencia la apropiación que hacen los empresarios de la plusvalía que engendran los trabajadores con el desempeño de su fuerza de trabajo, sino también en el riesgo permanente que sufren sus miembros de cosificarse, es decir, de deshumanizarse convirtiéndose en cosas, por el imperio que adquieren las mercancías materiales en sus vidas como lo mostró en el apartado llamado «El fetichismo de la mercancía» que hace parte del primer capítulo sobre la mercancía. Es un riesgo que pueden sufrir todos los días cuando entran al mercado a comprar y consumir las múltiples, variadas y casi infinitas mercancías que allí existen y se les ofrecen, y que han sido fabricadas precisamente por el desempeño de la mercancía fuerza de trabajo de miles de obreros en miles empresas. Al quedar atrapados y dominados por el poder que ejercen las mercancías que consumen sin cesar y sin límite, quedan irremediablemente expuestos a la posibilidad de deshumanizarse.


Imagen principal tomada de Bambinoides.

Camilo García Giraldo

Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Bogotá en Colombia. Fue profesor universitario en varias universidades de Bogotá. En Suecia ha trabajado en varios proyectos de investigación sobre cultura latinoamericana en la Universidad de Estocolmo. Además ha sido profesor de Literatura y Español en la Universidad Popular. Ha sido asesor del Instituto Sueco de Cooperación Internacional (SIDA) en asuntos colombianos. Es colaborador habitual de varias revistas culturales y académicas colombianas y españolas, y de las páginas culturales de varios periódicos colombianos. Ha escrito 7 libros de ensayos y reflexiones sobre temas filosóficos y culturales y sobre ética y religión. Es miembro de la Asociación de Escritores Suecos.

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